Eternamente mío

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Dejó la fiesta en honor al compromiso de su hija y recorrió los pasillos solitarios, subió por las escaleras del salón principal cargando los pesados holanes de su vestido. El taconeo estruendoso anunciaba su furia con cada paso.

Le llevó meses planear aquella gran fiesta, tuvo que recurrir a muchas de sus mejores técnicas para convencer a su esposo, el duque, de dejarlo invitar a todos sus amigos, de servir el mejor vino, de llamar a esa orquesta cuya música tanto le fascinaba. Todo para que su caprichosa hija, Todoroki Ochako, decidiera fugarse con su prometido a mitad de la celebración.

Llegó azotando la puerta, sin importarle interrumpir la conversación de los jóvenes. Lo que vió lo dejó congelado.

El fino vestido de seda brillante que mandó a confeccionar para su hija estaba hecho jirones en el suelo, destrozado. Su hija estaba de cara a las sábanas de su cama, con su prometido detrás de ella, estaban cometiendo un pecado mortal, ni siquiera estaban casados aún y ya se habían entregado al otro en un acto carnal tan repulsivo.

—¡Suéltala! —ordenó desde la puerta, completamente furioso.

Aquel extraño caballero que llegó de tierras lejanas apartó la mirada de su hija y la dirigió a él. Algo en esos inquietantes ojos escarlata envió un escalofrío helado por todo su cuerpo, Izuku quiso correr, necesitaba buscar a su alfa.

—Quieto —ordenó el hombre, e inexplicablemente el cuerpo de Izuku se congeló en su sitio—. Cierra la puerta y ven aquí.

Su cuerpo se movió al compás de las órdenes que recibió. Cerró la puerta y entró a la habitación dando pasos cortos. La única cosa de la que aún era dueño, era su mirada cargada de miedo; una que le causó infinito placer a ese hombre tan extraño.

Su nombre era Katsuki Bakugo, un conde, llegó a ese pueblo ostentando poder y fortuna, Izuku y Shoto creyeron que sería una buena opción para casarse con su pequeña. Pero ahora teniendo frente a él esos ojos que refulgían como el fuego ardiente, encantadores e indescriptiblemente hipnotizantes; junto a los blancos colmillos que resplandecían por su filo, fue que se dió cuenta del terrible error que cometió.

Le abrió las puertas de su hogar a un vampiro.

—Desnúdate —ordenó el hombre, repasando su cuerpo con la mirada.

—No, por favor… —suplicó Izuku—. Estás comprometido con mi niña, y yo estoy casado…

Su voz se quebró cuando sus manos se deshicieron con premura de los botones de su chal, dejando al descubierto el pronunciado escote de su vestido, que tanto se esmeró en ocultar. El hombre se relamió los labios al ver la prenda caer al suelo. Tomó los largos cabello de Ochako y la obligó a levantar la cabeza.

Su hija tenía la mirada pérdida en la nada, incapaz de darse cuenta que su madre estaba frente a ella, mirándola con horror.

—Has criado una buena hija, que será una buena esposa, pero temo que su sangre no me satisface… Su aroma es dulce, pero su sabor amargo… Solo necesito comprobar si el sabor cambia contigo…

Devolvió a Ochako a la cama con desdén, como si su pequeña fuera solo un trapo sucio ante él. El hombre bajó de la cama y fue hasta Izuku, disfrutando del miedo que causaba a su presa con cada paso, divirtiéndose con la expresión entre sorprendida y avergonzada que inundó sus facciones.

—Tu aroma también es delicioso… —susurró, estrellando su aliento cálido contra el cuello desprotegido de Izuku.

La madre omega de la familia Todoroki apenas pudo soltar un jadeo cuando aquel hombre le arrancó a tirones el corsé, luego las faldas de su vestido. Terminó sobre la cama en el lugar que antes ocupaba su hija, quien había sido botada en uno de los sofás, aún con la mirada pérdida y el rostro pálido.

—Deja de mirarla, ¿acaso no soy yo tu prioridad, querida madre? —acusó el hombre.

—No —lloró Izuku—, no quiero que le hagas más daño.

—No la tocaré de nuevo, lo prometo. Lo único que pido a cambio es que ocupes su lugar. Llora para mí, gime y grita mi nombre.

—Estoy casado… —respondió ocultando la mirada.

—Entonces deberás gritar más fuerte, para que ese patético humano sepa que ya no le perteneces.

Katsuki sujetó las mejillas sonrosadas y regordetas del omega, estrujándolas entre sus dedos de garras afiladas. El omega dejó sus lágrimas silentes brotar, y la criatura que lo acorralaba contra la cama dejó un beso demandante en sus labios.

No había un sabor distinguible, pero en ese contacto había pasión y deseo, una calidez genuina que en todos sus años de casado jamás sintió. Por primera vez desde el día de su boda arreglada sintió deseo por un hombre. La lengua ajena exploró su boca, él exploró con sus manos el cuerpo de su amante, los fuertes músculos y la piel fría.

Cuando los poderes sobrenaturales de la criatura hicieron mella, Izuku se convirtió en ese ser perfecto que Katsuki había ido a buscar.

Su cuerpo respondió a las caricias, y su voz solo alcanzaba para gritar el nombre de su nuevo dueño: Katsuki.

La madre omega fue puesta en tantas posiciones aquella noche, Katsuki corrompió su cuerpo sobre la fina cama de su hija, lo tomó sobre el escritorio de la habitación, dejó que sus gritos se colaran más allá de la puerta; lo volvió eternamente suyo.

Luego de esa noche, en algún lugar lejano una boda se llevaría a cabo. El rey de los vampiros tomaría por esposa a un mortal.




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Y ya, procedo a desaparecer otra semana...

-D.K.

KatsuDeku [One-Shots]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora