El paisaje en Rusia siempre se veía y sentía gélido. Los altos edificios de Moscú no atraparon mi atención ni las calles amplias por las que transitaba el automóvil, sino más bien mis propios recuerdos de Edward y la mañana siguiente a esa noche en la que había despertado con el olor a comida penetrando en mis fosas nasales.
No habría podido decir mucho más que el olor a panqueques y eso me había puesto de buen humor de inmediato e incluso ahora podía sentir el olor a casa en mi nariz, haciéndome sentir calmada y mucho menos ansiosa por lo que se avecinaba.
***
Me despejé de las sábanas para entrar a mi cocina donde estaba Edward colocando un plato con una torre de panqueques.
- Huele delicioso.- Dije sentándome en la barra y observándolo a él. Edward no tenía la camiseta puesta y en realidad solo llevaba los pantalones puestos y un mandil, así que era muy divertida la imagen, por lo que no pude evitar mirarlo con diversión.
- ¿Cómo me veo? - Se dio la vuelta con desvergüenza.- Planeo esforzarme para ganarme tu corazón de nuevo y pensé que cocinándote sería un buen comienzo.
- Tal vez.- Tomé un panqueque y la miel para preparármelo. En verdad tenía mucha hambre... pero me detuve al ver la ceja levantada de Edward. Ah, ¿Qué esperaba? ¿Qué pidiera su permiso para comer...? Ahh, tal vez sí. Sonreí con coquetería y puse los cubiertos abajo antes de hablar.
- Mi excelentísimo superior, solicito su autorización para proceder a tomar mis sagrados alimentos.- Originalmente la frase no iba así, pero la modifiqué solo un poco. Recordé que cuando era primer año no podía comer si mis años superiores no lo autorizaban y Angelique siempre se molestaba por eso. Ella siempre odió las reglas de superioridad del más fuerte sobre el débil, por eso comía bilis cada vez que le pedía permiso a alguien para comer, pero a mí me daba igual, cumplía las reglas y ahora incluso era divertido molestar a Edward con ello.
Edward hizo una señal con su mano en la que me autorizaba comer, pero sacudió ligeramente su cabeza como si le sorprendiera mi audacia.
- En realidad quería preguntarte si prefieres café o leche.- Dijo con creciente humor.
- ¿Tengo cara esta mañana de apreciar la leche, Edward? - Cuestioné en cambio de manera mordaz.
- ¿Quieres? - Cuestionó de manera sugerente y terminé negando, entendiendo el significado de sus palabras.
- Café.- Dije algo avergonzada y entonces mientras se restauraba el silencio tomé los cubiertos sintiéndome culpable. ¿No acababa de engañar a Jasha? Me sentí repentinamente culpable y no podía entender por completo lo que había pasado la noche anterior o porqué había actuado sin pensar en mis propios principios morales una vez Edward me besó después de confesar que me amaba y ese era otro asunto que también me hizo sentir algo insegura. ¿Podía dejarme llevar por sus palabras? Estaba asustada y al mismo tiempo aliviada sin saber el motivo, pero en realidad una gran parte de mi quería solo dejarse esconder en los brazos de Edward y huir de lo que me hacía sentir mal, ¿Pero eso era correcto? Sabía que no lo era, pero tampoco podía dejarme llevar como antes únicamente por mis sentimientos.
Debía de pensar, pero sobre todo... Miré a Edward.
- Voy a pensar en lo que me has dicho, sobre amarme.- Dije con cautela, observando que su expresión también se había vuelto sería.- Pero primero quiero volver a Rusia.- Debía de asumir mi responsabilidad y decirle a Jasha la verdad, confesar que le había engañado y devolverle el anillo, porque una vez termine con su confianza, lo mejor sería retirarme.
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Misión: Dejar de amarlo. Contratiempos: Él. (II libro)
RomanceAdele pasó la mitad de su vida amando a un hombre sin ser correspondida, esperando pacientemente hasta que él aceptara la tensión que prácticamente se podía respirar entre ellos, pero incluso después de casi dar la vida por él nunca recibió nada más...