Capítulo 2: ¿Así tratas a tu nuevo auto?

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Presionó su celular buscando la hora; faltaban diez minutos para las seis... todavía podía aprovechar ese tiempo, de modo que volvió a recostar la cabeza en su almohada. Sin embargo, no consiguió dormirse. Se incorporó de la cama y quedó sentada en la orilla del colchón, luego tomó su dispositivo e indagó un poco sobre el clima del día.

—Dieciocho grados ahora, ¿en serio? —resopló para sí misma.

Emily puso los ojos en blanco antes alejarse de su amada y cálida cama. La pijama que llevaba era, posiblemente, el atuendo más revelador que tenía; y como era de esperarse, le incomodaba llevarlo. Se atrevió a salir de su recámara a pesar de la ropa que llevaba al escuchar una hambrienta voz en su estómago. Su pereza de cambiarse había sido mayor.

Se encaminó a la cocina procurando no hacer ningún ruido. Pero cuando llegó a su destino, ya había alguien ahí. Un hombre vestido sólo con bermudas hurgaba dentro del refrigerador y la luz de éste le iluminaba su torso desnudo. Emily se quedó petrificada en el linde de la entrada.

Su sorpresa no le impidió notar que los músculos de la ancha espalda del desconocido se contraían cuando él removía la comida. Entonces se dio media vuelta con un cartón de leche en manos. Los dos presentes se miraron unos breves segundos.

—Ah, Emily. Buenos días... —dijo Matt, su cara tiesa.

—Buen día.

Tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no bajar sus ojos al abdomen de Matt. Sabía que su madre salía con hombres del estilo... fibroso, pero jamás había visto alguno vagando por su cocina sin camisa. No era que no hubiera mirado una musculatura así antes, solo que... esta vez era diferente. Entonces se dio cuenta que ella, al igual que él, llevaba partes de su cuerpo desnudas.

Matt debía admitir que se estaba resistiendo de mirar las piernas de Emily. Llevaba un short verde y desgastado que dejaba una cantidad considerable de piel a la imaginación. También tuvo que concentrar sus ojos en los de ella para no terminar mirando la ajustada blusa gris que llevaba.
La tensión en el ambiente creció mientras ningún hablaba.

—Disculpa —musitó ella al dejar su sitio.

Se acercó a la alacena en silencio, después deslizó el vidrio translucido que la cubría y buscó sus barritas de proteína. Del otro lado de la estancia Matt se sirvió leche en un vaso y recargó su espalda baja frente al fregadero en dirección hacia Emily. Dio un trago sin despegar los ojos de ella.

—Si me permites la pregunta... ¿qué edad tienes? —inquirió él, ahora cruzado de brazos.

Emily volvió la mirada al novio de su madre, extrañada.

—Diecisiete.

Y regresó a sus asuntos esperando que Matt hiciera lo mismo.

—Tengo veintitrés —añadió el muchacho.

Emily alzó las cejas de espaldas a él mientras extraía una barrita de la caja.

Sabía que tenía razón; podría ser mi hermano. ¿Cuántos años le lleva a mamá?

Liana tenía cuarenta y cinco años bien vividos. La evidente diferencia de edad entre ella y Matt se le antojaba espeluznante. ¡Veintidós años de ventaja para Liana!

Estaba tan centrada en sus pensamientos que no se percató cuando el muchacho la recorrió de arriba abajo con una chispa en sus ojos.

—Hasta luego —se despidió y salió disparada de la cocina.

(...)

La única razón que venía a su mente era la siguiente: Matt había pasado la noche en su casa, seguramente en compañía de Liana...

Doble PersonalidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora