12. Iván

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  (A los 12 años.)

La campana sonó, indicando el fin de las clases. Era el último día de clases.

Todos mis compañeros, incluyéndome, estábamos deseosos de que por fin llegaran las vacaciones de invierno y poder disfrutar de la nieve, andar en trineo jalado por perros y disfrutar bajar a toda velocidad en esquís del monte Elbrús.

Dimitri y yo disfrutábamos de las guerras de bolas de nieve que se armaban camino a casa, ya que el instituto no se encontraba lejos de nuestros hogares, mi padre accedió (después de mucho suplicarle y temer que me golpeara) a dejarme ir caminando a casa.

La mamá de Dimitri nos había prometido llevarnos a ambos a pescar en hielo, una actividad que ellos hacían cada año, pues el hacerlo le traía viejo recuerdo a la mamá de Dimitri.

Yo nunca he pescado en hielo y al contárselo a Dimitri no dudó en invitarme, invitación que no estaba del todo seguro en aceptar pues dudaba que mi padre me dejara ir.

A él no le gustaba pasar tiempo de calidad entre padre e hijo, lo cual con el paso del tiempo aprendí a no darle importancia, tampoco permitía que me alejara de su radar de vigilancia.

Siempre estaba más concentrado en sus negocios, yo ya sabía que sus negocios eran turbios, pero aún ignoraba hasta qué punto.

Ese día por alguna extraña razón me demoré más en llegar a casa, Dimitri se había desviado unas calles atrás para ir a su casa, así que caminaba solo por la calle, cubriéndome la cabeza debes en cuando por alguna bola de nieve que se desviaba de su camino.

Mi casa era la más grande de la zona, estaba rodeada por un inmenso muro de piedra, las rejas de la entrada eran negras, y sobre ellas colgaba una placa color negro donde se distinguía la cara de un lobo aullando con el apellido Volkov escrito en letras plateadas debajo.

Después de las rejas se encontraba un inmenso jardín lleno de árboles, tan altos que impedían que se lograra ver la casa desde fuera. La nieve hacía que los árboles pareciesen una agradable foto de postal, de esas que mandas una vez al año deseando prospero año a tus seres queridos.

Al cruzar las rejas, deliberadamente camine más despacio de lo normal no tenía ganas de llegar a casa, en realidad, nunca tenía ganas de llegar a casa, me sentía solo, era una soledad asfixiante.

Los sonidos que había en la calle de alguna forma quedaban amortiguados al pasar las rejas, solo se escuchaban mis pasos por el camino de grava que conducía a casa.

Al llegar, Artem, un hombre de mediana edad, delgado y larguirucho, con el pelo salpicado de canas y con indicios de alopecia, con ojos oscuros y fríos como una noche de invierno, su nariz larga y respingada hacía que su cara se viera de manera aguileña, era nuestro mayordomo y por alguna razón veía más por mí que mi propio padre, me recibió en la puerta

Le dedique una sonrisa al pasar, una que no me devolvió, al escrutar su cara la sangre se me congeló y de inmediato supe que algo no andaba bien. Nos quedamos parados en el espacioso recibidor.

-Es bueno tenerte en casa de vuelta joven Iván-. Me dijo mientras tomaba mis cosas para ponerlas en su lugar.

-Gracias-. Me limite a decir.

-Tu padre quiere verte en su oficina-. Su voz sonó sepulcral.

Mi corazón comenzó a latir desesperadamente pidiéndome huir, trague saliva con dificultad.

- ¿Le has dicho ya sobre la pesca en hielo? -. Mis manos comenzaban a temblar.

-Sí, se lo comente, me dijo que quería verte en cuanto llegaras del colegio, así que no demores más y sube-. Podía ver un atisbo de preocupación en sus ojos.

El efecto rusoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora