40. Contracorriente (Final)

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2/2.

— ¡Nooo! — gritó Juan Carlos.

El hombre apretaba con fuerzas los puños mientras yo solo intentaba contener la rabia y toda la sobrecarga de emociones que llevaba encima.

Dejé la carta encima de la mesa de centro y me dirigí a unos de los guardaespaldas de mí mamá.

— Encargarte de la caja con los escorpiones — el hombre asintió mientras yo subía al último piso y me encerraba en mí habitación.

— Piensa, ¿Qué podemos hacer?— daba vueltas en mí habitación hasta que no pude más y empecé a romper todo.

— ¡TE ODIO! — grité con furia, el corazón me latía fuertemente y las manos me temblaban, la pared más cercanas sufrió una descarga de mí ira cuando comencé a golpearla.

Para cuando fui consciente, la pared estaba manchada de sangre y mis puños estaban masacrados.

Mí respiración era pesada y profunda sentía el sudor correr por mí rostro y mí corazón golpeando fuerte contra mí pecho, trate de calmar mí respiración y los latidos poco a poco fueron bajando dejando un temblor en mis manos

Fui al cuarto de baño y metí mis manos  bajo el agua del lavamanos y mire como desaparecía la sangre de mis nudillos dejando pequeñas heridas un poco abiertas.

Hasta que vi mí reflejo.

Tenía grandes bolsas oscuras bajo mis ojos, mí mirada era oscura y el cabello desarreglado, estaba un poco más delgada que la última vez.

Había perdido, mí venganza me había llevado a un punto de egoísmos y frustración que me negaba a ver lo que poco a poco iba sembrando y solo tuve que esperar que todo me explotara directamente en la cara para darme cuenta que había perdido tanto y ganado poco.

Perdí mí vida y todo por lo que un día llegue a trabajar.

Me consideraban una criminal despiadada.

Perdí a mí familia. Pues está no volvería a ser jamás como antes, pero sobre todo...

...Perdí a la mujer de mí vida, por qué aunque la ame con toda mí alma y ella me ame a mí igual, es por ese amor que no podría permitirle que sacrifique su vida por mí.

Y en ese momento algo finalmente rompió la llave dentro de mí.

Y empecé a llorar, lloré por todo, lloré por mí, por mí familia, por mis amigos, por ella, lloré por nosotras y por ese hubiera que no existe y que tanto hubiese amado.

Lloré como hace tanto no lo hacía, liberando una cantidad pura de dolor, y es que no me sentía débil al llorar, me sentía débil cuando no lo lograba por qué era ahí cuando mis emociones se acumulaban y me era casi imposible cargar con tanta frustración y emociones.

...

No sé cuánto tiempo paso pero cuando ya las lágrimas no salían pude sentir un peso menos en mí corazón, la angustia todavía estaba pero había drenado un poco la cargas de esta herida que he llevado por algunos años.

Salí de la habitación y vi el desorden en esta.

La puerta fue abierta con fuerza.

— ¡Se donde estan!— gritó Amalia, mí corazón brinco.

— ¿Cómo?, ¿Donde? — pregunté mientras corría detrás de ella.

— Luego te explico solo se que van rumbo a un hangar que está a unas dos horas de aquí — respondió saliendo al garaje.

— Nunca llegaremos a tiempo — reproché.

— Si nos vamos en estás llegamos a tiempo— ella señaló la colección de mis motos de carrera y sin pensarlo yo tomé una y ella otra ambas salimos a toda velocidad, Amalia iba adelante guiando hasta que un Lamborghini se colocó a mí lado y bajo la ventanilla.

Labios CompartidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora