Capítulo treinta y seis.

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Cuando estuvimos todos sentados, pude notar unas cuantas miradas de reojo que me observaban insistentemente, y no podía sentirme más incómoda.

Fue un alivio saber que, a medida que iban apareciendo los títulos y los nombres de los actores en la pantalla, todos se iban concentrando en la película, y comencé a sentirme algo mejor.

No me preguntéis cómo empezaba. Cuando quise darme cuenta, un "Que me atraes" con voz grave y rasposa se repetía continuamente en mi mente, y no me dejaba pensar con claridad.

Estaba ahí, había pasado, pero yo no era capaz de creérmelo.

No había dicho nada más, y quizá eso no significaba que podía gustarle, ni mucho menos, pero sabía que todos habrían empezado a sacarle tres pies al gato - cosa que no me gustaba. - menos yo.

Una explicación lógica tenía que tener.

O, aunque fuese cierto (que no), simplemente le parecería mona, y ya.

Quise concentrarme en la película, de verdad, pero el perfil de Jesús tan de cerca era aún más bonito, y verlo solo alumbrado con la luz que proporcionaba la televisión, lo hacía más especial aún.

Me estaba convirtiendo en una romántica sensiblera empedernida, y empezaba a darme asco.

Se supone que tenía que ignorarle, olvidarle... no ayudar a mis sentimientos a que se hiciesen aún más incontrolables.

Pero.

Todos parecían sumidos en la película, incluso yo, aunque, estaba más bien perdida en mi propia novela mental, que también tenía un poco de historia de terror - para ser honestos - cuando, de repente, una escena de la película captó toda mi atención.

Dos de los protagonistas, pertenecientes al mismo grupo de amigos, y que, en teoría, se odiaban, comenzaban a declararse su amor, justo cuando parecía que iban a perder la vida, a manos de un sádico y sangriento asesino en serie.

Sentí un mariposeo - que comenzaba a hacerse familiar - en el estómago, y, las mariposas revolotearon aún con más fuerza cuando adiviné la mirada de Jesús clavada en mí, como si la escena también le hubiese recordado a algo.

No era posible.

Quizá estaba mirando de reojo a cualquier otro sitio de la habitación, y yo estaba flipando... mucho.

Su gesto era serio, y tenía la cabeza algo ladeada hacia donde yo me encontraba, por lo que me era aún más fácil apreciar su expresión.

Mandíbulas apretadas, otra vez, y, pude observar cómo, al devolver su vista a la pantalla, suspiraba con frustración.

Yo solía hacer mucho eso, últimamente.

Yo tampoco pude reprimir un suspiro, a la par que cerraba un segundo los ojos, harta de la maldita situación, pero conseguí que nadie se diese cuenta de mi gesto.

Odiándome por sentirme así, por ser tan estúpida... y sin poder controlarlo.

¿Cómo podía gustarte tanto alguien?. Verle tan guapo que llegaba a molestarte, tener tantas ganas de que estuviese pegado a ti. De tocarle, de enredar las manos en su pelo, y de
conocer todos sus gustos y manías.

Me gustaba todo de él.
Incluso lo que me molestaba.

¿Me estaba obsesionando?.

Ya hasta pensaba que podía estar volviéndome loca.

Eché un vistazo por el salón.

Alfonso miraba con cara de enamorado la pantalla de su móvil, lo que me permitió saber quién se encontraba al otro lado de la línea.

Mis amigas estaban repartidas por la habitación.

Olalla compartía palomitas con Noa, que estaba tumbada entre sus piernas.

María y Laura estaban tumbadas en el suelo, de cara al mismo, con las manos apoyadas en sus mejillas, sin perder detalle de la trama.

No pude evitar sonreír como la idiota en la que me estaba convirtiendo al reparar en Dani y Marta.

Él estaba tumbado entre sus piernas, mientras ella le acariciaba el pelo.
De vez en cuando, se acercaban y se hablaban susurrando, para no molestar.
Se reían, y llegué a envidiar la forma en la que se miraban.
Tanto ella, como él.
Estaban pilladísimos el uno por el otro, y se notaba.

Me giré cuando estaban a punto de besarse. No quería robarles tanta intimidad.

Al hacerlo, vi que Jesús giraba bruscamente su cabeza hacia la pantalla, como si hubiese estado mirando a otro sitio... en mi dirección.

Intenté no darle más vueltas, y volver a coger el hilo de la película.

Cuando parecía que volvía a enterarme de lo que pasaba, algo hizo que volviese a perderme por completo.

En esta ocasión, los protagonistas enemigos que se habían declarado su amor, aún seguían vivos, y se pedían perdón por el daño que se habían causado.

La verdad es que era muy emotivo, incluso pude escuchar el llanto silencioso de Olalla a unos metros de mí.

En ese momento, debajo de las mantas, noté como unos dedos se acercaban tímidos a mi mano.

Yo la aparté un poco, incómoda, pensando que Jesús se estaba moviendo y me había rozado sin querer.

Mayor fue mi sorpresa cuando, al darse cuenta, Jesús giró la cara para mirarme, gesto que yo imité, para un mili segundo después, devolver mi vista a la pantalla.

Él no cesó en observarme, y, algo más decidido, volvió a rozar sus dedos con los míos.

Paró un instante, y, cuando vio que yo no realizaba ningún tipo de movimiento, puso la palma de su mano completamente encima de la mía.

Volvió a mirar a la pantalla, y pensé en que todos estarían alucinando igual, o más que yo, si supiesen lo que estaba pasando debajo de esas mantas.

Yo no cabía en mí, pero tampoco sabía cómo debía sentirme.

Poco a poco, Jesús comenzó a mover sus dedos con más confianza, creando dibujos imaginarios en la parte posterior de mi mano, mientras yo notaba como se me ponían todos los pelos de punta.

Así que... ¿Esto era lo que se sentía?.

Pasado un rato, aún sin entender nada, y con unas ganas increíbles de tener más contacto con Jesús, giré mi mano, quedando palma a palma con él.

Él dejó las caricias un segundo, en el que yo reaccioné, y continué con los dibujos imaginarios que él había comenzado en mi mano, esta vez en la suya.

Me costaba creer que yo estuviese siendo tan decidida, y creo que a él también le sorprendió.

Necesitaba más.

Con cuidado, comencé a introducir mi dedo meñique entre el hueco del suyo, y seguí haciéndolo, poco a poco, cuando vi que no mostraba ningún tipo de oposición.

Como en un acto de desesperación, él terminó con mis suaves intentos, y enlazó nuestras manos en un movimiento.

Nos miramos durante un segundo, y ambos parecíamos estar igual de sorprendidos y... casi asustados.

Comenzamos a acariciarnos con los pulgares que teníamos libres, ante la ignorancia hacia la situación del resto de nuestros amigos.

No podía ser cierto.

Aunque su mano parecía increíblemente real mientras presionaba con cuidado la mía.

Esto no podía estar pasando.

Sentí como un mareo.

La sensación en el estómago, la piel de gallina, la cercanía, mi mente funcionando a mil kilómetros por hora, y sentir la mano de Jesús acariciando la mía... era demasiado.

¿Qué mierdas estaba ocurriendo?.

«Acércate porque te odio.» - Jesús y Tú - GemeliersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora