13. Karina.

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Sus ojos grises me llaman, me hipnotizan, poco a poco me acerco a él, me toma de la cintura y me carga, da un par de vueltas sin dejar de mirarme, me deposita con suavidad en el suelo.

Su fragancia inunda mis fosas nasales, surtiendo un efecto embriagador, toma mi mano y la estira, sus labios casi me rozan al recorrer la trayectoria que va de mi hombro hasta llegar a la punta de los dedos.

Su aliento cálido me llena de electricidad, siento como la sangre que corre por mis venas comienza a hervir, me suelto de su agarre y comienzo a revolotear alrededor de él como una pequeña mariposa, en busca de una flor en la cual posarse, sus manos me vuelven a atrapar.

Me envuelven. Me aprietan. Me calientan.

La música nos invade, recorre ferviente nuestros cuerpos haciéndonos flotar, siento mis alas emerger, grandes y fuertes capaces de hacerme volar alto.

Hasta la luna.

Hasta sus ojos.

Él me sigue el ritmo, pero aun así siento como le cuesta trabajo volar ¿Acaso sus alas están heridas?

Con mis manos busco su cabello para poder enredar mis dedos, mil sensaciones recorren mi cuerpo, pidiéndome más, haciéndome adicta a su dulce tacto, a la luna resplandeciente que veo en su mirada

Deposito mis ojos en sus labios, los deseo. Deseo saborear esos gruesos labios por toda la eternidad, sentirlos recorrer cada parte de mi ser y nunca cansarme.

Coloco mis manos alrededor de su cuello, sin dejar de mirarlo, siento como mi corazón mete quinta, toma velocidad y late desenfrenadamente cuando él me toma delicadamente por la cintura y me acerca más y más.

Muy despacio, tan despacio que resulta agonizante, tan lento como si temiese que un apretón de más me fuera a romper en mil pedazos.

La distancia que hay entre los dos ha desaparecido, nuestros cuerpos encajan a la perfección llenando el espacio vacío, como si fuesen dos piezas perdidas de un puzle que al fin se han encontrado, el magnetismo que nos atrae es cada vez más fuerte e inevitable.

Su cabeza comienza a bajar, clava su mirada en mis labios, su mandíbula se tensa, noto como frunce el ceño, su mirada se llena de oscuridad, veo como las nubes grises envuelven sus ojos llevándose su brillo, dejando oscuridad a su paso.

Siento la tormenta rugir en mi interior, de improvisto me veo en la cima de un edificio, estoy parada justo en el borde.

Delante de mí se extiende un puente colgante que conecta con otro edificio que está justo enfrente, el puente luce frágil e inestable, quiero dar un paso atrás pero no puedo, algo me bloquea, una especie de barrera invisible me impide retroceder, el viento sopla furioso a mi alrededor haciéndome tambalear.

La desesperación está a punto de apoderarse de mí cuando miro hacia abajo, no hay más que oscuridad, no puedo vislumbrar el fondo, tal vez no existe. Siento una opresión en el pecho impidiéndome respirar, haciendo que me duelan los pulmones.

Fijo la mirada en el edificio de enfrente, hay alguien ahí dándome la espalda, mi corazón da un vuelco al reconocer a la persona que se encuentra del otro lado.

- ¡Iván! -. Grito lo más fuerte que puedo desgarrándome los pulmones, para lograr que me escuche a través del viento que sopla feroz sin dar tregua.

Noto como lentamente se gira en mi dirección, en su cara alcanzo a percibir dolor. Cierta ansiedad se apodera de mí, quiero llegar a él, quiero terminar con su dolor.

Miro hacia abajo, el puente está a unos centímetros de mi pies, el viento hace que el puente se mueva de un lado a otro, la madera de los tablones cruje con las sacudidas dando la impresión de que en cualquier momento puede romperse y hacerme caer a la oscuridad.

El efecto rusoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora