Capítulo cinco.

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A la mañana siguiente, me maldije a mí misma en el mismo segundo en el que una melodía - de todo, menos agradable - resonaba con fuerza en mis oídos, y me ponía de mal humor al instante.

Me estiré en la cama, y me levanté con prisa cuando noté que volvía a quedarme dormida. Odiaba madrugar.
¿Quién narices lo inventó?.
Era gilipollas, eso seguro.

Cogí la ropa, el maquillaje, y las planchas del pelo, y lo llevé todo
- casi haciendo malabarismos - hasta el baño, donde lo repartí todo entre el lavabo y la tapa del bidé.

Encendí el grifo de la ducha, y, mientras esperaba a que el agua saliese caliente, me quedé absorta mirando como caía a través de la alcachofa, mientras rezaba por poder echarme la siesta nada más llegar del instituto.

Cuando por fin entré, y noté el agua resbalar desde mi cabeza a mis pies, me sentí bastante más despierta, y comencé a pensar - lo que siempre hago en la ducha - y rápido, mis pensamientos rondaron peligrosamente la tarde que me esperaba.
Mierda.
Acababa de acordarme.

El hecho de que Dani nos hubiese asegurado que estaríamos solos y tranquilos, ayudaba bastante. Ya era demasiado para mí tener que ir a la casa de un chico que acababa de conocer, como para encima tener que conocer a toda su familia.

Suspiré pesadamente y dejé que en esa bocanada de aire se escapasen todas mis absurdas preocupaciones.

Me enjuagué, y salí de la ducha para terminar de arreglarme al ritmo de la música que guardaba en el móvil.

Qué sería de mí sin música...

Salí con tiempo, y, sí, cuando llegué, comprobé que María seguía cumpliendo su palabra, y había sido puntual, por segunda vez consecutiva - cosa que, tratándose de ella, no es poco. -.

El día se me hizo... raro.

¿Conocéis esa extraña sensación, cuando el tiempo se pasa lento, pero rápido a la vez?. Las clases se me estaban haciendo eternas, pero cuando quise darme cuenta, ya estaba fuera del instituto, y dándole vueltas - otra vez - a cómo se daría la tarde.

Llegué a casa, y todo fue como siempre.
Comí.
Me eché un rato la siesta - aunque apenas pude pegar ojo - y me adecenté un poco para salir rumbo a casa de Dani.

- Tres minutos llevo esperándote, para que luego digas. - Se quejó María cuando me vio salir del portal.

- ¿En serio? Llevas llegando tarde toda la vida, y te quejas por tener que esperarme tres minutos... manda huevos. Tira, que al final llegamos tarde. - Y le di un empujón flojito, mirándola con un gesto borde que me estaba costando fingir.

Las dos acabamos riéndonos, y empezamos a charlar.

- No estés nerviosa, tía, que es una tontería. Ellos nos caen genial, y el trabajo lo tenemos casi hecho, seguro que nos lo pasamos bien. - me animó mi amiga.

- Ay, si ya lo sé, y me siento subnormal por estar nerviosa, pero ya me conoces. La verdad es que no nos queda nada, a ver si hoy lo terminamos. -

- Buah, seguro que nos da tiempo. Además, nos está quedando súper bien, ya verás como le va a gustar al profe. -

- Esperemos. Me da un poco de miedo la exposición, pero bueno, como sólo es delante de nuestra clase... -

Y así seguimos, hasta que llegamos a la casa de Dani, que no vivía muy lejos.

De hecho, nos sorprendió lo cerca que vivía de nosotras, cuando nos dio las indicaciones para llegar hasta aquí esta misma mañana, en el instituto.

«Acércate porque te odio.» - Jesús y Tú - GemeliersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora