31. Karina.

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Las manos de Dimitri me sostienen con fuerza y me saca de la oficina destrozada, me siento aturdida y desorientada, trato de comprender la actitud de Iván, algo debió de pasarle para que actuara de esa forma.

Mi corazón golpea con ímpetu mi pecho, quiero estar con él. Me necesita.

-Déjame regresar, por favor-. Le suplico a Dimitri, en cuanto llegamos a la sala, hace que me siente en uno de los sillones, se pone de cuclillas delante de mí.

El cabestrillo de su brazo herido se ha movido de lugar, me mira fijamente, la preocupación es evidente en sus ojos cafés, un rayo de sol le da justo en la cara, hace que su cabello castaño tome un color cobrizo.

-No puedo dejar que estés cerca de él cuando se encuentra en ese estado, espera aquí y deja que se calme.

No espera a que le conteste, se levanta y se va por donde vinimos, esta casa es tan silenciosa que alcanzo a oír cómo Dimitri cierra la puerta.

Un aire frío me recorre el cuerpo, hace que la piel se me erice, el silencio en el que me veo envuelta comienza por asfixiarme, sólo quiero estar con él.

Froto mis manos en mis muslos, están sudorosas y tiemblan ligeramente, miro a mi alrededor sin saber qué hacer, los muebles de la sala son muy elegantes, a simple vista se ve que la madera con la que están hechos es de la más fina que puede existir.

El tic tac del enorme reloj que ocupa lugar a un lado de la chimenea es lo único que rompe el silencio, los grandes ventanales están limpios a pesar del clima y me permiten ver a la perfección el enorme y lingo jardín que rodea la casa.

Está cubierto de nieve, es como ver una postal, por un instante siento que se trata de un bosque encantado, lleno de nieve y de criaturas mágicas invernales, siento que si salgo al jardín en cualquier momento entraría en las tierras de Narnia.

Tic. Tac. Tic. Tac.

Me levanto del sillón con los nervios de punta, me froto los brazos y camino hacia los ventanales, hay algo en esta casa que no me hace sentir cómoda, será quizás lo silenciosa que es, o lo enorme que es, sea lo que sea no me hace sentir a gusto.

Miro la hora en el reloj, ha pasado una hora desde que Dimitri me dejó aquí, quiero saber cómo está Iván, necesito ver que está bien.

Decidida salgo de la sala y recorro el pasillo que me lleva a la oficina donde están, al llegar ahí la puerta está abierta y no hay señales de Iván ni de Dimitri.

- ¿A dónde demonios se fueron?

Mi preocupación se hace a un lado para dar paso al enojo, ¿Cómo es posible que se largaran sin siquiera decirme?

Por el rabillo del ojo alcanzo a distinguir una figura, volteo y veo cómo el mayordomo viene en mi dirección.

-Venga por aquí por favor-. Dice en inglés con un acento muy raro, con su mano me indica el camino que debo seguir y comienza a caminar.

- ¿En dónde está Iván? -. Camino rápido para lograr colocarme a su lado.

-El señor Iván me pidió que le dijera que no se preocupe, tiene que resolver un asunto, en cuanto termine se reunirá con usted.

Siento mis mejillas arder, el enojo me corroe, no puedo creer que se marche dejándome así preocupada por él.

Salimos del pasillo y llegamos a la estancia, por un momento creo que nos dirigimos a la sala, cuando el mayordomo dobla a la derecha para un pasillo que pasa por debajo de las escaleras, después doblamos a la izquierda y entramos por una puerta que nos lleva al comedor, el cual es muy grande para mi gusto.

El efecto rusoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora