Epílogo - Parte 1

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Epílogo - Parte 1

Me recargué sobre la cama con los codos y dejé que mi respiración agitada fuera el único sonido en la habitación.
—Sólo fue un sueño —me susurré.
No era la primera vez que me sucedía aquello... llevaba soñando con eso de la doble personalidad varios meses; dicha fantasía continuaba cada vez que dormía... como si de una historia se tratase. Lo más inquietante de todo era que dichos sueños usaban mi realidad para crear una fantasía parecida, como el hecho de que, efectivamente, había conocido en un elevador al que se convertiría en mi esposo... A lo que quiero llegar es que, mereces saber la verdad, porque no todo lo que pasó es cierto. Toma mi mano y permíteme guiarte en esta recta final.




Solté un último suspiro abrumado antes de dejarme caer, a veces los sueños podían afectarme realmente. Giré la cabeza hacia el reloj... ya casi eran las siete de la mañana. De pronto, un par de brazos me rodearon por detrás con somnolencia, cosa que me hizo sonreír en medio de la oscuridad.
—Buenos días —musitó una voz gruesa.
—Buen día —le susurré a mi esposo.

Me di la vuelta entre sus brazos y lo miré directo a sus ojos grisáceos. Posteriormente acerqué mis labios a los suyos y...
—¡Mamá! —gritó una voz afuera de nuestra recámara.
—¡Mamá está ocupada! —exclamé levantando la cabeza.
—¡Voy a llegar tarde a la escuela! —insistió mi hija.
Seth me devolvió la mirada cómplice que llevaba haciéndome desde hacía diecinueve años. En especial aquel día de nuestra boda, cuando él y yo apenas descubríamos este mundo de la mano del otro. En ese entonces tan solo éramos muchachos con un futuro por delante... y ahora, creo que ya dejamos atrás esa juventud, ya que no sé si tú consideras joven a alguien de treinta y siete años.

Me levanté de la cama con un quejido que hizo reír a Seth, y posteriormente salí de la habitación, donde me esperaba mi primogénita.
—Emily ¿quieres que yo lleve a Renne a la escuela? —dijo mi esposo detrás de mí.
—No, yo la llevo. De ahí iré a desayunar con los amigos.

Ese era otro pequeño detalle... mi hija tenía el mismo nombre que mi segunda personalidad en aquella fantasía. Si tuviera que comparar la Renne del sueño con mi hija, diría que poseían la misma forma de ser. Era como si fueran la misma persona en diferente cuerpo. Desde su traviesa sonrisa hasta las intenciones de sus actos eran semejantes.
Pero mi niña era una copia femenina de Seth, pues tenía el cabello oscuro y ojos grises, por no mencionar que Emily tenía pecas en sus pómulos y encima de su respingada nariz.

Un lloriqueó me devolvió a la realidad, era mi pequeño Rui. Bastó que mirara a mi esposo para darle a entender que yo atendería a nuestro hijo menor. Seth y Renne se apresuraron a la primera planta de lo que en el sueño, había sido casa de mi madre y mía. Ahora mi familia vivía allí.


Así que antes de preparar el desayuno y demás, me dirigí a su habitación. Apenas entré a la recamara el olor a bebé llegó a mi nariz a la vez que alcancé a ver sus manitas luchando entre el llanto.

Traté de calmarlo susurrándole mientras pasaba mi mano por su rubio cabello, luego lo tomé en mis brazos y limpié una que otra pelusa de su cabecita. Sus diminutos ojos azules eran tan grandes que daba la impresión de ser un bebé de juguete.
—¿Cómo amaneciste, mi amor? —pregunté con una dulce voz que me salía natural para él.
Para ese entonces, Rui había dejado de llorar, aunque aún hacía pucheros.
Le deposité un beso en su frente antes de dirigirme al baño para cambiarlo con ropa limpia. Mientras lo vestía, pensaba en qué tema podría escribir para la publicación de la revista para la que trabajaba; sin duda tenía que ser un tema fuera de lo común, pues con mi artículo abrirían un nuevo ciclo que estaba siendo esperado por críticos importantes. Gracias a que mi carrera fue psicología, pude comenzar a publicar para dicha revista que era especializada en temas de la misma rama.

Cargué con Rui hasta la primera planta, y antes de llegar a la cocina, me detuve a observar un cuadro que mi marido había pintado unos cuantos años atrás, pues siempre pasaba por ahí sin darle mucha importancia. Era un retrato mío a los dieciocho años en grandes dimensiones, tan detallado que me costaba creer que era una imagen fija. Seth me había pintado con el cabello largo y suelto porque aquellos días así era como lo usaba. Actualmente también optaba por llevarlo suelto, pero ahora tenía capas y no era tan recto como antaño.
—¿Todo bien? —formuló Seth mirándome desde la cocina.

Parpadeé y lo enfoqué. Llevaba puesta su bata que le daba ese toque intelectual, sin mencionar que a diferencia del sueño donde él aparecía, en la realidad tenía lentes; pero se los habían colocado tres años atrás. Era cierto que Seth había estudiado medicina, y se había especializado en pediatría, de modo que sus hijos eran revisados cuando fuera y sin costo alguno.
—Si —sonreí antes de acercarme.

Para la buena suerte de Renne, Seth había preparado sus famosos hot-cakes en cuestión de minutos. Digo que tuvo buena suerte porque yo no tenía mucha habilidad para cocinar...
Miré de reojo a mi niña, quien comía apresuradamente para llegar a clases. Ella era... tan maravillosa como Rui, ambos se habían convertido en la razón de mi vida a partir del día de su nacimiento.
Renne tenía un don nato para los deportes, destacaba en cualquier disciplina a la que fuera puesta a prueba. Seth y yo habíamos notado eso a lo largo de su vida y habíamos decidimos apoyarla cuanto fuera posible. Actualmente tenía diez años y asistía a una academia de fútbol seis días a la semana.

—Yo llevaré a Renne a la escuela —dije.
—De acuerdo, yo tengo que revisar las radiografías de un niño.
Se levantó y me besó, después se despidió de Renne y Rui antes de marcharse a su consultorio.

De casualidad alcancé a ver que Seth llevaba su collar de cruz en la espalda en vez de en el pecho, pero preferí no comentar nada, puesto que llevaba prisa. Cabía mencionar que luego de estar casada con él quince años, había terminado siendo parte de su religión, y debía admitir que eso había llenado vacíos en mi existencia. Mucha de mis dudas las había respondido Él.

Rui balbuceó y agitó sus brazos desde su sillita individual, siempre tan risueño como era.
—Mamá —se quejó Renne —, se nos hace tarde.
Era fácil ver que todavía seguía divagando en mis pensamientos.
—Sí, sí. Sube a la camioneta, yo llego en un segundo.

Aun me faltaba hacer la maleta del bebé.

~*~

La luz del semáforo cambió a rojo y tuve que detenerme.
—No me van a dejar entrar a clases —dijo mi hija en el asiento de copiloto.
—Ya verás que sí. Además, apenas estás en séptimo año... —acto seguido le guiñé un ojo con el fin de que se riera.
—¡Pero es el primer día!
—Ah...
De vez en cuando solía olvidar detalles como esos... Repartí miradas entre ella y el semáforo.
Aceleré a fondo al primer segundo que cambió a verde y giré el volante con fuerza para torcer con la calle. Rui soltó sus agudas carcajadas cuando Renne gritó de emoción por la velocidad, al tiempo que yo, inevitablemente, sonreía por el alboroto. No detuve mi ritmo desbocado hasta que divisamos la escuela.

Bajé la velocidad y Renne abrió la puerta. Entonces se detuvo y volteó a verme.
—Te quiero. Adiós
—También yo.
Posteriormente cerró la puerta y se alejó corriendo por el camino de entrada que llevaba a un edificio blanco con un amarillo descolorido. Luego la perdí de vista al cruzar la puerta, no me gustaba marcharme hasta que la veía entrar. Rarezas de madre supongo.

Manejé sin mucha prisa al restaurante naturista favorito de la "pandilla", por llamarlo de una manera. Estoy segura que mi hija se reiría de mí si me escuchara llamar pandilla a mis amigos...
Tenía el mismo humor burlón de la Renne de mi sueño... una Renne que nunca había existido.

~*~

Al entrar en el restaurante, un olor a café y pan integral recién horneado me invadió; se escuchaban palabras perdidas de la plática que la gente generaba. El lugar no era muy grande, cosa que le daba una esencia acogedora a pesar de tener tres de cuatro paredes hechas de vidrio; la iluminación matutina entraba perfectamente a la estancia.

La especialidad de ese lugar eran los jugos naturales, así que muchas de las personas que iban, únicamente se tomaban la especialidad y se marchaban. Esa era la razón de que siempre hubiera movimiento.
—Bienvenida —dijo una mujer vestida con una camisa formal y pantalón de vestir.
—Gracias —respondí mientras mecía a Rui.
—¿Ya la esperan?
Estiré el cuello para tener una mejor vista del panorama.
—Me parece que no.
—De acuerdo, entonces le doy una mesa. Sígame, por favor.

Caminé detrás de ella a lo largo del restaurante. El bebé quería bajarse a dar pasitos, pero ese no era el momento. La mesa estaba situada en una esquina del restaurante por donde tenía una vista perfecta de todo el lugar.
—Gracias —dije con una sonrisa antes de sentarme.
La chica regresó a la entrada de inmediato.

Rui manoteó sin cesar sobre los cubiertos y balbuceó sílabas. Dejé su pañalera junto a mi silla y saqué un biberón que ya llevaba preparado, luego lo ayudé a que bebiera de él.
Cuando menos lo esperaba, llegó Ena acompañada de su esposo, nada más y nada menos que el buen Daniel. Aquel chico que antes había tenido una especie de obsesión conmigo.

Las vueltas de la vida eran impresionantes. Ahora ellos dos eran una feliz pareja con un hijo, que por cierto, también los acompañaba.
—¡Hola! —exclamé a la vez que me ponía de pie para saludar.
—Qué guapa —comentó Ena al tiempo que me abrazaba por el cuello.
—¡Igualmente!
Poco después saludé a Daniel y su hijo de nombre Matías con el mismo gusto.
—Qué grande estás —le dije a Matías.
El niño de cinco años sonrío y se escondió detrás de su papá. Ena negó con la cabeza entre risas por la actitud del niño, como si fuera común ese comportamiento en él.

—¿Y Renne? —inquirió Ena una vez estuvimos todos sentados.
—En la escuela, hoy es su primer día.
—¡Fantástico! ¿Qué novedades con Seth?
—Muy ocupado en su consultorio... parece que las alergias llegan con la primavera. Pero gracias a Dios todos estamos muy bien; también este pequeño de aquí —dije mirando a mi niño.

Rui no dejaba de ver a Matías, siguiendo sus movimientos con sus grandes ojos.
—¿Cómo están ustedes?
—Preocupados por la timidez de Matías, pero bien. Las investigaciones en el laboratorio no podrían ir mejor —respondió mi amiga.

Ena se había convertido en una mujer muy exitosa en el campo de la ciencia; siempre tenía temas actuales de los cuales hablar. Y aún conservaba su cabello azabache y sus ojos cafés suspicaces, sin mencionar que su reducida estatura no era impedimento para que su voz y forma de pensar se hicieran escuchar en un gran auditorio.
Por otro lado estaba Daniel, que ahora era abogado. Bien se sabía que fuera de la corte su carácter seguía siendo tranquilo y amistoso; pero al entrar en acción, su parte profesional y persistente tomaba lugar. Simples gajes del oficio.

Pedí una silla alta con seguro para dejar a Rui asegurado junto a mí.
—Así que... ¿Para cuándo otro bebé? —formulé a mis amigos.
Ena de inmediato cambió su pálida piel por un tono más rojizo. Daniel y yo no pudimos evitar reírnos de ella se. Mi amiga siempre había tenido ciertos problemas al tratar los temas que implicaran contacto físico...
—No es justo —dijo Ena a la vez se unía a las risas, pues sabía que sacábamos esos temas para mofarnos un rato —. No tenemos planes, Emily.
Daniel le dio la razón con un asentimiento.
—¿Qué hay de ti? ¿Tú y Seth quieren otro bebé? —inquirió Daniel cuando nuestras risas se apaciguaron.
Me quedé en silencio con la verdadera intención de responderle, pero fue entonces que él cambió de tema en cuanto notó mi falta de palabras. Acomodé mi cabello detrás de mí oreja, llena de incomodidad. La razón era que tres años después del nacimiento de Renne, había pasado por un aborto; la bebé tenía seis meses cuando la tragedia había sucedido... durante un año estuve sumida en un profundo dolor por la pérdida.
Pero eso no terminó ahí, sino que otros cuatro años después, la misma historia se repitió. En ambas ocasiones estuve rozando la línea que diferenciaba la vida de la muerte. Sé que no fue mi culpa, pero era inevitable que me sintiera inútil al no poder dar a luz exitosamente. Agradezco a Dios que me haya dado un esposo que me apoyara en esas etapas, incluso cuando yo prefería no tener relaciones sexuales con él por miedo a que todo el tormento se repitiera.

No fue hasta cinco años después de mi segundo aborto que pude tener a Rui a mis treinta y cinco años. Pero quedé sobre amenaza; no podría volver a dar a luz en mi vida.

Ena me infundió ánimos por medio de una afable sonrisa y yo le devolví el gesto. Por el rabillo de mi ojo alcancé a ver formas acercándose, y al voltear, vi a Abril que llevaba de la mano a una niña pelirroja, detrás de ella iba su esposo, quien iba con otra niña pelirroja. Mi amiga tenía un hermoso par de gemelas.
—¡Ey! —saludó Abril con una amplia sonrisa.
—¡Por poco y ordenamos sin ustedes! —bromeó Daniel.

Saludé a mi amiga con un beso en la mejilla y un fuerte abrazo.
—¿A mi no me piensas saludar? —dijo el marido Abril mirándome de frente con sus ojos verdes.
Como había dicho anteriormente, la vida siempre sorprendía con sus giros. Y que Mason fuera el padre de las hijas de Abril era un de esas sorpresas. No tenía del todo entendido cuando habían empezado una relación, pero ahora allí estaban, vivitos y coleando el uno junto al otro; llevaban diez años haciéndolo. Y la verdad era que estaba feliz por ambos.

Luego de saludar a todos, incluyendo a las gemelas (Marcela e Isabella de diez años), ordenamos el desayuno. Nuestros respectivos platillos no tardaron en llegar, y pronto todos disfrutábamos de la compañía de los otros, además del sabor de los alimentos.
—No lo beban frío, están enfermas —dijo Abril a sus niñas.
—Pero, mamá... —se quejó Isabella.
—¡Ya me siento mejor! —terció Marcela.
—¡Qué bueno que me dices! Todavía las puedo llevar a la escuela.
Las gemelas no volvieron a decir una palabra.

La plática se extendió en la mesa durante una hora, tratamos temas triviales y una que otra cosa más importante. Era bueno reunirse una vez al mes, de esa forma no perdíamos contacto y nos enterábamos de la vida del otro; era una manera de apoyarnos, o por lo menos yo lo veía así.
Varias veces Rui se echó a llorar en pleno almuerzo, la buena noticia era que resultaba muy sencillo tranquilizarlo, y las niñas de Abril no dejaban de jugar con él mientras Matías los observaba desde su asiento.
Casi me olvido de decir que tanto Mason como Abril eran odontólogos; de vez en cuando podías notar que tenían una leve competencia por ver quien atendía más personas en un día.

—¿Qué le dijo un jardinero a otro jardinero? —improvisó Daniel con un gesto emocionado.
Personalmente, no se me ocurría nada. Y parecía que a los demás tampoco.
—¿Qué le dijo?
—Disfrutemos mientras podamos —respondió y luego se rio a carcajadas.
—¡Ay no! —exclamó Renne a la vez que todos nos reíamos por sus malos chistes.
—¡Es bueno! —argumentó Daniel.
Con más razón nos reímos.

Llegué a la conclusión de que amigos así eran necesarios en la vida. Ya no impresionaba que nos quedáramos en los restaurantes hasta pasada la una del día, todo indicaba que una vez al mes no era suficiente, y muestra manera de reponerla era con varias horas de charla y buen ambiente.

Las bromas iban y venían en la mesa, los chistes de Daniel no faltaban, y el sarcasmo profesional de Abril ya casi se podía considerar arte. En todo el tiempo que permanecimos ahí, tuve que cambiar el pañal de Rui tres veces, pero eso no impidió que me marchara. Iba bien preparada.

—Bueno, los tengo de dejar —dijo al momento que me ponía de pie —. Iré a recoger a Renne y visitar a mi mamá.

—Claro, que te vaya bien —se adelantaron las mujeres de la mesa.

Los hombres hicieron lo propio con unos insignificantes segundos de retraso.

Salí del restaurante con una sonrisa en los labios y el corazón avivado de alegría. Mi siguiente parada era la escuela, posteriormente me dirigiría a casa de esa loca mujer a la que llamaban Liana.

Doble PersonalidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora