DADDY | parte III

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Una semana después de que los tortolitos cambiarán las miradas coquetas por besos a escondidas, Izuku pasó de ser llamado muñeca a señora Bakugo a modo de broma por parte de los hombres que trabajaban en la granja de Yagi. Al conocer el apellido de ese hombre rubio Izuku pudo darse cuenta de que se había metido en algo muy serio.

La familia Bakugo manejaba una gran hacienda en esa prefectura, cultivaban arroz y eran de los principales productores de sake en la región, por lo tanto según había entendido en una seria conversación con Chiyo, Katsuki era un hombre rico que tenía trabajando en su hacienda a decenas de personas; la única razón por la que el mismísimo jefe prestó ayuda a Yagi fue porque vió en la estación de trenes algo o alguien que llamó su atención.

Katsuki Bakugo había descuidado un poco sus labores en su hacienda por ir detrás de una muñequita de la ciudad. Al saber eso Izuku no pudo dar la cara por un par de horas, eran declaraciones demasiado vergonzosas para su pobre corazón. Se suponía que iba ese lugar para ser un hombre y dejar de ser gay (según la extraña lógica de su padre), pero en su lugar terminó consiguiendo un sugar daddy que le cumpliría cada capricho, como sucedió cuando dijo que quería una bebida que solo vendían el la ciudad más próxima, para la cena de ese día esa bebida ya estaba en la mesa.

Tuvo sus dudas como siempre, solía sobrepensar cada decisión, aunque en ese asunto su corazón pedía ser escuchado con latidos desenfrenados. Había un hombre en su vida que lo miraba con profundo cariño, le dedicaba las palabras más tiernas y lo trataba como al más bello tesoro. La razón pedía pensar las cosas con claridad, pero el corazón quería quedarse ahí y ser amado.

Habría una gran fiesta en el pueblo, Yagi y Chiyo tenían que visitar al alcalde para estar enterados de todo, por eso pidieron a uno de sus amigos más cercanos que cuidara de Izuku por un día.

A primera hora de la mañana Katsuki ya estaba ayudando a un adormilado Izuku a montar un pura sangre de color blanco, mientras los dueños de la pequeña granja ponían en marcha su camioneta.

—Cuídalo bien Katsuki, si algo le pasa sabré a quien golpear —amenazó Chiyo desde el asiento del copiloto.

—No se preocupen yo lo voy a cuidar muy bien —respondió con un tono lujurioso, mientras apretaba a Izuku más cerca de él.

Izuku sintió algo extraño con la cercanía al hombre detrás de él, decidió fingir que nada sucedía y despedirse de sus cuidadores con una sonrisa. Les esperaba un día agitado y por ello deseó que todo saliera bien.

En cuanto la camioneta se puso en marcha Katsuki agitó las riendas para galopar por los caminos. Izuku tuvo que aferrarse con fuerza a la silla para no caer mientras escuchaba tras de sí la risa de ese molesto hombre rubio. Sin embargo, aún con la velocidad del caballo pudo apreciar el amanecer, ese lugar era hermoso cuando uno se tomaba el tiempo de apreciarlo.

Solo les tomó unos pocos minutos llegar a la hacienda de los Bakugo, un lugar enorme y hermoso construido para albergar grandes plantaciones y cientos de personas en sus habitaciones. Katsuki bajó del caballo luego de atravesar el portón principal, tomó las riendas para que Izuku pudiera disfrutar de un corto paseo mientras admiraba todo lo que quizás en el futuro también sería suyo.

Al final lo ayudó a bajar del caballo sujetando fuertemente su cintura, aunque no lo devolvió al suelo, caminó con él entre sus brazos mientras se besaban cada cinco pasos, como un matrimonio de recién casados llegando al hotel donde pasarán la luna de miel.

—Bienvenido a su futura casa, joven Izuku Bakugo —celebró Katsuki tras atravesar las puertas.

El más pequeño pudo haber reído de no ser por el asombro que lo invadió, la casa parecía enorme por fuera, pero en realidad era inmensa, con altos techos y piedras incrustadas como decoración en los muros.

KatsuDeku [One-Shots]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora