Izumi (Izuku) Midoriya

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Solía observarlo demasiado, ese chico de las pecas tenía algo que resultaba cautivador, algo que lo motivaba a no quitarle los ojos de encima. Eso sucedió desde hacía tiempo, jugaba con Izuku desde que eran niños, pero solo ahora es que su curiosidad por él le resultaba tan extraña.

Izuku fue quien había decidido alejarse, de pronto se fugaba temprano de las clases, cancelaba sus planes para jugar y no respondía los mensajes. Katsuki había entendido la indirecta, Izuku ya no quería estar cerca de él, y aunque le dolió tuvo que aceptarlo.

Aquel día estaban por empezar la primera clase después del descanso para comer. Katsuki entró al aula en el momento justo en que uno de esos malditos acosadores idiotas le arrancó a Izuku la mochila. Eso causó que todas sus cosas quedaran desperdigadas por el suelo.

Poco importaron los cuadernos con dibujos infantiles, las envolturas de dulces o las demás cosas de nerd, importaron los labiales, las pinzas para el cabello y las brochas de maquillaje que volaron por los aires y quedaron esparcidos por toda el aula.

—Eres un maldito marica, Midoriya —se burló uno de los estúpidos niños, quien sostenía uno de los labiales que Izuku llevaba consigo.

—S-son de mi mamá —intentó defenderse, aún con la voz quebrada y el cuerpo tembloroso.

—Tú madre es una zorra mojigata, ya la hemos visto. No nos engañas.

—Al maldito nerd le gusta ser una nena… —habló un tercero—, vamos a jugar un poco Midoriya, ¿quieres?

La forma en que tomaban sus cosas del suelo y se acercaban a él con esa sonrisa espeluznante en el rostro lo llenó de horror. Izuku salió corriendo del aula con las lágrimas inundando sus ojos. Estaba aterrado y tenía el corazón destrozado, el secreto que llevaba años ocultando tan bien había quedado expuesto por culpa de un montón de imbéciles, su vida había terminado, nunca lo dejarían en paz, tendría que cambiarse de escuela, pero con todos los problemas que tenía su madre en casa eso ni siquiera era una opción.

Se escondió detrás de los árboles en la parte trasera de la escuela, no podía volver a casa, no podía presentarse ante su madre con los ojos hinchados, porque ni siquiera a ella le había contado la verdad. No podía decirle que no se sentía cómodo cuando lo llamaba su “hijo”, no podía encontrar las palabras para explicar que se sentía como “ella”, que le gustaba usar faldas y vestidos, que se maquillaba, que en las redes sociales se llamaba a sí misma por su verdadero nombre, Izumi.

Enterró su rostro entre sus piernas, sintiéndose el peor bicho raro del mundo. Había nacido como un chico, destinado a llevar pantalones y ser masculino, fuerte, imponente, tosco, pero eso no era su esencia, no podía ser sin importar cuanto lo intentó. Y cada vez que pensaba sobre ello terminaba reprochándose por ser un raro, como habían dicho sus compañeros “un marica”. Eso lo destrozó.

Ni siquiera notó cuanto tiempo estuvo ahí, escondido entre las hojas secas de los arbustos.

Sus sollozos fueron los que guiaron los pasos de Katsuki, quien se había saltado el resto de sus clases del día para buscarlo.

Lo encontró hecho un ovillo entre la maleza, sentado en el fango y con las espinas enterrándose sobre su uniforme escolar.

Se acercó despacio para no asustarlo y quitó de su camino uno de los mechones de cabello de Izuku, quien respondió haciéndose más pequeño en su sitio.

Quizás debió notar ese secreto de su amigo, debió prestar más atención, debió comenzar a dudar cuando Izuku sugería jugar al papá y la mamá siendo él la madre por supuesto, o quizás desde que prefería jugar con las niñas a las muñecas que unirse al resto de chicos que jugaban a las luchas. Quizás debió preguntar cuando Izuku se quedaba demasiado tiempo frente a los escaparates que anunciaban ropa para chicas.

KatsuDeku [One-Shots]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora