Capítulo 1: Varios Incidentes

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Capítulo 1: Varios Incidentes

Despertó descobijada, con el cabello enmarañado y un mal aliento. A diferencia de las películas de princesas, donde todos saludaban un nuevo día con el canto de los pajarillos y la radiante luz del sol filtrándose por su ventana. Para su mala suerte, ésto no era un cuento de hadas y castillos. Se trataba de otro odioso lunes.

Se removió entre las sabanas tibias una última vez, luego tomó toda la fuerza de voluntad que se podía tener a las seis de la mañana y se arrastró fuera de la cama en dirección al baño. Se estremeció de pies a cabeza al sentir el piso frio debajo de ella, casi estuvo tentada a deshacer sus pasos devuelta a la cama... pero el deber la llamaba.

En una esquina del cuarto de baño se encontraba su regadera, mientras que en el lado opuesto estaba una bañera formando un ángulo de noventa grados. Ambas eran blancas... y dolorosas de mirar si había bajas temperaturas pasando la calidez del hogar. Unos pasos más allá había un tocador de granito oscuro, encima de él se alzaba un rectangular espejo; de modo que antes de ducharse, echó una mirada a su destartalado reflejo.

Sí, todavía tenía algo de baba seca en las comisuras de sus labios; por no mencionar la maraña encima de su cabeza... cualquiera que la hubiera visto podría haber confundido su cabello castaño (no tan brillante como el de su madre) con un conejo dormido.

Unos minutos después se introdujo temblando en la amplia regadera. Al salir se abrigó con un pantalón de mezclilla y su suerte holgado favorito, debajo de éste se puso una blusa dos tallas más grandes que ella. Al fin y al cabo sólo asistiría a la escuela.

Antes de abandonar su habitación se miró en el espejo de cuerpo completo, aquél que había puesto en una puerta del armario. Las formas femeninas estaban bien ocultas debajo de la ropa, pechos y cadera incluidos.

—Bien —susurró, sintiéndose un poco más tranquila.

Esa vergüenza suya era un tema de conversación recurrente entre ella y Liana, su madre. Ella le aseguraba que no tenía nada qué esconder. Y no en el sentido de que tuviera escasos senos... o poca cadera. Liana le había mostrado, muy orgullosa, fotografías de ella misma en pasarelas, como también portadas de revista donde aparecía casi desnuda. Pero Emily se negaba a usar prendas tan reveladoras como esas.

Por el momento estaba bastante cómoda en sus blusas de tallas grandes y guangas sudaderas. De hecho su vestidor no incluía nada ajustado o con pronunciados escotes. Lo más revelador, por llamarlo de alguna manera, era un vestido floral a la rodilla y dos faldas. Otra cosa que le causaba problemas: tener una piscina en casa. Como era de esperarse, se metería a nadar cuando ella quisiera. Pero en realidad no era así; se limitaba a pasar de un lado a otro sin siquiera mirarla.


(...)

Bajó a trote las escaleras de mármol en forma de caracol y se apresuró a la cocina. Todas las encimeras vacías daban un aspecto de soledad al lugar, en la barra que había frente a la reluciente estufa estaba un plato con waffles y fresas encima, acompañados de un frío vaso de leche.

—¡Ya es hora! —exclamó el chofer desde la puerta.

Emily torció los labios, puesto que apenas llevaba dos bocados y su estómago seguía rugiendo. Guardó su desayuno en el refrigerador, prometiéndose que lo terminaría después. Luego cogió su mochila del recibidor y salió corriendo de la casa.

Siempre quiso hacer uno de esos saltos épicos de película hacia el interior de un coche en movimiento. Aunque esta vez se tendría que conformar con dar un atrabancado brinquito al asiento trasero del imponente auto de la casa. 

Doble PersonalidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora