15. Karina.

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(A los 20 años.)

La lluvia golpea con fuerza la ventana de la sala que da para la calle, mis padres y mi hermano se han ido a comprar la comida.

Me siento tan deprimida que no quise acompañarlos. La televisión de la sala está prendida, pero la tengo puesta en silencio, la luz que emana la tele es la única en la casa, estoy envuelta en una cobija y echa bola.

Mi relación; si es que se le puede llamar así, con Marcos, al fin terminó, se fue por el caño, y no dejo de pensar en todo el tiempo que perdí estando con él.

No dejo de pensar en estos tres años que pasé a su lado, en cómo me alejé de mis amigos por él, sólo para mantenerlo feliz y que no se enojara, dejé de hacer muchas cosas por él.

Dejé de maquillarme, de usar los vestidos y las faldas que tanto me gustaban porque él me lo exigió argumentando que sólo él podía disfrutar de mi cuerpo y yo le creí, me perdí a mi misma con tal de tenerlo feliz.

Tan perdida me siento que incluso el ballet ya no me llena, ya no siento mis alas al bailar, Ruth la coreógrafa de la compañía en la que trabajo me ha quitado el papel principal y me ha dejado como la suplente.

Creí que era el amor de mi vida, que algún día cambiaría, pero no fue así, y doy gracias a que mi papá me abrió los ojos. Desde que se dio cuenta mantuvo varias conversaciones conmigo, sólo él sabía cómo me tratada Marcos, yo siempre negaba todo, le decía que Marcos cambiaría, ya me lo había prometido pero esa promesa nunca llegó.

Mi papá sabía que nada de lo que me dijera me haría cambiar de opinión hasta que yo abriera los ojos y me diera cuenta por mí misma en lo que me había metido, y tenía razón ya ni siquiera me reconocía en el espejo, cada vez que me miro en el veo todos los defectos que Marcos me señalaba.

Una vez mi papá estuvo a punto de ir a golpear a Marcos, pero se lo impedí, no soporté la idea de que Marcos le pusiera una mano encima a mi padre y esa fue la gota que derramó el vaso.

Por unos instantes estuve en los zapatos de mi papá y comprendí cómo se sentía él, al verme las marcas que quedaban en mi cuerpo cada vez que Marcos se enojaba conmigo, comprendí su dolor, y comprendí que quien te ama no te lastima, no te insulta ni se burla de ti, no te menosprecia.

Me armé de valor y terminé con Marcos, hoy fuimos a los juzgados a solicitar una orden de restricción, con todas las evidencias que presenté ahora Marcos no puede estar a menos de un kilómetro de mí.

Tendrá que mudarse de casa; ya que nos separan cinco casas, y no creo que eso le agrade mucho, sólo quiero que esté lo más lejos de mí, no quiero volver a verlo ni saber nada de él, quiero pasar página y recuperar las riendas de mi vida, quiero volver a sonreír libremente sin tener que dar explicaciones a nadie.

Quiero volver a vivir.

El sonido de la lluvia ha comenzado a relajarme y el sueño llega a mí poco a poco, estoy a punto de dormirme cuando suena el timbre, me incorporo algo sobresaltada.

Me levanto y sin hacer ruido me acerco a la puerta, quien quiera que sea toca desesperadamente y forcejea con la puerta.

- ¡Karina!

Al escuchar la voz de Marcos me quedo congelada.

- ¡Abre la maldita puerta!

Noto como el pomo de la puerta se mueve, el pánico se apodera de mí y corro a apagar la tele, aunque la cortina de la ventana está cerrada no quiero correr el riesgo de que la luz de la tele se cuele por alguna rendija y se dé cuenta de que hay alguien en casa.

El efecto rusoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora