capitulo once

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Meddle About — Chase Atlantic

Blaise Sadler.

Las dos semanas faltantes para partir a Londres y jugar finalmente el torneo nacional, se fueron volando. Y no me percaté de ello hasta que estuve completamente a solas recargada en un pasillo desolado del hotel, comiendo una barrita integral.

Bajé a mitad de la madrugada al piso anterior al que me tocó, ya que lamentablemente era el único que no tenía una maldita máquina expendedora, y tuve un pequeña disociación respecto a mi entorno justo en ese momento.

No encontraba la felicidad que imaginé que sentiría al estar aquí, apunto de convertir unos de mis sueños en realidad.

Le di una mordida a la barrita integral. Quizás los problemas lograron arrebatar mi entera felicidad. A lo mejor debería de soltarme otro poco, hacer las cosas sin pensar, atreverme un poco más, disfrutar. Por primera vez no pensar en las consecuencias de mis actos.

Permitirme vivir un poco y soltarme de las cuerdas a las que me ataron por veintitrés años.

Era jodido que estuviese pensando en eso de empezar a vivir mi vida a esta edad, pero ni modo, era lo que tocaba.

A pesar de que estuve consciente de que alguien podía salir de las docenas de puertas frente a mí, no me preparé mentalmente lo suficiente cuando una de las puertas se abrió en seco.

Me incorporé de golpe, mi aura de paz deshaciéndose al igual que mi barra integral al caer al suelo.

—Mierda —mascullé aún con restos de la barra en mi boca, viéndola desparramada en el suelo.

—Dios, pensé que eras una maldita psicópata —siseó Alec. Ni siquiera necesité verlo para comprobar que era él, reconocía su modesto tono de voz.

—Me pagarás la barrita —dije y puso los ojos en blanco.

Un pantalón de algodón negro colgaba de sus caderas y... nada más. El imbécil no tuvo la decencia de ponerse una camiseta o algo. Aunque, bueno, no creo que se esperara ver a alguien en el pasillo a la mitad de la madrugada. Y la verdad no me molestaba tanto.

—¿Qué demonios haces aquí? —cuestionó también repasándome con la mirada y recordé que no llevaba sostén. Mierda.

—Lo mismo que tú.

Se acercó a la máquina y mientras el extraía sus cosas me agaché para recoger los restos de mi triste barrita. Cuando me enderecé con las migajas en la palma de mi mano Alec me tendía una barrita.

—Era broma —dije mirándolo.

—Bueno. ¿Y ahora qué quieres que haga? ¿La regreso o qué? —Espetó y tomó mi otra mano para dejar la barra sin darme oportunidad para discutir.

—Gracias —musité a pesar de su mal genio, dejé los restos de la barrita trozada en el bote que había junto a la máquina.

—¿Estás en este piso? —Recargó su cuerpo sobre su hombro en la máquina expendedora, abriendo el envase de ¿refresco? No tenía ni idea de qué era.

—No —respondí y el movimiento de su mano se detuvo, al igual que las venas sobre su dorso dejaron de marcarse.

—¿Y por qué estás aquí, entonces? ¿Acaso vienes a ver a alguien? —Indagó con cierto tonito divertido, aunque sus ojos no reflejaban diversión en absoluto.

—No —bufé. Qué ocurrencia tan estúpida. —En mi piso no hay máquinas expendedoras y tenía hambre.

—¿A las dos de la madrugada? —Le dio un trago a lo que sea que estaba bebiendo, provocando que la manzana de Adán que decoraba su garganta se moviera y me distrajera un segundo.

Escondidos entre mentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora