Capítulo 34

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Addison se despertó algo triste esa mañana. Era un viernes completamente nublado y frío, de esos típicos de invierno en Seattle; pero también era su último día de trabajo antes de su baja por maternidad. Baja que, obviamente, Derek había insistido incansablemente para que se la tomara y Sophia no le había dejado otra opción.

Mientras se terminaba de alistar frente al espejo, pensaba en eso. Ella sabía que era la mejor decisión, ya no soportaba estar tanto tiempo de pie, la bebé pesaba ya 2,500 kg y su cintura era la que más la padecía. Sería mentira si dijera que no le molestaba trabajar así.

—No estes así... no te darás cuenta y ya tendrás a la bebé en brazos. Falta muy poco, amor.

—Me hubiera gustado seguir hasta las 37 semanas...

—Addie, vamos, ya habíamos hablado de esto. Tu trabajo requiere demasiado esfuerzo físico. Tienes ocho meses de embarazo bien plantados. No puedes agacharte, ni estar tanto tiempo de pie, mucho menos sostener a tus pacientes. Sabes que no es una cuestión de ganas sino de salud. No estás en condiciones de ser una buena médica en ese estado. No puedes correr, no puedes hacer esfuerzos de más. No es aconsejable.

—Ya lo sé, no sigas diciéndolo como si no lo supiera. Lo vivo todos los días en carne y hueso.

—Son solo unas semanas, Arizona se encargará muy bien de tus departamentos.

—Lo sé, no desconfío de eso. Es simplemente que... me gustaría estar ahí siempre... mis pacientes me necesitan.

—Tu hija te necesita más. Es momento de ponerla como prioridad a ella.

—Siempre será mi prioridad. No hace falta que me lo recuerdes. Córrete, me estas tapando la luz —dijo intentando delinear sus ojos.

—Eres hermosa aún estando enojada, ¿sabias? Esa arruga que se forma entre tus cejas es adorable.

—¿Me estás llamando vieja?

—No...

—Porque tú eres el que cumple 40 el mes que viene. Yo sigo perteneciendo un año más al club de los treinta.

—Me sigo sintiendo joven. Soy un feto.

—Un feto cuarentón. Ya es hora de ir cortando el cordón umbilical con tu madre, eh.

—Me caes mal a veces —se rió.

—Me amas.

—Quizás...

—Me amas, admítelo.

—Te amo y luces hermosa con esa pancita y esa cara de gruñona.

—Soy una pelota con piernas.

—Hermosa —besó su mejilla.

—Último día, eh —sonrió Bailey acercándosele. Estaban en la cafetería del hospital.

—Oh, no me lo recuerdes. Podría largarme a llorar aquí mismo.

—Oye, sé lo que se siente... de hecho fuiste tú la que me mandó a casa en una silla de ruedas —levantó una ceja.

—Lo siento... era por tu salud y la de Tuck —tomó un sorbo de su chocolate caliente.

—Bueno, lo mismo digo. Es por tu salud y la de Olive.

—Willa.

—¿Se llamará Willa?

—Hmm... al parecer.

—¿Que pasó con Olive?

—Al padre no le gusta.

—Oh...

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