16. Heridas

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Había pasado casi una hora desde que comenzamos a buscar a nuestras amigas, pero no había ni rastro de ellas. Ayudamos a algunos alumnos a acabar el ejercicio o salir de sus escondites. El simulacro había acabado. Sólo quedaba un lugar por mirar, aunque cruzaba los dedos porque no estuvieran allí; la enfermería.

Nos fijamos en uno de los mapas que había colocados en la pared y seguimos el camino indicado. Al abrir la puerta pasó junto a nosotras una enfermera que parecía estar muy atareada. Una fila de camas recorría cada lado de la habitación, y en todas ellas había personas heridas; algunos más que graves que otros.

- Creo que hay unas 40 personas, - observó Carol - seguramente estén aquí.

Por una parte quería que así fuera, pero por otra deseaba no encontrarlas allí; eso significaría que el simulacro no había acabado bien para ellas.

Empezamos a caminar entre las camas, buscando alguna cara conocida. Ver a tantos alumnos en ese estado no me gustaba nada.

- ¡Chicas! - nos llamó Carol - ¡Venir deprisa!

Samantha y yo intercambiamos una rápida mirada y fuimos a donde estaba Carol.

- ¡Ari! - exclamé observando a la paciente. Su cuerpo estaba peor que el de Samantha y el mío - ¿Qué te ha ocurrido?

Me lancé a darle un abrazo pero rápidamente me separé por si le hacía daño.

- Tranquilas chicas; - respondió ella - estoy bien. Supongo que fui demasiado cabezota y me negué a finalizar la pelea hasta que hubiera acabado con ellos.

- Nuestra guerrera Ari - dijo Carol sacándole una sonrisa.

- Siento tener que cortar el momento, - interrumpió una voz a nuestra espalda - pero tengo que ponerle una inyección en el brazo.

Nos dimos la vuelta para contemplar a la chica alta vestida de colores oscuros que nos sonreía. Murciélago no parecía tener heridas ni rasguños, aunque tal vez los hubiera curado ella misma. Nos apartamos a un lado para que pudiera acercarse a nuestra amiga.

- ¿Tú también eres enfermera? preguntó Samanta evitando mirar la aguja que le estaba colocando a Ari.

- No, - respondió Murciélago concentrada - pero había muchos alumnos a los que curar, y me presenté voluntaria para ayudar.

Yo estaba segura de que no podría hacerlo; no tenía miedo a la sangre, ni a las agujas, pero estaría nerviosa sabiendo que tengo otra vida en mis manos.

- Mi madre lo era; - añadió mientras se colocaba unos guantes de látex - ella me enseñó cuando era pequeña.

Una sonrisa triste apareció en su cara. ¿Es que estaba muerta? Tenía curiosidad, pero decidí no preguntar; no era un buen tema sobre el que hablar.

- Bueno, - sacudió la cabeza, como intentando quitarse algún pensamiento - vuestra amiga estará bien dentro de unas horas; ahora debería descansar.

- Nos vemos luego Ari. - se despidió Carol, y se giró hacia nosotras - Vamos, tenemos que encontrar a Annie.

****

Levanté la vista del suelo cuando Carol bajó las escaleras.

- ¿Alguna noticia? - preguntó Samantha a mi lado.

Ella dirigió su mirada a otro lado y apretó la mandíbula. Nada. Habíamos recorrido la escuela entera de nuevo; pero no había ni rastro de Annie. ¿Qué le habría pasado? Una imagen de Annie ríendo en las mesas del comedor me vino a la cabeza. Ella era tan dulce y tímida... no podía pensar que le hubiese pasado algo.

Carol se sentó en el suelo junto a nosotras con la espalda en la pared. Ya habia perdido la esperanza de encontrarla pero mi cuerpo no parecía querer aceptarlo.

La puerta de la enfermería se abrió y Sapo salió cojeando levemente.

- Me han dicho que buscáis a Tigresa - asentí esperanzada - Delfín tampoco ha aparecido.

- Ella me da igual - contestó Carol seca.

- Chicas, yo también estoy preocupado. - suspiró - Si no fuera por este estúpido simulacro ahora Tigresa no estaría...

- Desaparecida. - le corté - Está desaparecida, y no se te ocurra pensar otra cosa.

- Muy bien; ¿y como la encontramos?

- No lo sé, pero lo haremos. - sin poder evitarlo comencé a sollozar mientras hablaba como cuando era pequeña - Estoy segura... lo haremos... estará bien...

El brazo de Samantha me rodeó los hombros, mientras Carol seguía mirando fijamente el suelo.

- Sapo - interrumpió una voz asomando tímidamente la cabeza desde la enfermería - oh, perdonar; no quería molestar.

La pequeña Pantera nos observaba desde el marco de la puerta, con las manos tras la espalda.

- Tranquila - sonrió Sapo - ¿qué querías decirme?

- Murciélago me ha pedido qué te traiga una muleta.

- Muchas gracias.

- ¿Vosotras estáis bien? - se acercó despacio, y se paró frente a Pingüina - Tú deberías entrar para que te curemos.

Ella se miró los brazos y asintió; todavía los tenía llenos de arañazos y tierra.

- Avisaré de qué estáis aquí; - posó su mirada en cada una de nosotras - Panda, Pato y... ¿tú cómo te llamas?

Aquello me sorprendió; ¿por qué conocía nuestros nombres y no el de Samantha?

- Pingüina - contestó poniéndose en pie.

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