8. Karina.

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-No. Puede. Ser-. Es lo primero que sale de mi boca al abrir la puerta del apartamento.

Y no es de asombro, si no de espanto.

Hay cajas por todos lados, donde mire veo cajas, y la mayoría tienen el nombre de Héctor.

Cuando envíe mis cosas, se me hizo una exageración enviar siete cajas, pero Héctor en verdad que exagero, fácil son más de quince cajas.

-Arrasaste con la casa de tu mamá ¿No es así? -. Le digo a Héctor burlonamente, mientras nos adentramos y dejamos nuestras maletas de lado.

-Si ahora te burlas, pero...- hace una pausa, se acerca a una de las cajas que están sobre la encimera, la abre-. Apuesto a que no se te ocurrió empacar una cafetera.

La risa brota de mí, diablos este chico me mata.

-Es broma ¿Verdad? -. Le digo incrédula.

-No, supuse que necesitaríamos todas estas cocas-. Señala las cajas que se encuentran esparcidas.

-Entonces si arrasaste con la casa de tu mamá-. Le digo entre risas.

-Claro que no, yo las compre, todo es nuevo-. Me dice un poco indignado.

-No puedo creerlo ¿También empacaste platos?

-Si por supuesto, todo lo indispensable que puedas imaginarte.

Héctor comienza a sacar distraídamente las cosas de la caja que ya ha abierto, de ella extraer además de la cafetera, una tostadora, licuadora y, no me lo creo, una waflera.

- ¿En serio crees que una waflera es indispensable?

-Pero por supuesto, me encantan los wafles, de vez en cuando me consiento.

Me guiña un ojo.

-Si Nancy la viera, se desmayaría, ya sabes lo estricta que era con nuestra dieta.

-Si... que sea nuestro secreto vale-. Sus ojos me miran con complicidad.

Comienzo a pasear la mirada por el apartamento. A primera vista se ve acogedor, no es muy grande, pero cuenta con lo necesario para vivir cómodamente.

La cocina es pequeña, lo suficiente para una estufa, frigorífico, lavavajillas y un par de estantes. La encimera, divide la cocina del comedor, la mesa que hay es simple, de madera, con cuatro sillas. La estancia cuenta con dos sofás que se ven muy cómodos, una mesita, el mueble de la televisión y la tele por supuesto. Hay tres puertas dos de ellas están juntas y la otra se encuentra del otro lado de la estancia. La curiosidad me gana y abro la primera puerta, es la que está más cerca de la entrada. Dentro hay un pequeño baño, supongo es el de visitas.

Abro la segunda puerta, que me lleva a una habitación, dentro hay un closet, una cama matrimonial, y un par de muebles más para guardar ropa y también cuenta con un pequeño balcón que da para la calle. Dentro de la misma habitación hay un baño.

"Genial, no compartiremos baño"

Aliviada, salgo de la habitación, Héctor ya ha abierto más cajas, y me doy cuenta de que en verdad no bromeaba.

Sobre la mesa ha dejado platos, vasos y cubiertos, en la encimera distingo un par de sartenes y otros utensilios de cocina. Al ver todo esto mis mejillas comienzan a acalorarse, aprieto los labios para aguantar la vergüenza que siento.

Dentro de mis cajas sólo hay zapatos, ropa, objetos sentimentales. Nunca pasó por mi mente empacar una olla. Comienzo a retorcerme los dedos nerviosamente, y las manos comienzan a sudarme.

Siento mi corazón acelerado, ahora es cuando me doy cuenta de la realidad. Decidí mudarme de país sin siquiera tener en cuenta este tipo de cosas, a comparación de Héctor, quien se ha tomado el asunto muy en serio.

El efecto rusoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora