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Pov Daniela

– Buenos días Dani. – saludo Abi al entrar a la cocina.

–Buen día Abi. – respondí. Ella tomo una taza y vertió café en ella, rápidamente tomo un par de rebanadas de pan y se las metio a la boca, la mire raro.

– Tengo que irme rápido. – explico su apuro. – hay una reunión.

– Pues ve.

– Si ya me voy, no llevaré almuerzo no me dió tiempo. – dijo saliendo de la cocina mientras yo la seguía.– Si me da tiempo vendré a comer.

– Bien, preparé algo.

– Vale Calle. – abrió la puerta. – Le das un beso al pollito y cualquier cosa llámame.

– Abi vete, ya vas tarde.

– Ya, ya me voy.

Salió del departamento y yo sonreí, su hiperactividad es extrema. Me dirigí nuevo a la cocina para terminar de preparar el desayuno. Hace dos semanas habíamos vuelto a casa, dos semanas en las que María José venía, pasaba tiempo con José Ángel, me dirigía tres palabras y una que otra mirada y seguía con lo que sea que estaba haciendo con nuestro hijo.

Había quedado en el aire la pregunta que había hecho mi hijo el último día en el hospital, fuimos interrumpidos por la doctora y al parecer el no ha pesado más en eso. Y tal vez lo agradezco porque no se cómo decirle.

Perdida en mis pensamientos siento unas pequeñas manos abrazándome desde mi cintura, sintió y me gire para verlo.

–¿Cómo amanece el hombrecito más guapa del mundo? – le digo con una sonrisa tomándolo en brazos y llenando su carita de besos mientras en reía.

– Mamá pada. – dice muestras ríe. – estoy bien mamá.

– Que bueno mi amor. Vamos a lavar tus dientes y manitos para desayunar.

Fuimos al baño y al terminar camine con José Ángel aún en brazos hasta el desayunador. Desayunamos viendo caricaturas desde la tableta. Terminado el desayuno él se fue a lavar de nuevo sus manos, tenía que guardar una especie de cuarentena mientras se veían los avances del trasplante. Podía salir pero no mucho tiempo así que preferíamos maternos en casa, desde que llegamos a casa del hospital no habíamos salido, quizá hoy podamos hacerlo.

Recordé lo que dijo Abi, que no le dió tiempo de llevar comida así que se me ocurrió llevársela yo junto al pollito. Vista la hora me dispuse a cocinar para tener todo listo a la hora.

Terminada mi misión de cocinar fui a bañar a mi hijo primero, después de la ducha lo vestí de forma que estuve bien cubierto para evitar cualquier cosa. Después de eso fui a ducharme rápidamente, me puse un vestido suelto color amarillo y mis zapatillas, me gustaba estar cómoda. Tomé mi bolsa y salí, fui nuevamente a la cocina con la comida de Abi y luego busque a mi hijo.

– ¿A dónde vamos mamá? – pregunto ya en el coche.

– Vamos a llevarle comida a tía Abi cariño. – respondí intercalando la vista entre el frente y el retrovisor para verlo en su silla.

– ¿Ahí estada Poche? – pregunto nuevamente con evidente alegría.

– Posiblemente si cariño.

– ¡Si! – festejó.

Pasados unos veinte minutos ya estaba aparcando en el estacionamiento del edificio, era grande, imponente y me llenaba de orgullo lo lejos que ha llegado María José.

Baje a mi hijo y tome las cosas para dirigirme al interior del edificio, en recepción pregunte por Abi y una chica un tanto pesada me indico que estaba en el último piso. Con mi hijo subimos al ascensor y presione el botón hasta dicho piso. Al sonar la típica campanita que anunciaba la llegada de abrieron las puertas. Pude ver lo impresionante del diseño, era minimalista, con un toque rústico, la combinación de colores era sencilla pero tenía clase, los  colores madera, beige y blanco adoraban las paredes y los desde los cuadros hasta las lámparas daban su toque. Estaba realmente impresionada.

– ¡Tía Abi! – grito mi pequeño sacándome de mi burbuja, soltado mi mano para caminar a pasos apresurados hasta su tía. Se abrazaron como si tuviesen años sin verse. Un par de dramáticos.

–¿Que haces aquí mi pollito? – pregunto Abi. – Te extrañe mucho. – rodé los ojos.

– Yo también tía. – dijo mi hijo abrazando más fuerte su cuello. – te tlajimos comidita.

– ¡Uy que rico! – dió un sonoro beso en su mejilla, lo puse en el piso y ahora sí, yo existo.

– A ver qué me trajeron. – olvidenlo, no existo, la comida si.

– Saludame primero estúpida. – digo con obviedad.

– Si, si hola Calle, bla bla bla.– dijo haciendo movimientos con su manos y mi hijo reía. – ¿Que trajiste?

– Ahora no te voy a dar nada. – dije yo, haciéndome la enfadada. – vamos mi amor, tu tía no nos quiere.

– Momento, yo quiero a mi sobrino, a la comida. – me miró con una sonrisa.– y obvio te quiero calle porque tú la cocinaste. – rodé los ojos.– ¿Que tal si me acompañan a comer?

– ¿No puedes comer aquí? – pregunte.– No quiero que el niño esté tanto en contacto con demás personas.

– Tranquila, esa área siempre es limpia y además, ya pasó la hora de comer de todos así que no habrán tantas personas.

Asentí no muy convencida y nos dirigimos nuevamente al ascensor, bajamos tres pisos y entramos a una especia de cafetín escolar. Nos dirigimos a una mesa mientras había busco algo para tomar.

Mientras ella comía hablaba con mi hijo y reían de sus tonterías, yo sonría de ver así a mi pequeño, estaría bien y creciera sano. Abi me contó el como le estaba yendo trabajando aquí, y diciendo que Laura es muy buena con ella, rodé los ojos. No quitaba de mi cabeza que ella tenía el amor de Poche y eso me molestaba.

Abi termino su comida y volvimos a entrar al ascensor para volver a su piso. Ella iba tomando la mano de mi hijo mientras ambos contaban los pisos, las puestas se abrieron y salimos del ascensor.

– María José ya llegó.– dijo

– ¿Cómo lo sabes? – pregunte, a penas habíamos llegado nosotros.

– Cuando están las luces encendidas, cada que sale las apaga y cuando llega, bueno, las enciende– explico.

– ¿Puedo ir con Poche? – pregunto mi hijo con emoción.

– Si pequeño pero primero... – no dejo que terminara de hablar y a pasos apresurados camino a la oficina que Abi había señalado antes. Fui tras el pero ya había abierto la puerta.

– Hijo te e dicho varias veces que tienes que tocar las puer... – no termine de hablar, al levantar la mirada ví a María José besando a una chica, al escuchar me voz se separó y trato de acomodar su ropa y limpiar sus labios, una punzada de dolor apareció en mi pecho. – ... Tas...

Silencio, solo me veía a mí, y yo no sabía que hacer.

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Cualquier error ortográfico me lo hacen saber

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