28. Karina.

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Viajar en avión con Iván me tranquiliza un poco más, después de una semana y media, estando en México, nos dirigimos de regreso a Londres, volver a despedirme de mi familia me dolió, pero no tanto como la primera vez.

Vamos en su jet privado, así que tenemos el lugar para nosotros solos, lo cual es algo frustrante ya que yo tengo mi imaginación en asuntos más interesantes, y él, no ha apartado la vista de esos papeles que lee tan concentradamente.

El ceño fruncido hace que se vea más serio de lo normal, lleva puesto un pantalón de traje color gris Oxford, camisa y corbata a juego, el sol que entra por la ventanilla del avión le da en la cara, hace que pueda ver a la perfección el color de sus ojos.

Vamos sentados uno frente al otro una pequeña mesa nos separa, la azafata me trajo un trozo de pastel de queso y zarzamoras, admito que me sorprendió que Iván recordara ese pequeño detalle, sé que se lo dije en el restaurante.

Mi restaurante.

Se escucha estúpido incluso en mi cabeza, y maldigo a Iván por no aceptarlo de vuelta, aun no entiendo ¿Para qué quiero yo un restaurante? Si no lo voy a manejar y ni siquiera lo visitare seguido, me queda claro que fue un capricho de él, a menos que...

Carraspeo para llamar su atención, no funciona, resoplo antes de hablar.

-Quiero hacerte una pregunta- él alza la vista, sin dudarlo hace los documentos a un lado prestándome toda su atención-, pero necesito que seas completamente honesto ¿Lo serás?

Siento como su mirada me traspasa, mis ojos se depositan en lo carnoso de sus labios, trago duro.

-Honesto es mi segundo nombre-. Sonríe de lado.

-No es gracioso-. Me enfurruño.

-De acuerdo- alza las manos derrotado-, seré honesto ¿Qué quieres saber?

- ¿Usarás el restaurante para almacenar o distribuir mercancía ilegal? Me retuerzo los dedos, nerviosa por debajo de la mesa, su rostro vuelve a tornarse serio, pero su mirada refleja diversión.

-Admito que su almacén me sería de mucha ayuda, ya que es grande y espacioso, pero no, como te dije el restaurante es tuyo, eso quiere decir que está a tu nombre y jamás te haría algo como eso.

La opresión en mi pecho que había hace apenas unos segundos, desaparece.

-Lo siento, sé que parece que desconfío de ti, pero es que, aun no entiendo por qué decidiste regalarme un restaurante-. Hablo agobiada.

-La respuesta a eso es sencilla, porque quiero, porque puedo y porque cuando se trata de ti, pierdo toda la razón-. Habla seguro de sí mismo, llegando a sonar incluso un poco arrogante, no me sorprende.

Le sonrío y me paro de mi asiento, discretamente me cercioro de que no hay azafatas a la vista, camino hacia él.

-Bien señor todo lo puede- me siento en cuclillas sobre su regazo-, espero que pueda con una mujer deseosa de usted.

-Son mi especialidad.

Dice mientras dirijo mis labios a su cuello y comienzo a besarlo, le doy un golpe en lo hombro por su comentario, lo cual lo hace reír.

Sus manos se posan en mi trasero y lo aprieta, después se cuelan por debajo de mi blusa y suben por mi espalda, haciendo que la piel se me erice, busca mis labios.

Su beso va impregnado de fuego haciendo que mi boca se funda con la de él, poco a poco va descendiendo hago mi cabeza hacia atrás para facilitarle el acceso.

Sin más me despoja de mi blusa y mi sostén, envuelve mis pechos con sus manos apretando mis pezones, su boca reclama mis pechos como de su propiedad, y debajo de mí, siento su erección pidiendo a gritos ser liberada.

El efecto rusoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora