Capítulo treinta y ocho.

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Llevaba un par de minutos buscando a Jesús, esquivando cuerpos que se movían al ritmo de la música, y otros que simplemente luchaban por mantenerse en pie - demasiado perjudicados como para poder preocuparse de otra cosa - cuando cambié drásticamente de opinión.

¿Qué hacía buscándole?.

Ni siquiera sabía si le habría molestado verme tonteando con David.

Quiero decir, David sabía que no era ningún tipo de tonteo, pero a Jesús sí podría habérselo parecido.

Esa era la intención.

Dios, pensándolo fríamente, sonaba ridículo, y así me sentía yo ahora.

¿Qué pensaba decirle cuando le encontrase?.

"Hola, Jesús, ¿Te has enfadado porque me has visto con otro?."

Madre mía.

Probablemente habría salido para tomar el aire.

Esto no tenía sentido.

Me di media vuelta, decidida a volver con el grupo, y aprovechar el poco tiempo que me quedaba para poder disfrutar de Marta.

Estaba intentando volver sobre mis pasos, y todo iba bien, hasta que algo me impidió seguir caminando.

Noté una mano en mi cintura, y un horrible pestazo a alcohol inundó mis fosas nasales.

Me reí al notar que el tipo que me había agarrado era de esos que apenas podían sostenerse en pie, pero intentaba bailar conmigo, fracasando torpemente.

De repente, mi risa cesó, y creí poder llegar a vomitar del asco cuando me pegó a su cuerpo, usando toda la fuerza que pudo, y llevó una de sus manos a un cachete de mi culo.

Intenté zafarme, y comencé a ponerme nerviosa cuando vi que no pretendía soltarme.

Cada vez me presionaba contra su cuerpo con más fuerza.

- ¡Qué me sueltes, joder!. - le grité, dando pequeños puñetazos en su pecho, aunque no sirvió de mucho, porque me había agarrado las manos.

Estaba empezando a desesperarme, cuando, como si fuese por arte de magia, oí una voz a mis espaldas, que en ese momento sonaba a cantos angelicales en mis oídos.

- Te ha dicho que la dejes. -

Conocía esa voz perfectamente, y noté como todo mi cuerpo se relajó durante un segundo.

El chico le miró con una sonrisa burlona, y comenzó a deslizar su boca entreabierta por mi cuello, causándome náuseas.

- ¡Déjame, hostia!. - volví a intentar golpearle.

En ese mismo momento, una mano tiró de mí, con tanta fuerza, que me pegó a su torso, y consiguió que el chico se tambalease en el sitio, sin apenas poder mantener el equilibrio.

- Eh tío, eres un gilipollas, y tú... zorra. - balbuceó el desconocido, y agradecí que estuviese en ese estado, porque si no, dudo que un par de insultos le hubiesen parecido suficiente.

Me giré, y vi a Jesús mirando al chico con una expresión que llegó a asustarme.

Nunca le había visto así.

«Acércate porque te odio.» - Jesús y Tú - GemeliersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora