Esperanza

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¿Como la vida tiene el poder de desearnos retroceder el tiempo, por lo mal de nuestras acciones, o detenerlo; por no querer que el tiempo siga su curso? Es un dilema en el que nos encontramos con mayor frecuencia, sin si quera tomarnos un minuto para pensar dos veces antes de actuar.

El impulso no siempre te hace saltar al otro lado del abismo, a veces te sumerge en la oscuridad de este, en donde la única salida es no pensar en la que pudo ser, más sin embargo tenemos la oportunidad de seguir adelante y ser mejor de lo que fuimos.

Este era el dilema en el que se revolcaba Daemon, atormentándose sin ganar más que dagas punzantes en el pecho.

Naia entro a la habitación que compartía con el pelinegro quien yacía sentado en la cama con la vista perdida en algún punto de la habitación.

-- Amor bajemos a comer algo, mira que no has probado bocado –. Daemon negó, sin siquiera mirarla, sentía que si lo hacía se derrumbaría por completo.

Naia invadió el espacio personal y de cuclillas exigió verlo, esos ojos grises que amaba perderse en ellos estaban cristalizados. No hay peor yugo que la culpa.

– Te vi tan feliz hoy, me encantaría ver ese brillo en tu mirada, ese que ilumino al ver a tu mamá – Daemon sintió un nudo en la garganta impidiéndole respirar – el único consejo que te pudo ofrecer gratis – intentaron reír, pero no les salió – no desaproveches esta oportunidad, amala, perdónala y perdónate, ríe, llora, pero no malgastes un segundo pensando en lo que hubiera pasado –. Naia se vio acariciando el rostro del hombre frente a ella, quien se perdió en las palabras dichas tomándolas como la más sabia decisión – dale todo ese amor que tienes para ella. los dos se lo merecen ¿no crees? – ella dejo un suave beso, casi rosando sus labios.

– No sé qué sería de mi sin ti a mi lado, gracias – Naia negó con una sonrisa tranquilizadora.

– Yo tampoco lo sabría – esta vez sus palabras surgieron efecto, Daemon sonrió más tranquilo – ten la plena seguridad que siempre estaré para ti sin importar nada, y nunca dudes que me siento igual que tu – esa última frase hizo fruncir el ceño al pelinegro de ojos grises – no hallaría mi vida sin ti, te amo.

La palabra mágica estaba dicha, por primera vez se sintió liberada, no entendió por qué espero tanto para decirlo. Un beso arrullo sus labios al que correspondió sin premura alguna, disfrutando de las caricias y efecto que le proporcionaba los labios de Daemon a los suyos, percibiendo que, con solo un beso, se sentía en la gloria misma y que su vida podía depender de ello. La pareja se olvidó por un momento de los problemas a su alrededor, ese efecto era más usual, con solo un beso tenían la capacidad de olvidarse del mundo si era necesario.

– Yo también te amo, mi amor – gesticulo sobre sus labios – no crees que tardaste en decirlo – ella lo cayo con un nuevo beso y un gruñido se ahogó en su garganta.

Luego de un largo baño lleno de caricias y besos que no pasaron más allá de exquisitos mimos se recostaron en la cama tratando de dormir.

Naia se encontraba en la soledad de la cocina, pensando en el giro que su vida había dado, no tenía sentido negarlo, amaba a Daemon y no perdería tiempo en hacérselo saber. Sus pensamientos la llevaron a esas veces que el la reclamaba como suya, cuando afirmaba con posesividad que era su mujer, aun en la soledad de su habitación siendo torturada por sus caricias y marcada por lo filoso de sus dientes.

Todo esto era efecto de lo que sucedió con sus padre y el miedo que suceda lo mismo con él.

Daemon apareció sorprendiéndola con un abrazo y un beso en el hueco de su cuello inhalando el aroma de su piel. Luego de cenar algo ligero que preparo la Nana, compartían una copa de vino en un silencio a cogedor.

NAIA "resurgiendo entre las llamas del amor"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora