Capítulo 3: Matt

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Esta vez no tropezaría con la misma piedra. Bajó a desayunar con su ropa del día en vez de pijama; llevaba un pantalón blanco a juego con su suéter de lana negra. En la barra de la cocina ya se encontraba su primer comida del día: un plato de cereal, fruta y yogurt amargo, de ese que tanto gustaba a su madre.

Se sentó sin prisa e introdujo la primera cucharada a su boca. Abel llevaba haciéndole el desayuno por lo menos dos años sin falta, y por eso le tenía eterna gratitud. Tomó una jugosa fresa y la adhirió con el tenedor a una rodaja de kiwi brillante. Esas dos frutas eran sus favoritas.

Todo iba de maravilla cuando sintió un cálido aliento en su nuca. Posteriormente unos brazos masculinos la rodearon por la cintura. El tenedor temblaba en manos de Emily, quien estaba paralizada tensando el cuerpo entero. En ese mismo momento unos labios le rozaron la oreja.

—Hola, cariño —suspiró Matt.

Emily ni siquiera lo dudó. Se revolvió cual pez fuera del agua y apuntó el tenedor hacia él; su corazón iba tan rápido que le costó abrir la boca:

—¿Qué te sucede? —exclamó, todavía alzando el tenedor.

La expresión de Matt se volvió un revoltijo de emociones: confusión, seguida de vergüenza e incertidumbre. Negó con la cabeza varias veces a la vez que se llenaba el pecho de aire.

En ese instante de nervios e inestabilidad, Renné acudió en rescate. Era como un castillo de apariencia indefensa que de pronto preparaba las ballestas desde los balcones abovedados.

—¡Fuera de aquí! —vociferó, y Matt creyó que le encajaría el cubierta entre las cejas —. ¡No me vuelvas a hablar en tu vida! ¡¿Oíste?!

—¡Emily, fue un accidente! Perdóname —se apresuró a decir con las manos en alto.

Renné bajó el tenedor a su regazo.

—Tengo entendido que los animales reconocen el olor de su pareja. ¿Pues sabe qué? La nariz te falló esta vez —gruñó.

En primera instancia pensó que un violador había entrado a la casa. O quizás algún loco se había escapado del manicomio más cercano. Salió de la cocina echando vapor por los oídos, abrió la puerta de entrada de un jalón y bajó la escalinata hasta su auto. En cuestión de minutos ya estaba de camino a clases.

Renné detuvo el auto frente al semáforo rojo. Aprovechó la pausa para estirar su cuello y darse un breve masaje en la cuerva del mismo. De repente un estremecimiento le inundó el cuerpo, todavía podía sentir a Matt detrás de ella. Repiqueteó los dedos en el volante mirando a su alrededor; las calles estaban especialmente solas ese día, su única compañía al volante eran los altos edificios a sus costados y uno que otro valiente corriendo cuesta abajo.

Fue entonces que un deportivo rojo se colocó a su altura.

No es cierto, no lo creo. Por favor no, Dios.

—¡Emily! —gritó Matt desde el auto.

Ella fingió no haberlo visto y arrancó pisando fuerte el acelerador, le valió un pepino divino que todavía no cambiara a verde. Si se volvía a acercar a ella no dudaría en usar el tenedor. Después vería cómo explicaría a Liana la multa...

—¡Lo lamento! —alcanzó a escuchar.

No bajó la velocidad en todo el trayecto restante.

(...)

Emily volvió a ser consciente de sí misma en clase de Historia. Una vez más analizó sus últimos recuerdos y no llegó a ninguna conclusión que pudiera servir de explicación a sus lagunas mentales. ¿Sería que así funcionaban todos y era normal? No lo creía.

Doble PersonalidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora