Capítulo 39. Humbert Humbert VI

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La casa era demasiado grande. La limitada energía humana no podía penetrar en ella, dejando un olor a profunda desolación.

Estaba tan falta de vida que la luz del sol, las flores frescas y las lámparas eran incapaces de dispersar esa sensación.

Se paró en el vestíbulo, inseguro.

Razonablemente hablando, este debía haber sido su hogar. Pero cada vez que ponía un pie en el inmaculado vestíbulo y veía la habitación llena de luz que entraba por los ventanales, su corazón se llenaba de terror.

Una suave música venía de arriba, una melodiosa voz femenina recitando repetidamente el estribillo. Se quedó un momento en trance, como si tuviera el vago presentimiento de que algo estaba a punto de pasar. Lentamente empezó a caminar hacia el interior.

La sensación de la luz sobre él se sintió extraña, pegajosa y fría, no como la luz del sol, sino como el viento durante una tormenta. Rozó sus antebrazos, dejados al descubierto por su uniforme de verano, haciendo que se le pusiera la piel de gallina.

Subió al segundo piso. La música se volvía más alta con cada paso, la familiar melodía clavándose en su pecho como una espina de pescado atorada en su garganta. Su respiración se volvió pesada, y él se detuvo, queriendo escapar de allí.

Pero cuando miró hacia atrás, descubrió que todo se había disuelto en la oscuridad; todo parecía estar arreglado, escrito y ensayado. Delante de él, solo había un camino, una dirección.

La oscuridad lo rodeó por todos los lados, obligándolo a subir por las estrechas escaleras, instándolo a abrir esa puerta...

Un fuerte rugido. Pensó que algo había estallado junto a su oreja. Entonces, miró hacia abajo y vio a la mujer en el suelo.

Su cuello estaba torcido en un ángulo extraño, y su cuerpo estaba teñido de una palidez rígida. Pero sus ojos estaban abiertos... Parecía como si su cuerpo estuviera muerto, pero su espíritu aún estuviera vivo.

La mujer lo miró directamente, dos rastros de lágrimas sangrientas cayendo por sus ojos. Gélidamente preguntó, —¿Por qué no me salvaste?

Su respiración se atascó y él retrocedió.

La mujer se arrastró hasta sus pies y estiró una mano manchada de muerte. —Puedes sentir todo. ¿Por qué me estabas evitando? ¿Por qué no me salvaste?

La mano fue envuelta por la oscuridad. La oscuridad parecía estar viva, tragándosela sin piedad. Ella soltó incesantes gritos y preguntas, luchando con todas sus fuerzas por alcanzarlo, pero estaba siendo llevada inclementemente por la oscuridad.

Instintivamente trató de alcanzar esa helada y lívida mano, escuchó los gritos, sintió que estaba cayendo sin control. De repente, algo lo tomó desde atrás. Su espalda se presionó contra un cuerpo sólido y cálido, y un par de manos lo rodearon, subiendo hasta cubrirle los ojos.

Percibió el leve olor a cigarrillos en esas manos de nudillos claros. Luego, a través del espacio entre sus dedos, hubo una explosión de luz...

Fei Du se despertó.

Estaba sentado en su propio estudio. Revisando un aburrido plan de proyecto, se había quedado dormido a la mitad de él.

Era por la tarde. Un frío viento lleno de humedad se filtraba por la ventana. En algún punto, el viento y las nubes se habían alzado afuera y una tormenta se estaba formando. Los rugidos y las luces en su sueño habían sido causadas por los truenos y los rayos. Su teléfono sonaba incesantemente, mostrando tres llamadas perdidas. Eso explicaba por qué había escuchado esa música en su sueño.

Los dos gatitos de LuoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora