Desconfianza

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A Naia le costaba hablar de sus sentimientos, incluso con ella misma le era difícil saber que sentía, pero si quería que lo que fuera que tuvieran ella y Daemon. Ya que por ella misma no tenía un nombre lo que estaba empezando entre la pareja.

Daemon en el poco tiempo que habían estados se había encargado de decirle lo que sentía por Naia, era el momento de que ella fuera sincera.

– Daemon – el acariciaba su cabello, ella se giró en la tumbona, reflejándose en la grisácea mirada del pelinegro – me siento feliz a tu lado – confeso, Daemon sonrió – yo no soy de las sueña con el hombre perfecto, del cual enamorarme, casarme y tener muchos hijos, no sé qué se siente estar enamorada. Y apareciste tú, robándome la tranquilidad, espiándome como todo un psicópata pervertido – los dos rieron – pero tenemos tan poco de conocernos y hemos llegado tan lejos, y aun así quisiera...

– No lo pienses tanto y déjate querer – la interrumpió – yo estoy muy seguro de lo que siento y quiero contigo, desde que te vi; no he podido sacarte de mi mente, he sentido celos y mira que eso es nuevo en mi – la beso en la nariz haciéndola sentir especial y así se sentía – no tolero que te miren, me disculpo como el caballero que soy – hizo énfasis, rio por su creciente ego – me disculpo por lo posesivo que soy, pero no le puedes pedir a un hombre mantener calma cuando miran a su mujer con deseo.

– Eres tan obstinado y egocéntrico – el pelinegro se colocó la mano en el pecho en un acto de indignación. Rieron juntos.

Daemon tenía el poder de tranquilizarla, cuando la inseguridad se apoderaba de ella, como en ese momento que pensó que al sincerarse él se alejaría, como pensar si él había sido el que la acosos hasta hacerla ceder. Y allí está en los brazos del hombre que la expiaba por las noches y la acosaba en el día. Ese era su pensar. Lo contrario de Daemon el solo se aseguró de tener lo que quería, y no se podía dudar que la quería con él.

– ¿Fue un regalo de un hombre? – la curiosidad lo llevo a preguntar por la gargantilla de oro blanco con un pequeño diamante.

– Si – la respuesta no le agrado, menos con la devoción que acariciaba la joya que rodeaba su cuello, Naia sonrió por lo que el estaría pensando – me la regalo mi padre. – lo tranquilizo, el asintió.

Los mimos en su espalda y cabello seguían y ella no se negó a recibirlos.

– Esta me la regalo un amigo, cada cumpleaños, agrega uno nuevo. – ella señalo los accesorios que colgaba de la tobillera de planta.

La castaña gozaba haciendo sufrir a Daemon, eso quedo claro por su sonrisa ante la endurecida expresión del pelinegro, el acaricio su pierna bajando a su mano quitándola de la joya, Naia sonrió como una niña, así se estaba comportando él. Escondió la cara en el duro pecho de su pareja evitando que viera lo roja que se ponía al reír, él la tomo de las mejillas acunando su rostro.

– Tu ex te la regalo, no un amigo. – no fue una pregunta, fue una afirmación.

Naia no dudo, que el amigo de su padre y cliente de Daemon lo mencionara.

– Estuviste investigando...

– Para nada – refuto – mejor cenemos.

Daemon se encamino a la cocina, dejándola aun sentada, luego de unos minutos ella se unió a él. La mesa estaba servida tomo asiento junto él. El silencio reino. Para Daemon no le era grato pensar que otro hombre la acaricio; la beso, esos labios que solo él podía devorar igual que su cuerpo.

Naia lo miraba concentrado en el plato frente a él, negó, degustando el primer bocado, ella igual se concentró en comer, el tenedor con un trozo de carne fue extendido a su dirección, ella tardó en reaccionar, sin saber que hacer. Solo negó.

NAIA "resurgiendo entre las llamas del amor"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora