EPISODIO 16

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ECOS

DRACCO

La mansión McFinnigan, se construyó hace diez generaciones y los cimientos de lo que somos hasta la actualidad lo forjo Demian McFinnigan. Fue el primero en sobresalir, hemos avanzado, evolucionamos y nuestro orgullo, ambición y poder, es la expresión máxima de la genética que nos corre por las venas.

Salgo de la casa con un par de tragos, disfruto del aroma cuando huelo y me acerco a mi abuelo quien espera en su silla de ruedas.

—Toma viejo fósil—sonrió cuando me mira mal.

—Más respeto con tu abuelo—se enoja, pero lo recibe—este viejo en silla de rueda aún puede ponerte en tu sitio.

No lo dudo.

—Bébelo, antes de que mi madre llegue y te lo prohíba—le doy un sorbo al mio y tomo asiento en el borde de la fuente que tiene tres cabezas de leones frente a él.

Mi madre lo mando a construir con el ultimo integrante. Cruella.

Dean me llamo y me exigió hablar con el,  por eso estoy aquí y es de las pocas personas que no le puedo decir no. La manta se le cae y dejo la copa a un lado, me pongo de pie para organizársela, hace una noche fría y sus ojos se encuentran con los míos y siempre he sabido de quien heredamos la mirada pesada.

—¿Que pasa fósil? —cubro bien para que el sereno no lo afecte—te noto pensativo.

Vuelvo a tomar asiento y bebo de mi copa mientras me armo de paciencia. No sé para que pidió hablar conmigo y parece esos días en que la amargura lo atropella y extraña a la abuela Vil.

—Héctor Winchester—comienza—¿sabes quién es?

Sacudo mi cabeza.

—No, quien es ese hombre—me armo de curiosidad, Deán de pequeño siempre capturaba mi atención con las buenas historias que nos contaba.

Recuerdo bien que podía pasar horas escuchándolo y nunca me cansaba cuando repetía la historia de mi abuela y la suya. Armas, sangre, llanto. Ingredientes perfectos para entretener a cualquiera.

—Ya te lo he dicho y te lo vuelvo a repetir, sobre los McFinnigan pesa una maldición y nuestro camino nunca es fácil para ninguno, está plagado de vidrio, espinas, no somos personas normales, y nuestro final siempre será estar en soledad.

—Siempre dices lo mismo.

—Es el precio por el poder, el dinero, el prestigio y gozar del respeto, el miedo y las comodidades.

—Yo no te veo solo abuelo—sacude su cabeza.

Recuerdo bien que estuvo más de un mes sin ganas de comer, más de tres meses sin salir de la casa, un año en el que no le hablo a ninguno, sin levantarse de la cama, parecía sin vida, andaba triste, no era mi abuelo y desde ahí entendí que el amor te puede destruir de la peor forma.

—Lo estoy hijo—palmea mi pierna—los tengo a ustedes, a tu padre, a tu madre—suspira—pero no tengo a mi reina, nuestra vida es un juego y en mi tablero hace falta la ficha más importante.

—El rey sin su reina muere—digo y bebe parpadeando varias veces para no llorar.

Mi abuela Vil. La recuerdo en todo momento, de noche, de día, en mis tristezas, en mis triunfos o mis alegrías y aunque ya no está en este mundo conmigo hace parte de mi porque siempre vivirá en mis pensamientos.

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