25. Descubrir la verdad

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Antes de que pudiera preguntarle a qué se refería con eso de «literalmente», el Sr. Evans comenzó a pasearse entre los alumnos de nuevo, sin cesar de hablar; y no podía permitirme el perderme ninguna de sus explicaciones.

Siguiendo las instrucciones, nos colocamos en dos largas filas de un lado a otro del gimnasio. Estiré mi cuello hacia un lado para poder ver por encima del hombro de Carol; que estaba delante de mí. Los primeros dos alumnos de las filas comenzaron a correr; pasando sobre las colchonetas que todavía seguían dispersas por algunas de las esquinas del gimnasio. El Sr. Evans colocó algunos obstáculos en su recorrido, que ellos tenían que saltar o esquivar.

Esperé impacientemente mientras la fila iba avanzando. No parecía demasiado complicado, pero nunca había hecho nada parecido lo que ayudaba a que mis nervios aumentaran cada segundo. Cuando llegó el turno de Carol; sin que nadie quedara delante de mí, mis piernas comenzaron a temblar. Inspiré hondo varias veces; tenía que causar buena impresión en aquella prueba. Miré a mi derecha; un chico en el que no me había fijado hasta entonces correría a la vez que yo. Debí de quedarme un rato observándole, porque se giró hacia mí; alzando una ceja de forma inquisitoria. Rápidamente aparté la mirada, tratando de concentrarme en el circuito.

  - ¿Nerviosa?

  - ¿Qué? —Pegué un pequeño en el sitio brinco al escuchar su voz, ya que no esperaba que fuera a hablarme.

  - He preguntado si estás nerviosa.

Su voz sonaba segura y tranquila, aunque la media sonrisa de su rostro dejaba claro que que aquello le divertía.

  - No —Sacudí mi cabeza de un lado a otro, sin apenas mirarle.

  - Tu cuerpo no dice lo mismo.

Por el rabillo del ojo vi cómo, con un ligero movimiento, se colocó algunos mechones de su pelo rubio en su sitio. Parecía concentrado en la sala; pasando la vista de una punta a la otra varias veces.

  - Suerte —Añadió segundos después; esta vez sin cambiar su expresión—. La necesitarás.

Decidí no contestar a su comentario; sobretodo porque en el fondo sabía que tenía razón.

Cuando el silbato volvió a sonar, mis piernas tardaron unos segundos en reaccionar; al contrario que mi compañero, quien salió corriendo en seguida por el circuito. Traté de dar grandes zancadas, pasando sobre las colchonetas antes de llegar al primer obstáculo. Allí me detuve de golpe, temiendo tropezar y acabar en el suelo. Retrocedí varios pasos ante la mirada atenta del profesor y no esperé a que me dijera algún comentario poco agradable antes de continuar corriendo.

*****

Me dejé caer sobre mi cama, decidida a no moverme hasta que fuera estrictamente necesario. Seguía sin comprender qué hacía yo en aquella escuela; se veía claramente que los demás alumnos eran mejores que yo en las actividades que realizabamos, aunque yo tratara de esforzarme. ¿Qué tendría que ver mi marca de nacimiento con el propósito de aquella escuela? El problema era que había tantos secretos que era imposible descifrar nada.

Todavía quedaba un rato antes de la hora de comer, y yo tenía pensado aprovechar cada segundo de ese preciado tiempo sobre mi cómodo colchón. Sin embargo, una voz interior me decía que si realmente quería descubrir los secretos de aquella extraña y peligrosa escuela, tendría que ponerme en pie y hacer cosas.

Desde el día del simulacro tenía un asunto pendiente, aunque no había encontrado el momento para ello. Apoyé las manos sobre las sábanas ahora algo arrugadas de mi cama, y me impulsé hasta levantarme. Cogí mi teléfono móvil de la mesilla y tras comprobar el tiempo que me quedaba, salí de la habitación. Por suerte, ahora conocía el camino hasta la habitación de León; justo al otro lado del largo pasillo. Y, aunque era bastante probable que él no estuviera allí; teniendo en cuenta que siempre iba de un lado a otro del edificio en los ratos libres, caminé en su búsqueda.

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