Capítulo 39 🚘

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—¿Americana? —Apenas escucho su voz, doy un brinco y limpio bien mis lágrimas para bajar las manos—

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—¿Americana? —Apenas escucho su voz, doy un brinco y limpio bien mis lágrimas para bajar las manos—. ¿Qué es todo esto? —insiste y escucho sus pasos, pero sigo sin girarme, viendo solo a Emma. Ella también me mira y también tiene los ojos rojos por llorar—. ¿Alguna de las dos va a hablar? —cuestiona Mikhail.

—Emma me está enseñando a preparar tu desayuno favorito —explico, girando para verlo. Tiene su ceño fruncido y sus ojos viajan de nosotras al bol en la encimera.

—¿Y por qué llorabas? —insiste, dando otros pasos para acercarse más. Paso saliva.

—¿De verdad quieres vivir con una persona que ni siquiera sabe cómo te gustan los huevos? —suelto. Mikhail parpadea primero, luego alza una ceja y vuelve a ver el bol para terminar viéndome a mí y saborear sus labios.

—Americana, quiero vivir contigo para compartir cada segundo de nuestras vidas, no para que te conviertas en mi cocinera. Puedo poner a diez cocineros para ti sí quisieras, no te quiero cocinando mientras te pueda tener sobre mí, devorándome —declara, cogiendo cada lado de mi rostro.

Los colores suben a mi rostro al recordar a Emma presente, pero mi corazón late emocionado por sus palabras.

—Entonces, ¿no vas a aburrirte de mí? —musito y él gruñe, soltando mi rostro para cogerme por las nalgas y alzarme, sentándome en la encimera. Abro los ojos de par en par, viendo a Emma—. Mikhail —le recuerdo en un siseo.

—Emma, danos un momento —pide Mikhail sin apartar su vista de la mía, pero yo sí la aparto para ver la sonrisita estúpida de Emma al salir de la cocina.

—Mikhail, podemos hablar después —susurro muy bajito, con la cara caliente por la vergüenza.

—Mírame, americana —ordena, pero no suena amigable. Incluso suena molesto. Paso saliva y lo veo—. ¿Por qué demonios crees que me aburriré de ti? ¿Te he dado señales de que eso pueda suceder? —cuestiona serio, viéndome a los ojos.

—Solo tengo miedo —musito.

—¿A qué?

—A esto, Mikhail. Así no es cómo pasan las cosas en los libros. Se supone que cuando se meten a vivir juntos, es porque ya tienen un plan a futuro. Tú me lo has pedido así sin más, y siento que lo haces solo para poder estar seguro de que estoy bien mientras que tú te encargas de tus cosas —explico.

—¿Y eso no es suficiente? —replica. Arrugo el rostro—. El quererte bien, Megan. ¿Cómo puedes esperar que diga que te amo, pero que no te lo demuestre? ¿No crees que con querer que estés bien, ya te estoy diciendo lo que siento por ti? —interroga. Paso saliva.

—Yo te amo, Mikhail —confieso por primera vez, viéndolo directamente a los ojos cuando los suyos enloquecen y comienzan a recorrer todo mi rostro con desespero—. Te amo desde antes de saber cómo se sentía amar —prosigo y me atrevo a tomar su rostro con ambas manos.

—¿Y cómo se siente? —pregunta, introduciendo sus manos por dentro de mi blusa para tocar mi espalda con libertad. Sonrío.

—¿Amarte? —pregunto y él asiente—. Como lo más bonito que he sentido nunca —confieso.

—Estuve leyendo —suelta. Arrugo el rostro por el cambio tan repentino que ha dado, pero después lo estiro porque entiendo que él no esté listo para decirlo aún.

—¿Cuál libro? —pregunto, siguiendo la corriente, pero bajo mis manos hasta dejarlas en sus hombros.

—Ese que me dijiste que leyera para saber lo que querías que te hiciera. Dejaré claro que jamás voy a compartirte con otro hombre —advierte y yo río al saber que se refiere a Pídeme lo que quieras—. Pero. No, mejor ven conmigo —pide, moviendo sus manos para bajarme de la encimera.

Vuelvo a arrugar el rostro porque no estoy entendiendo nada de todo esto. Coge mi mano y tira de mí para que lo siga, veo el bol con el batidor.

—Pero iba a cocinar —me quejo. Me mira por encima de su hombro sin detener su paso.

—Luego lo haremos juntos —promete y, solo eso, ya hace que mi corazón se hinche de felicidad.

Dios mío, estoy hasta las trancas por este hombre.

Nos despedimos de Emma con un movimiento de nuestras manos y subo al auto cuando Mikhail abre la puerta para mí. Lo veo ajustar su saco mientras rodea el auto y luego sube, encendiéndolo de una vez para acomodar su cinturón. Lo veo, parpadeando cuando pone el auto en movimiento por la velocidad con la que conduce.

Paso saliva cuando sigue de largo en un semáforo en rojo y un auto nos pita a un lado.

—Mikhail, la casa no va a moverse de sitio, tranquilo —le digo, sujetándome bien de mi cinturón de seguridad.

—Ya vamos a llegar —responde y reduce un poco la velocidad hasta que ya veo la entrada a la mansión y las rejas se abren en automático a cada lado cuando presiona el botón del mando a distancia.

Como no me advierte que él va a abrirme, no espero que lo haga y cuando baja por su lado, abro mi puerta para imitarlo. Me mira mal, pero niega con la cabeza cuando sonrío en su dirección. Rodea el auto y vuelve a tomar mi mano sin decir absolutamente algo a alguno de los trabajadores.

Apenas entramos a su habitación, camina directo hasta la cama sin soltar mi mano y coge un libro de debajo de su almohada. Me lo ofrece y ahora sí me suelta.

—¿Podrías abrir la página 231 y leer el párrafo 16, por favor? —pide mientras veo la portada de pídeme lo que quieras. Paso saliva y, sin verlo a él, abro el libro para buscar lo que me ha pedido.

Mi corazón se enloquece al encontrar la página, mis ojos buscan frenéticos el párrafo y luego, todo mi sistema enmudece al leerlo.

—Eso es lo más cierto que he dicho en mi vida, americana. Y eso es lo que siento por ti —promete Mikhail cuando una lágrima cae sobre la página del libro. Lo veo—. Eres lo mejor que me ha pasado nunca —sentencia, repitiendo las palabras de Eric en el libro.

Vuelvo a bajar la mirada al libro, releyendo la frase y sonrío de oreja a oreja.

—Si no te he dicho que te amo no es porque no lo sienta, americana, quizá solo estoy esperando el momento exacto para hacerlo —dice. Lo veo, aun sonriendo.

—Cuándo te dije que leyeras el libro para que supieras lo que quería, no me refería a los tríos o compartirme con otros —aclaro, viéndolo a los ojos. Amo sus ojos azules—. Sino a la parte en la que la ata a la cama —susurro, instalando en sus ojos un fuego incesante. Gruñe.

—¿Quieres que te ate, americana? —pregunta con la voz enronquecida, poniendo mis pezones tan duros como sé que es su pecho. Muerdo mi labio inferior y dejo el libro en la cama, sentándome a un lado para acomodarme después y quedar con mis manos y rodillas apoyadas en el colchón.

Mikhail maldice desde afuera.

—Y que me azotes el culo mientras me follas el coño —confieso jadeante y expectante.


Mikhail tipo: Bueno, ya que insistes, jajajajaja.

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