Capítulo 4: Misión Cumplida
Salió de casa rogando no toparse con Matt. Aunque quisiera que Liana la ayudara con él, ella en esos momentos se encontraba a bordo de un gran avión de camino a Rusia. Casi podía imaginarla bebiendo una refinada copa de vino mientras miraba por la ventana.
La temperatura ya era elevada a las cortas horas de la mañana, y todas las personas que Emily veía llevaban ropa ligera, lista para el sol de primavera. Ese día había prevenido el calor abrasador, de modo que se había puesto una blusa rosada y holgada.
Fue cuando puso la fecha en su libreta que cayó en la cuenta: era el cumpleaños de una vieja amiga suya... tenía que pasar a felicitarla. Aprovecharía la fecha para darse una vuelta por la repostería de otra buena amiga y así comprar una delicia de chocolate... o vainilla.
Dos lugares al frente se encontraba Abril. Su esponjada melena anaranjada incitaba a Emily a lanzarle bolitas de papel y reírse porque seguro se quedarían atoradas entre sus cabellos. Más allá Daniel mandaba mensajes de texto desde su celular, cosa que le pareció extraña.
De repente Abril giró su cara y le hizo una mueca torcida. Emily tuvo que contener una carcajada.
La clase pasó con lentitud, al igual que el resto del día.
(...)
Apenas salió de clases se dirigió a la repostería de Cristina, localizada en una de las avenidas comerciales más concurridas del estado de Columbus. Los llamativos escaparates adornaban calle abajo por varios kilómetros, hasta que dio con el local de su amiga.
¿Qué decir de Cristina? Era una chica con gustos peculiares. A los dieciséis años había pedido a sus padres un sitio dónde vender sus postres, y ahí lo tenía. Era una amante empedernida de los tigres, por lo que la mayoría del tiempo iba vestida de naranja y negro. Poseía una voz tranquila, por no decir arrulladora.
La campanilla de lugar sonó cuando Emily empujó la puerta. El local estaba decorado de pies a cabeza en un color rosa con alegres tonos de verde. Sin duda un toque femenino a su negocio. Aunque lo que más llamó su atención fue el cálido olor a pan recién horneado. Abril decía que a eso olía Cristina: pan horneado.
Las vitrinas dejaban entrar luz natural y ofrecían al exterior las delicias que su propia amiga cocinaba; pasteles montados cuidadosamente en pequeños pilares blancos.
Cristina la recibió detrás del mostrador, desde su sitio daba órdenes a los empleados en la parte trasera de la repostería.
—¡Hola! —exclamó abriendo los brazos y proyectando su delgado torso hacia atrás.
Emily la saludó con las mismas energías antes de abrazarla por el cuello. Su amiga era de mediana estatura, y el cabello oscuro le enmarcaba un rostro en forma de corazón. Los ojos de Cristina siempre estaban bien abiertos.
—¿Cómo estás? —inquirió su amiga al terminar el abrazo.
—Nada nuevo —añadió Emily, restando importancia con un gesto de mano.
Le hubiera encantado intercambiar más palabras, pero no tenía mucho tiempo para charlar; la chica cumpleañera, de nombre Mariel, tenía su tarde saturada de actividades extracurriculares.
—Necesito un pastel para Mariel; hoy celebra su cumpleaños —explicó recargándose en la caja.
—¿De verdad? Vaya... soy pésima con las fechas. Pues... no sé qué le guste a ella. Tengo recetas nuevas por aquí.
Emily la siguió al escaparate izquierdo del lugar. Escogió un ejemplar mediano de tres leches bañado en chocolate oscuro, adornado con algunas fresas y figurillas de chocolate blanco. Cristina hizo su mayor esfuerzo para dárselo sin ningún costo argumentando que era lo menos que podía hacer por Mariel; pero Emily le pagó de igual manera.
Se despidieron en otro efusivo abrazo.
Volvió a retomar las calles pensando en el estado de salud de Cristina. Le daba un gusto inmenso verla recuperada del todo luego de varios años de severos problemas de salud; ahora notaba en ella ganas de vivir y aportar su rayo de sol a la gente cercana a ella. Era un verdadero milagro.
(...)
Tocó el timbre de la casa, luego retrocedió unos pasos.
Su amistad con Mariel había iniciado no mucho después de que Emily había vuelto del internado. Todavía recordaba la aguda vocecilla de su amiga, las tardes de juegos interminables donde salían en bicicleta a recorrer un parque cercano. Y esas noches de bombones asados... en fin, muchos recuerdos que atesoraba con ella.
La puerta se abrió y debajo del umbral apareció una chica alta, quizás la más alta que conocía, de cabello dorado muy corto y un piercing adornando su oreja izquierda. Sus rasgos eran suaves, llegando a caer en la redondez infantil.
—¡Felicidades!
—¡Emily!
Luego de un apretujado abrazo, Mariel la invitó a pasar. Parecía que su amiga saldría de casa dentro de poco, puesto que llevaba puestos sostén y licras deportivas. Entonces recordó que practicaba boxeo por las tardes.
La habitación de Mariel tenía decenas de posters de un famoso adolescente cantando. Además de un sencillo tocador, cama y armario. Las paredes moradas marearon un poco a Emily, aunque lo contrarrestó cuando abrieron las ventanas.
Charlaron sin parar casi una hora; de actuales amigos, estudios y planes futuros. Le alegró saber que su amiga saldría de intercambio pronto, y que tenía un novio muy comprensivo. Entonces miró el reloj en la pared; supo que era momento de irse.
Le dejó su regalo en el refrigerado y salió de la casa con Mariel detrás. Esperaba que pudieran verse antes de que ella se marchara a España.
(...)
Manejaba de vuelta a su hogar cuando un limpia-parabrisas la interceptó en un semáforo. No era muy común encontrarlos en las calles de Ohio, normalmente había más al sur del país. Entonces recordó que había gastado todos sus fondos en el pastel; no podría pagar por los servicios del hombre.
—No gracias —se apresuró a decir.
El desconocido hizo caso omiso y siguió frotando el vidrio con un paño esponjoso lleno de jabón grisáceo.
—No traigo dinero —advirtió asomando la cabeza por su ventana.
—Lo que me quiera dar —Seguía concentrado en su trabajo.
Emily se talló los ojos; comenzaba a frustrarse.
—De verdad, no tengo nada —replicó en un tono preocupado.
El sujeto dio una última pasada al vidrio y se acercó a ella en busca del pago.
—Se lo dije —musitó, queriendo encogerse en el asiento.
Emily se había esperado de todo, tal vez que el hombre la amenazara, o con algo de suerte... que se fuera sin más. Pero nada de eso sucedió. El limpia-parabrisas regresó al frente del coche y de una patada quebró las luces de cabecera. Ella gritó por instinto al ver el brutal arranque del sujeto. La impresión sin duda asustó a Emily, dando paso a su otra personalidad.
La recién llegada aceleró el coche, importándole poco que ahí estuviera su agresor. De hecho planeaba darle una lección... El pobre hombre, debido al impacto, subió al cofre del auto rodando; fue cuando Renné subió la velocidad aún más, llevándose encima al cuerpo entre gritos. Ella no tuvo piedad al ver que el tipo se aferraba como podía a la orilla del parabrisas.
Repentinamente frenó. Sí, el limpia-parabrisas salió disparado hacia adelante y dio contra el asfalto caliente. Renne echó reversa apenas la gente comenzó a notar lo que había hecho, y retomó su camino a casa con una sonrisa llena de satisfacción.
Primero que nada, gracias por leer.
¿Ustedes hubieran reaccionado así ante la agresión de un desconocido? Por lo menos yo no, pero Renné ni siquiera lo dudó.
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Doble Personalidad
Teen FictionAsiste a la escuela, estudia, tiene una familia y tiene que lidiar con las complicaciones de una vida adolescente. Lo único que la hace diferente es que carga con un problema mucho más grande que ella misma. Y es que tiene dos personalidades. Estu...