Alteza

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Su carruaje llegó a Yuei por la mañana, antes que el sol alcanzará los valles; y antes del mediodía se hallaron frente al palacio de la familia real donde su prometido lo esperaba.

Ninguna de las dos familias reales había tenido la fortuna de ser bendecidas con una hija, todo el mundo temió que sus dos reinos jamás se unirían en una alianza.

Por fortuna, cuando cumplió los diecisiete años de edad el mundo se enteró que el único heredero al trono de la familia Midoriya era un doncel, y fue maravillosa la noticia, pues después de todo habría una alianza entre Yuei, el reino de los Midoriya y Drakkar reino de los Bakugo, hogar de los dragones.

Casarse jamás estuvo en los planes del heredero Bakugo, pero haría de todo por proteger a su reino, así que aceptó, escogió las joyas más bellas de su colección de tesoros para dárselas cómo regalo a su prometido, e inició su viaje.

Ahora, mientras recorría los pasillos con dirección a la sala del trono fue que pensó en qué demonios se estaba metiendo casándose con alguien de quién ni siquiera conocía su rostro.

Que su prometido fuera un sujeto horrendo importaba muy poco en realidad, tenía parientes que lo hacían funcionar al menos durmiendo en la misma habitación, pero llevando su vida por separado, con amantes y concubinas, al menos de esa forma no se mataban entre ellos. Con darle un heredero a ambos reinos sería suficiente.

Se resignó a ello y siguió a su escolta hasta la sala, dónde apenas entró se encontró con un caos.

—¡¿Dónde se metió?! —gritó la que él creía era la reina Inko— ¡Hoy, de todos los días tenía que ser un irresponsable!, ¡encuéntrenlo!

La reina estaba por gritarle al rey, cuando Kirishima anunció la llegada de la familia Bakugo con una fanfarria, el guardia pelirrojo a veces era demasiado despistado para su propio bien.

Los reyes de Yuei, los sirvientes y los guardias quedaron helados ante la presencia de sus invitados.

La reina saludó con cortesía, disimulando sus nervios los hizo pasar a tomar el té. Entre charlas fue que Katsuki notó que el desaparecido al que todo el mundo buscaba desesperadamente era su prometido, el príncipe Izuku. Y no pudo soportar pensar que el maldito cobarde había huido.

Se levantó y se dispuso a buscarlo con los guardias, no dejaría que un niño caprichoso arruinará el destino de sus reinos.

Dos horas después entendió que quizás estaba en medio de algo serio. No faltaba ningún caballo en el establo, los pobladores no lo habían visto, ni siquiera las mujeres guardias que lo cuidaban sabían dónde se había metido, a pesar de que eran muy buenos amigos, ¿entonces dónde se había metido el príncipe?

—No crees que huyó ¿o sí? —preguntó su segundo guardia, Kaminari, mientras los tres recorrían los jardines de nuevo, acompañados de un puñado de guardias de Yuei.

—¿Y si lo secuestraron? —se unió Kirishima.

—Ni siquiera lo conozco, pero no creo que sea de los que se retracta de algo como esto —respondió Katsuki—, por cuánto lo quieren sus guardias no creo que sea capaz de huir y dejarlos a su suerte.

—¿Entonces dónde se habrá metido? —suspiró Kaminari.

—¡Aquí! —Se escuchó un grito amortiguado que salió de un lugar desconocido.

—¡¿Alteza, dónde está?! —gritó una de las guardias del príncipe, Ochako Uraraka.

—¡En el silo!, ¡ayúdenme!

A la derecha del grupo había un enorme contenedor de semillas pegado a un costado del granero, el silo era el sitio en donde de alguna forma el príncipe se había metido.

Los guardias y el príncipe Bakugo unieron esfuerzos para arrancar las puertas del contenedor, pues no había otra manera de abrirlas. Cuando las puertas cedieron por el suelo se desbordaron las semillas que meses de trabajo les dieron, junto a montones de paja, y de entre el desastre, un príncipe de alborotada cabellera como esmeralda rodó por el suelo.

Desde el suelo, el príncipe Midoriya levantó la cabeza para respirar, pues había pasado horas ahí metido.

—Gra… —Se detuvo en seco al ver a un imponente hombre de ojos como el hierro al rojo vivo mirándolo con una mezcla de curiosidad y diversión— -sias.

La reina Inko llegó para romper el ambiente, regañó al príncipe mientras lo ponía de pie y se lo llevaba lejos, no podía permitir que la primera imagen que su hijo le estaba mostrando a su prometido era de él cubierto de paja y semillas.

—¿Y cómo fue que se metió ahí? —preguntó Kirishima cuando vió a la reina y al príncipe desaparecer por una esquina.

Con su pregunta, otros dos bultos se levantaron entre las semillas, dos jóvenes doncellas, una de largo cabello rosa brillante, una de corto cabello negro, ambas cubiertas de semillas y paja.

—Se fueron, es hora de huir —dijo la pelinegra.

—Tomaré tu palabra —siguió la de cabello rosa—. Antes que Ochako nos descubra.

Se sacudieron y huyeron sin reparar en los tres caballeros extranjeros que las miraban con curiosidad. Definitivamente la gente de ese reino era muy extraña.

[...]

Horas después un gran banquete estaba dispuesto para los invitados y los anfitriones. Mientras los reyes conversaban sobre los detalles de la boda, los más jóvenes escuchaban en silencio, y cierto príncipe de ojos escarlata miraba con diversión a su prometido. Pronto descubrió que el muchacho de las mejillas pecosas tenía cierto encanto por su forma juguetona de ser y su sonrisa perpetua.

El príncipe Izuku estaba sentado junto a su prometido, jugando con una de las mujeres que lo había acompañado en su travesura en el granero, la chica estaba parada en una esquina del salón, pues era una sirvienta, mientras hacía gestos para hacer reír al príncipe Midoriya y el chico le devolvía las bromas.

Los juegos se interrumpieron cuando la reina Inko miró a su hijo con severidad, entonces el príncipe tuvo que bajar la mirada, resignándose a ser “un señorito” como decía su madre. El príncipe Bakugo se sintió mal por la expresión triste de su prometido y por alguna razón desconocida para él, decidió hacer algo para devolver esa hermosa sonrisa al rostro del otro príncipe. Tomó de su plato un guisante, lo puso sobre su cuchara, apuntó y disparó justo al centro de la frente de Kaminari. Su guardia soltó un grito de terror mientras se llevaba las manos a la cara, el pobre recibió las miradas de reproche de las reinas y reyes, mientras los príncipes y el resto de guardias contenían sus risas.

—Lo siento… —se disculpó el guardia rubio, volviendo su atención a su plato.

Cuando los reyes dejaron de mirarlo decidió vengarse arrojando un guisante a Bakugo, quien lo esquivó consiguiendo que Kaminari le diera a Ochako. Y mientras Kaminari suplicaba que algún ángel del cielo bajará a salvarlo, Izuku tuvo que refugiarse en el brazo de su prometido para que su madre no viera cuanto le estaba costando contener sus risas.

Aún no habían hablado, ni siquiera sabían la edad del otro, pero una cosa era clara, aquel matrimonio arreglado sería uno muy divertido y estaría colmado de amor.

KatsuDeku [One-Shots]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora