Capítulo uno.

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Salí de casa para llegar a la puerta del instituto y encontrarme con Noa y Olalla esperando.

María llegaba tarde, como siempre.

- De hecho, vivíamos muy cerca, pero nunca íbamos al instituto juntas porque no soportaba tener que esperarla. -

Nos abrazamos, aunque hacía menos de 24 horas que nos habíamos visto, y seis minutos más tarde estábamos echándole la bronca a María por llegar la última, mientras subíamos las escaleras que nos conducían a clase.

Estaba nerviosa, eran mis compañeros de siempre, pero después de tres meses sin ver a muchos de ellos, tenía un pequeño nudo en el estómago que no sabía qué esperarse cuando volviese a verlos.

Estaba prácticamente todo el mundo sentado en sus pupitres.

- Maldita María y su imposibilidad de madrugar... -

Eché un vistazo alrededor de la clase, y saludé amablemente a todos aquellos que me miraban sonrientes.

La verdad es que la gran mayoría me caían bien - por suerte -.

Tardé poco en percatarme de que quizá este año no estábamos  solo 'los de siempre'.

En una esquina se habían quedado hablando tres chicos y dos chicas.

A ellos no les reconocí, y me reí de lo absurdos que parecían dos que iban vestidos exactamente igual. Idénticos. Se me pasó un poco cuando al subir la mirada pude observar que, en realidad, eran gemelos.

- Vale, tenía sentido. Me seguía pareciendo un poco ridículo, pero lo tenía. -

Y las chicas eran Zaida y Laura, dos de las pocas personas que no soportaba en este lugar.

Aunque no conocía de nada a esos tres chicos, y a pesar de que decir que me habían parecido guapos, sería nada comparado con lo que se me había pasado por la mente nada más verles, el hecho de que estuviesen con ellas, me llevó a prejuzgarles un poquitín.

Las chicas y yo nos miramos cómplices al ver que aún quedaban cuatro sitios libres,
ni en primera fila, ni en última, justo en el medio.

- María y yo delante, y Noa y Olalla detrás. -

Nos sentamos, y empezamos a cotillear sobre lo mucho que habían crecido los chicos,
lo demasiado-e-innecesariamente arregladas que venían algunas chicas a clase, y de algunos chismes veraniegos que oíamos comentar a otros compañeros en voz demasiado alta como para poder considerarse secretos.

Un momento después, la que iba a ser nuestra tutora nos mandó callar a todos, y sentarnos en nuestros sitios.

Me sorprendió ver como uno de los gemelos, y el otro chico que estaba antes hablando con él, se sentaban justo delante de María y de mí, mientras que el hermano de éste, y Zaida, se sentaban justo detrás de Noa y Olalla.

Me apiadé mentalmente de Laura, que había tenido que sentarse con una chica nueva en la que yo no me había fijado antes, y a la que ella no conocía de nada, porque su amiga no era capaz de quedarse con ella en vez de lamerle el culo a cualquier chico algo apuesto que se le pasaba por delante a la primera de cambio.

Pero, al fin y al cabo, me era indiferente, a mí eso no me incumbía.

La profesora pasó lista.
Jesús, Alfonso y Daniel, así se llamaban los chicos nuevos - y yo no tenía ni idea de quién era quién -.

De nuevo... me era totalmente indiferente.

La mañana pasó bastante rápido, y, cuando quise darme cuenta, estaba en casa, recién duchada, secándome el pelo y creyéndome Beyoncé delante del espejo.
- Una faceta muy mía que pocos conocen (por el bien de la humanidad, más que nada) -.

Eran casi las nueve y media cuando María nos preguntó que a qué hora quedaríamos al día siguiente en la puerta del instituto, y no faltaron los chistes contra ella, y su costumbre de llegar la última - por supuesto -.

Acabamos diciendo que nos veríamos como muy tarde a las 8:15, ya que a las 8:20 comenzaban las clases,
esta vez oficialmente, muy a nuestro pesar.

Cené con mi familia, vi un programa cualquiera en la tele, en el que hablaban de lujosas mansiones en Miami, y de las numerosas fiestas privadas y coches de alta gama que acompañaban el ritmo de vida de sus dueños, y la envidia se hizo eco de mi mente...
Quién pudiera.

A las doce decidí irme a dormir, algo pronto para mí, y más contando con la locura de horario que solía llevar en verano, pero quería empezar con buen pie.

La verdad es que tenía algo de sueño, y cuando me tapé con la sábana hasta el cuello - sí, soy de esas - lo agradecí.

Lo último en que pensé antes de cerrar los ojos fue en un presentimiento que me decía que las próximas semanas se iban a presentar... interesantes.

«Acércate porque te odio.» - Jesús y Tú - GemeliersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora