capitulo treinta y ocho

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The archer — Taylor Swift

Alec Ogden.

Removí el puré de papa para terminar de integrar los condimentos que acababa de añadir. De reojo, me aseguré de que la pechuga de pollo no se estaba dorando de más.

—¿París?

—No me digas así —ignoré su comentario.

—Ven aquí —era raro saber que estaba a mi alrededor pero no a mi lado y sin poder verla.

—No.

—Anda.

—No si sigues con lo de París.

—¿Por favor? —intenté, jamás aceptaría nada a cambio de olvidarme de su segundo nombre.

Escuché un suspiro y luego estaba a mi lado. Le sonreí enormemente.

—¿Qué?

—Nada. Solo quería que estuvieras aquí.

Tomó uno de los sazonadores, analizándolos, sin mirarme.

—Eres cursi.

—Alguien tenía que serlo —terminé el puré y lo dejé en la isla, volví a la estufa y para entonces Blaise ya estaba sentada encima del mesón. Antes de ir con ella, me aseguré de la cocción del pollo y le bajé la intensidad al fuego.

Me coloqué entre sus piernas, apoyando las manos en sus muslos.

—Quiero preguntarte algo —musité, trazando círculos con mi pulgar por encima del pantalón de algodón.

—¿El qué?

—¿Qué pasó en tu casa? —suavicé mi tono. No quería presionarla, pero tampoco me quedaría en paz al no saber lo qué la había hecho huir.

—No mucho —apartó la mirada, pero seguí sus ojos.

—¿Segura?

Guardó silencio. La tomé del mentón con delicadeza, obligándola a no apartar la mirada de mí. Claro que había pasado algo, se notaba en su mirada y en ella. Lo notaba.

—No quiero presionarte —aseguré —. Sé que no es fácil, pero necesito que me prometas que me lo contarás, Blaise. Ya no es necesario que oculte mi preocupación hacia ti, sabes que me importas. Me importas mucho.

—Lo sé —susurró. Dejó caer su frente sobre la mía y cerró los ojos un momento.

Ojalá pudiera entrar a sus pensamientos para así no tener que forzarla a hablar, pero tenía la certeza de que Blaise también necesitaba desahogarse. A ella también le ayudaría hablarlo con alguien.

Y preferiblemente me gustaría que se sintiera lo suficientemente cómoda para hablarlo conmigo.

—De acuerdo. Entonces, tómate tu tiempo —deslicé mi mano a su mejilla—. Cuando quieras contármelo, te escucharé. En el momento que sea.

Asintió.

—Sólo dime si estás bien realmente. Solo eso —pedí.

—Estoy cansada de ellos, es todo.

—Cuando quieras un descanso, puedes venir conmigo —sus preciosos ojos al fin me miraron—. Siempre que quieras.

Escondidos entre mentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora