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— ¿Yo?

No estoy para boludeces, limpiá eso.
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— Vale, voy a empezar —avisó la chica a la muchacha que estaba tumbada en la camilla.

Llevaba unas horas ya tatuando, con la chica que estaba ahora harían cinco, y todavía le quedaban otros tres, y ya eran las seis de la tarde.

Después de haber terminado con el muchacho que le llegó esa misma mañana pudo recoger su casa más tranquila, ducharse y sacar a Robin a la calle. Incluso fregó la taza que había usado Matías.

Y menos mal que no la molestó más en todo ese tiempo, porque ya se había relajado y no quería ponerse de los nervios o molestarse otra vez.

Pero eso sí, estaba pensando en una venganza, algo que le pudiese hacer. Se había comido toda la cabeza para pensar algo.

Mientras tatuaba a Medusa en el gemelo de la chica, notó como Robin colocaba su cabeza en su muslo. Delia le dirigió una rápida mirada.

— Robin ahora no puedo hacerte mucho caso —murmuró. La otra chica confusa se giró al pensar que le hablaba a ella, y vio al perro.

— Ai que lindo —Delia le dio una sonrisa de agradecimiento. Le gustaba escuchar halagos hacia sus mascotas—. ¿Sólo lo tenés a él? —preguntó curiosa.

— Que va —pasó una servilleta por el tatuaje para quitar la tinta, y volver a dibujar sobre la piel—. También tengo un gato, pero seguro que está sobre la cama tirado, es su lugar favorito —Delia notó como esta vez Robin le daba con la pata para tener su atencion. La chica lo notó.

— ¿Qué quiere? —preguntó en referencia al perro.

— O quiere que le haga cosquillas o quiere salir a la calle —miró a la chica rodando los ojos burlona por la insistencia del perro.

Después de esa mini conversación volvieron a quedar en silencio, no era incómodo, ya que a Delia no le gustaba mucho hablar por si se trababa o decía algo sin sentido. Además de que prefería centrar su atención en el dibujo que estaba haciendo en la piel de otra persona.

Diez minutos fueron lo que estuvieron en silencio, pues en esos diez minutos Delia notó como Robin le había dado con su pata más de ocho veces, y como llevaba un vestido le daba en la piel de su pierna directamente. Las primeras veces no le molestaba, pero ya a la cuarta dándole en la misma zona le empezaba a hacer daño. Y a la duodécima no aguantó.

Falling Fast  |  Matías Recalt Donde viven las historias. Descúbrelo ahora