26. Karina.

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Después de un día largo de compras, reuniendo los regalos de navidad para mi familia, Pamela y yo hemos decidido comer en un restaurante de comida italiana.

El mesero se ha llevado nuestros platos dejando frente a nosotros el postre, yo he optado por pedir una copa de helado y Pamela un trozo de tarta de frutos rojos.

Mientras hundo suavemente mi cuchara en el helado soy más consciente del dolor en mis hombros, debido a la tensión y me siento cansada.

El que mi padre saliera del hospital hace un par de días supuso para mí un gran alivio, pero no hizo que las pesadillas se fueran, las puedo sobrellevar cuando Iván duerme a mi lado, pero han sido dos noches que no ha llegado a dormir, y eso me estresa.

Me vuelve loca y mis pesadillas lo empeoran todo, pues al dormir la cara de Marcos aparece por todas partes una y otra vez, y cuando intento alejarme de él, el cuerpo de Iván yace en el suelo inerte haciéndome tropezar, y aunque estamos constantemente en contacto a través de mensajes o llamadas, eso no alivia el miedo que siento cada vez que sé, que se va a su otro "trabajo".

Quedarme sola en el hotel por las noches, me atormenta, no he querido ir a casa de mis padres para pasar lo noche ahí (aún conservan mi cuarto intacto) no quiero preocuparlos, sabrían de inmediato que algo me pasa.

Después de la pequeña charla que sostuve con Alan en el jardín dónde se llevó a cabo el homenaje a Nancy, sospecho que él sabe algo de Iván, pues nadie ha querido decirme de qué platicaron ellos tres esa noche en el cuarto de hospital.

Sabe que Marcos ya no existe y no sé, de qué más hablaron, mi papá no le ha dicho nada a mi mamá y eso hace que desconfíe, pues ellos siempre han sido cómplices el uno del otro y no se guardan secretos.

Iván sólo me aseguró que no les dijo nada más de lo necesario, y le creo, pues si hubiera sido el caso mi padre no estaría tan tranquilo ¿O sí?

-Ya, suéltalo-. La voz de Pamela hace que deje aún lado la tormenta que supone estar dentro de mi cabeza, alzo la mirada, y la deposito en su rostro, sus ojos me escrutan y lucen preocupados.

- ¿De qué hablas? -. Le digo evasiva.

-Llevas así todo el día, cabizbaja, contestando sólo con monosílabos, y diablos si vieras las ojeras que te cargas, comprenderás el porqué de mi preocupación.

-Estoy bien, es sólo el cambio de horario, ya me había acostumbrado al de Londres-. Miento mientras desvío la mirada a otra parte y trato de sonar convincente.

-Eres una pésima mentirosa, y me ofende el hecho de que creas que me voy a tragar esa estupidez-. Su voz suena algo molesta.

Me llevo la mano a la frente y me rasco aún sin verla a la cara, tal vez podría hablar con ella, porque es lo que necesito hablar con alguien que no sea de mi familia, pues cuando hablo con ellos, me miran con lastimas y me hacen sentir como si fuera una pequeña niña perdida e ingenua y eso no me agrada en lo más mínimo.

Alzo la vista en busca de Dimitri, sigue sentado a unas cuantas mesas de distancia de nosotras, no nos ha quitado los ojos de encima.

Aún no me acostumbro a su presencia, en Londres había aceptado el trato con facilidad, pero tal parece que se olvidó de él, y ahora no me deja sola ni un instante.

A decir verdad, me desconcierta un poco porque me he dado cuenta de que ya no me molesta, al contrario, me hace sentir segura, aunque ya no tengo de que preocuparme Marcos ya no está.

-Vamos, cuéntame lo que te pasa, estoy segura de que te podré ayudar de alguna forma-. Me encuentro con los ojos de Pamela, en ellos puedo ver honestidad.

El efecto rusoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora