Seguridad

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El patriarca de la familia Bartsch hizo acto de presencia en compañía de su esposa que noto el enfado en su hija y se anticipó antes que su mal carácter hiciese presencia.

– Cariño, todo está bien.

Naia sabía que eso no era una pregunta, sino una afirmación de lo pronunciado era su forma de calmarla antes de explotar, pero esta vez no resulto.

– Quiero a este sujeto lejos de mí – dictamino – lo más lejos posible, ya bastante tengo con los gorilas que supongo debe estar por llegar – Daemon asintió presumiendo de su eficacia, ella achico los ojos lo que su madre negó y su padre sonrió con notable orgullo – como para tener que aguantar su irritable presencia. – lo séllalo para que no quedara duda alguna de a quien se refería.

– Naia Bartsch – advirtió su padre – no te hemos educado para que fueses una malagradecida eso si no te lo tolero. – bramo el patriarca irritado por los berrinches de su hija, eso es lo que hacía porque ella nunca se había comportado de una manera tan infantil, aunque no le gustaran las decisiones que el tomara, involucrando su vida.

Naia y su madre estaban estañadas por las duras palabras del patriarca. El noto la angustias en los ojos de la joven, era la primera vez que le hablaba en ese tono en toda su corta vida, suspiro, y la vio negar. Un reflejo de que no quería escuchar más, en eso se parecían mucho; pensó maricela al verlos a los dos.

– No tenga pendiente, señor Teodoro, yo me retiro no quiero incomodar. – se puso de pie ajustando el traje azul.

– No incomodas cariño, solo que lo sucedido afecto nuestro buen juicio – Daemon asintió, a lo dicho por la mujer que aseguraba uno de sus brazos en el de su esposo, que en un gesto de amor acaricio el borde de la mano entrelazada – saluda a tu padre, gracias por todo.

– No es nada, sabe que puede contar conmigo.

Dos cosas le quedaron claras a Daemon Westen, una, que el aparecido era una fina línea que no podía cruzar, hasta ver luz verde. Dos, sus ojos detonaron amor al ver el gesto de sus padres al entrelazar sus manos.

– Así que no eres de piedra como le haces pensar a todo el mundo. – musito saliendo de la casa de la joven empresaria.



***

Los días pasaban sin premura, desde lo sucedido en la recepción. Días en que Naia lleva en compañía de dos escoltas siguiéndola y vigilando cada paso quedaba, maldijo por lo bajo a su antiguo amigo de la infancia por poner su vida en un infierno. Esto no le daba para hacer de la vida de los escoltas un infierno aún más que el de ella, solo hacían su trabajo.

Se le estaba volviendo costumbre verse con compañía, era mejor o enloquecería, ya que su padre no cambiaría de opinión y eso que no sabía que todos los días recibía una rosa en una elegante caja con las que empezó armar un ramo, Naia era de las chicas que prefería las flores en una maseta o bien cultivadas, pero nunca cortar una para robar una escasa sonrisa.

Las visitas de Daemon se habían hecho más constantes, la casa de Naia era el lugar en el que su padre y su vecino se citaban para hablar de negocios, cuando se lo dijeron solo pudo rodar los ojos, eso implicaba verlo más seguido, igual que las visitas de su familia.

Las miradas furtivas no se hacían esperar de parte y parte donde en escasos momentos sus miradas se cruzaban. Naia era la primera en esquivar la mirada de Daemon, no le agradaba lo que sus ojos grises le provocaban; acababa con la poca paz que tenía, haciendo de su cuerpo un torbellino de emociones. Su mirada era tan penetrante e insistente que Naia presentía que podía ver su alma atrás de los suyos propios, con solo un rose la hacía estremecer y su grave voz la descolocaba, de igual manera ese olor masculino entre maderable y mentolada que desprendía al pasar por su lado embriagándola.

NAIA "resurgiendo entre las llamas del amor"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora