capitulo diecinueve

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My blood — Ellie Goulding

Blaise Sadler.

Seguí contemplando a Amie desde el sofá que compartí toda la noche con Alec, no dormí demasiado pero el no haber estado sola me puso menos ansiosa.

Alec intentó que durmiera un poco trazando caricias en mi espalda y susurrándome al oído diversos temas y anécdotas. A cierto punto funcionó, dormí un par de horas, pero me desperté antes de que el sol saliera. Aún así, no me moví del sofá por no querer despertar a Alec, además de que estaba muy cómoda apegada a su cuerpo, con sus brazos rodeando mi cintura para no dejarme escapar, nuestras piernas entrelazadas al igual que nuestras manos sobre mi estómago y su respiración en mi nuca.

Mi hermana seguía sin despertar.

Realmente no sabía lo que había pasado y por eso mismo estaba aún más preocupada, no sabía la gravedad de la situación ni del golpe porque la única que había estado allí fue Shannon, además de Leigh. Sin embargo, ninguno de los dos diría la verdad.

Layla mucho menos sabía lo que pasó. Dijo que había ido a buscarme y en cuánto entró Amie ya estaba inconsciente y en camino al hospital.

Todo era un misterio, pero me daba la idea de lo que pudo haber pasado.

Alec se removió contra mi espalda, giré un poco la cabeza hacia él; seguía dormido. Me moví entre sus brazos para quedar cara a cara.

Era poco comprensible como habíamos terminado aquí, los dos juntos, cuando me alteraba y molestaba su simple presencia.

La verdad, poco me importaba ahora mismo, me sentía cómoda y reconfortada entre sus brazos, aunque nunca se lo diría.

Analicé su rostro, sus facciones relajadas sin esa irritante sonrisa arrogante, las pestañas espesas haciendo sombra en sus mejillas, unas cejas gruesas que envidiaba y estaban casi ocultas por mechones oscuros de su cabello.

Había algo hipnotizante en el, algo que te daban ganas de querer quedártele viendo más de lo necesario.

Pasé una mano por su cabello, retirando el que llegaba hasta sus cejas, mi pulgar continuó la caricia por el contorno de su rostro, hasta su mandíbula marcada. Me dirigí a su mentón, sus labios rosados provocándome.

Antes de poder hacer algo más, repentinamente Alec movió su cabeza y mi dedo quedó sobre sus labios. Me quedé muy quieta, temiendo despertarlo.

—Continúa —sus labios se movieron contra mi dedo y aparté mi mano de golpe.

Dios. ¿En qué maldito momento despertó?

Abrió los ojos, un destello de diversión en ellos, y una sonrisa surcando en sus labios.

Maldito idiota.

Fingí demencia e incluso traté de darme la vuelta para darle la espalda, sin embargo, su brazo entorno a mi cintura no me lo permitió.

—¿Qué se supone que hacías, París?

Mi nombre pronunciado por el, además de su voz levemente ronca no era molesto. En sus labios sonaba excesivamente perverso.

—No me digas así —protesté. En realidad no me molestaba, me provocaba.

—Si me sigues pidiendo que no lo haga, lo seguiré haciendo —advirtió, divertido. Salí de su agarre dándole un codazo en el proceso, un quejido apagó su risa.

Apenas me puse de pie, me arrastró de nuevo al sofá del brazo. Mi cuerpo cayó encima del suyo y su brazo en la curva de mi cintura me aprisionó.

—No te vayas, París —susurró con una sonrisa, la mano que posó en mi mejilla con delicadeza me obligó a mirarlo.

Escondidos entre mentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora