La vida de Kate no ha sido sencilla ya que, durante toda su vida ha sido ignorada y despreciada por su familia.
Especialmente por su madre, quien creía que estaba recibiendo alguna especie de castigo divino al tener a una niña que era la viva image...
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Luego de alejarse varias calles, Harry finalmente se dejó caer en una banqueta jadeando a causa del esfuerzo. Se quedó sentado, inmóvil, todavía furioso, escuchando los latidos acelerados de su corazón. Pero después de estar diez minutos solo en la oscura calle, una nueva emoción comenzó a esparcirse dentro de él: el pánico. Estaba abandonado a su suerte y totalmente solo en el sombrío mundo muggle, sin ningún lugar a donde ir. Y lo peor de todo era que acababa de utilizar magia fuera del colegio, lo que implicaba, con toda seguridad, que sería expulsado de Hogwarts. Había infringido tan gravemente el Decreto de uso de magia en menores de edad, que le sorprendía que los representantes del Ministerio de Magia no hubiesen aparecido ya para llevárselo.
Le dio un escalofrío. Miró a ambos lados de la calle. ¿Qué le sucedería? ¿Lo arrestarían o lo expulsarían del mundo mágico? Pensó en Ron, en Hermione, y aún más en Kate. ¿Qué pasaría con Kate? Ella ahora estaría sola. Sola con todos esos groseros Slytherin, y él no podría estar para defenderla de ellos. Ese pensamiento lo entristeció más.
Harry soltó un largo suspiro, pero repentinamente, un extraño cosquilleo en la nuca le provocó la sensación de que lo estaban vigilando. Pero la calle estaba completamente desierta, y no brillaba luz en ninguna casa.
Abrió su baúl y de dentro sacó su varita mientras pensaba que, de todas formas, si lo iban a expulsar de Hogwarts por haber inflado a la tía Marge, un hechizo para hacer luz no podría hacer una gran diferencia.
— ¡Lumos! — susurro Harry. Y una luz apareció en el extremo de su varita.
Harry apuntó la luz hacía unos arbustos que se encontraban frente a él. Los miró con atención y noto que las hojas de estos se movían. Tragando con dificultad, Harry se levantó y comenzó a caminar hacia ese lugar apuntando su varita en dirección a los arbustos. Y mientras más se acercaba, Harry comenzó a escuchar unos gruñidos, como de un animal. Se acercó más y más, escuchando como los gruñidos se hacían cada vez más fuertes.
— ¡Aquí estás!
Harry sintió que el corazón se le salía del pecho.
— ¡Kate! — exclamó aun sosteniéndose el pecho donde su corazón latía acelerado —. Casi me matas del susto. Estuve a nada de lanzarte al suelo con mi varita.
