Capítulo treinta y dos.

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Imitó el gesto de asco que se dibujaba en mi cara hacía solo unos segundos, y me giré, dándole la espalda, para dejar el vaso en el fregadero.

Él no se separó ni un milímetro, y le tuve que dar un pequeño empujón cuando, al darme de nuevo la vuelta, hice el amago de irme, dejándole con la palabra en la boca.

Pero parece que no iba a ser tan fácil escabullirme.

Me agarró del brazo, y suspiré pesadamente.

- Joder, qué coño quieres. - le dije, enfadada, volviendo a mirarle los ojos.

- ¿Qué coño te pasa?. - me dijo en el mismo tono, y visiblemente frustrado.

- Que no me pasa nada, ¿Cuántas veces te lo tengo que decir?. - tenía que controlarme si no quería que todos me escuchasen desde el salón.

- No mientas, _____. Te conozco lo suficiente, y no sé por qué, pero estás enfadada conmigo. ¿Tanto te cuesta decírmelo?. -

¿Por qué de repente parecía preocuparse tanto por mí, y porque me estuviese distanciando?.

Eran este tipo de cosas las que me confundían, y era lo que menos necesitaba en estos momentos.

- ¿Te he hecho algo?. En serio, si algo te ha molestado, te pido perdón, pero es que no entiendo nada. -

Ya no sonaba tan enfadado, y mi enfado también comenzaba a disiparse, lo que no era bueno, no ahora.

Prefería estar enfadada que sentirme vulnerable.

Al menos, estando enfadada, era más capaz de ignorarle, pero ver cómo se preocupaba, empezaba a resultarme adorable, y eso sólo sumaba puntos al problema.

Sí. Que me gustase Jesús Oviedo era un problema.

Un gran problema.

Volví a suspirar y cerré los ojos un momento, intentando aclarar un poco mi mente.

- No es nada, Jesús, en serio, son cosas mías. Pero me jode que me vengas con tonterías. Acabo de conocer a David, ¿En serio crees que puede gustarme?. -

- No sé. - dijo bajando la mirada. - Creo que a él le gustas. -

No había forma de entenderle.

Por un momento pensé que debería estar bromeando, pero no había ni un ápice de humor en su voz, y me estaba confundiendo.

Era todo tan extraño.

- Él también me conoce de hace unas horas, y si fuera Miranda Kerr, entendería que se hubiese enamorado perdidamente de mí, pero no es el caso. No le gusto, ni voy a gustarle. -

- ¿Por qué no?. - me dijo, mirándome a los ojos.

- ¿Por qué sí?. - le desafié.

Relajó la mirada, y entreabrió la boca.

Parecía que quería decir algo, pero no emitió palabra.

Esperé unos segundos, y nada.

- ¿Ves? No hay razones por las que pudiese gustarle, así que, quítate esas gilipolleces de la cabeza. -

«Acércate porque te odio.» - Jesús y Tú - GemeliersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora