Capítulo 6: ¿Cuál será nuestra historia?

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Para crear una mentira perfectamente creíble se debe comenzar con el principio. Nombre, edad, educación, hobbies, historia, posibles traumas y patrones de personalidad, pero sobre todo debe de estar mezclado con la realidad porque no hay nada que se derrumbe más fácilmente que una completa mentira sustentada en nada.

No sería nada complicado para la gente rica contratar a un detective privado si la historia que le venden no cuadra y es por ello que Edward siempre era tan minucioso en su trabajo y nunca había sido descubierto.

Lo primero que revisé y memoricé fue su perfil envuelto en su nuevo papel pensando en cómo eran datos similares pero no completamente del mismo Edward.

Alessandro Caruso.

Edward Carswell.

Edad: 35 años.

32 años.

Nacimiento: 24 de diciembre del año 1981.

14 de diciembre de año 1984.

Deportes: rugby, esgrima y tenis.

Bajé los documentos y lo miré.

- ¿Rugby, esgrima y tenis? - Le pregunté al hombre en cuestión que acababa de terminar una llamada y se sentaba frente a mi en uno de los sillones de su oficina.- ¿No los odias con todo tu ser?

- Que los odie no significa que sea malo en ellos.- Edward respondió antes de tomar su tablet aflojando el nudo de su corbata negra y procediendo a leer mis nuevos datos.- Livia Conti, 32 años, ocupación: trabajo en una florería. Deportes: ninguno. Hobbies: tejer, nadar, jugar ajedrez, pintar y jugar a las cartas.

-¿Tejer, nadar, ajedrez, pintar y jugar? - Cuestioné con una ceja arriba.- De una vez agrega que me faltan más metas en la vida que ser ama de casa y llena de crías.

- Eso no se necesita escribir en el reporte.- Edward se burló.- Se da por sentado.- Me crucé de brazos, mirándolo de mala manera, pero él prosiguió retomando su seriedad.- Alessandra Romano es fanática de tejer, Bianca De Luca asiste a un club de natación todos los jueves por las mañanas, Carmina Lombardi es fanática del ajedrez, Chiara D'angelo pinta, pero lo que todas tienen en común es que se reúnen para jugar a las cartas los viernes en la tarde.

- ¿Y no sería demasiado sospechoso que yo sepa de cada una de las cosas que a ellas les gustan? - Cuestioné, pero Edward negó.

- Lo sería si fueras perfecta en cada una de las actividades, pero solo tu decides por cual mostrar predilección y cual solo vas a realizar para acompañarlas. Será tu propio tablero, Adele.- Edward respondió.- Y sobre la florería, así nadie se sentirá extrañado que visites el lugar donde tus "padres" te criaron, pero podrás entregar y recibir información del exterior para mí.

- La reina tiene siempre más libertad que el rey, ¿No es así? - Sonreí de lado y Edward estuvo de acuerdo. Suspiré grabándome el nombre.- Entonces, ahora soy Livia y tu eres Alessandro.- Me recosté en el respaldo del sillón.- ¿Cuál será nuestra historia?

- Nos conocimos en una escuela pública de nivel superior y nos enamoramos por completo, pero nos separamos después de algunos malentendidos, te mudaste al exterior y por ello perdiste tu acento, pero volvimos a encontrarnos cuando me volví millonario y te propuse matrimonio porque no había podido olvidarte.

- Que romántico.- Murmuré.

- Quería seguir la idea de la pasión italiana.- Se encogió de hombros.

- ¿Y qué tipo de malentendidos? - Cuestioné.- Los hombres aceptan ese tipo de historias sin más, pero las mujeres piden detalles. Muchos detalles.

- ¿Y qué es lo que tienes en mente? - Edward preguntó.- ¿Infidelidad por una de las dos partes?

- Es demasiado cliché y fuerte. Además, hay que ser estúpida para volver con un hombre o mujer que te fue infiel. Teniendo en cuenta que en la escuela superior y no muy lejos de ser alumnos llenos de hormonas e inestabilidad podría decir que yo comencé a sentirme insegura.- Dudé por un instante.- Podría decir que fue porque siempre estabas rodeado de mujeres hermosas y me alejé, por eso pensaste que no te quería, pero cuando te volví a ver me di cuenta de que serías siempre el primer y último hombre en mi corazón, que nunca hubo ni habría nadie más que pudiera reemplazarte.

Se instaló un pesado silencio entre nosotros, junté mis manos nerviosa, moví mi pierna sintiendo una opresión en el pecho por todas las verdades que acababa de soltar en un solo momento, con él frente a mí y podría jurar que los iris de Edward se oscurecieron un poco, antes de escucharlo reír.

- Eso es bueno, sonó muy convincente.- Dijo poniéndose de pie, camino a la barra de su oficina y sirviéndose un trago.- Tu nivel de compromiso me hizo sentir un poco falto.- Se pasó una mano por el cabello.- Trabajaré para ponerme a la altura.

- Normalmente las mujeres somos más sentimentales y exageradas con ese tipo de cosas.- Negué.- Solo estaba considerándolo. No creo que a sus esposos les interese nuestra historia de amor.

- Tienes razón.- Él se acercó con otro vaso en su mano y lo puso frente a mí.- Pero también tengo que convencer a esas mujeres de que soy devoto a mi nuevo matrimonio, porque un solo susurro de ellas en el oído de sus maridos podría llevarnos a la ruina.

- Bueno.- Levanté las manos hacía su corbata y la ajusté de nuevo, pero no tanto como para que le resultara incómodo.- Al menos puedes dejar de preocuparte porque una de ellas susurré cosas malas sobre ti.

- ¿Quién? - Cuestionó.

- Yo, tu esposa.- Sonreí acercándome a él al tiempo que lo jalaba hacía mi.- A menos que quieras te diga cosas malas al oído, amore mio.- Lo solté y me alejé un poco con humor, pero Edward no se movió de su lugar y en cambio parecía tener una expresión indescifrable en su rostro. Sonreí nerviosa esperando no haberme pasado, pero es que me había parecido tan guapo al verlo cerca de mi que sin pensarlo tomé una probada de lo que quería.- ¿Y? ¿Qué te pareció mi actuación? - Le pregunté nerviosa, pero perdí por completo el aliento cuando él tomó un mechón de mi cabello y lo besó justo en frente de mí, atravesándome con la intensidad de sus iris verdes.

- Mi piacerebbe sentire qualunque cosa tu abbia in mente, mia bellisima moglie.- Dijo con un acento italiano tan natural que me derretí al instante, pero lo que más me dejó en el limbo fue la traducción de sus palabras "Me encantaría escuchar lo que tengas en mente, mi hermosa esposa". Edward me soltó y se alejó de lo más normal.- ¿Entonces? ¿Respondí adecuadamente?

- Ah, si...- Desvié la mirada.

Tan bien que me mojó las bragas.

Maldito seas Edward Carswell.

Misión: Dejar de amarlo. Contratiempos: Él. (II libro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora