Cicatrices

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Su mano tembló frenéticamente cuando estaba a unos centímetros del botón de volumen de su pequeña bocina, tenía miedo, ¿pero de qué?, el monstruo que solía dormir en la segunda planta ya no estaba.

Cuando por fin subió un poco el volumen se quedó inmóvil por algunos segundos, como si de pronto pudiera escuchar los pasos amenazantes bajando los escalones, sin embargo eso no sucedió. Solo había dos personas en la casa, y su pequeña seguramente no había despertado aún.

Salió de su estupor y volvió a pararse delante de la estufa para terminar el desayuno. Se concentró en las suaves notas que estuvieron perdidas tanto tiempo, hasta que tuvo en la sartén dos sándwiches de salchichón y queso, aunque no paró de cocinar aún cuando los dejó en el plato.

Un sonoro bostezo lo sacó de su ensoñación, al girarse encontró a su pequeña Nat parada en el umbral de la cocina.

—Buenos días mamá —saludó aún bostezando.

—Buenos días cariño. ¿Te lavaste la cara antes de bajar?

—Sí mamá —respondió su pequeña cuando se sentó a la mesa.

Él dejó uno de los sándwiches frente a su hija, un plato con galletas y un vaso de leche achocolatada, luego continúo su labor.

—Mamá, ¿cuándo vendrá papá?

La pregunta lo dejó congelado, luego, tras respirar profundamente, respondió:

—Vendrá el viernes cariño y podrás pasar el fin de semana con él.

—¿Podemos pasar el fin de semana los tres juntos?

—No lo creo cariño… —respondió distante.

Fue entonces que se dió cuenta que, luego de haber cocinado dos sándwiches para ellos, había comenzado a preparar un par de huevos fritos para papá, quien llegaría hasta el viernes.

—Cielo, ¿por qué no desayunamos viendo caricaturas? —invitó intentando controlar el temblor en su voz.

Su pequeña festejó, inmediatamente después bajó de un salto, tomó su plato, su leche y fue corriendo a la sala de estar donde se hallaba el televisor.

Izuku permaneció frente a la estufa, mirando los huevos a medio hacer. Hacía un par de semanas, sentados a la mesa de un colorido restaurante familiar, él y Katsuki le habían explicado tan delicadamente como podían lo que significaba el divorcio; cuando mamá y papá ya no podían estar juntos y uno se quedaba a vivir con los hijos mientras el otro los visitaba de vez en cuando.

Creyó que Nat lo entendería, sin embargo, pensaba que siempre sería difícil aceptar algo como eso. Tuvo que tragarse las ganas de llorar y limpiar las lágrimas que se habían acumulado en sus ojos. Tomó su plato junto con su taza de café y se encaminó a la sala para sentarse junto a su hija.

Nat veía animada la persecución entre un gato y un ratón mientras saboreaba su desayuno. Izuku sonrió al verla, y de nuevo tuvo que obligarse a deshacer el nudo en su garganta. El divorcio significaba que los años felices se desvanecían con el dictamen de un juez, que las mañanas cálidas se volvían solo recuerdos, y la vida se tornaba de color gris.

Katsuki le había dejado la casa y desde el principio le dió más dinero de pensión de lo que había quedado establecido, no solo porque se preocupaba por Nat, sino porque se preocupaba por Izuku. Aún así, él sabía que tenía que encontrar un trabajo pronto, Nat entraría al primer grado en enero, necesitaría muchas cosas y no quería depender para siempre de Katsuki.

—¿Mamá, no tienes hambre? —preguntó su pequeña devolviéndole a la realidad.

—Sí, mucha —respondió, apresurándose a comer su sándwich.

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⏰ Última actualización: Sep 09 ⏰

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