14. Yendo al supermercado

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Mientras caminábamos hacia el supermercado, Emma y yo no podíamos evitar tocar temas de interés mientras disfrutábamos de la animada charla.

—La rivalidad entre Flash y Quicksilver siempre ha sido un tema candente —comentó Emma, provocando la conversación—. ¿Por qué defiendes a Flash?

Sonreí y defendí a mi héroe favorito:

—Flash es un ícono, uno de los fundadores de la Liga de la Justicia. Su conexión con la Fuerza de la Velocidad le otorga poderes que van más allá de la simple velocidad. Además, su personalidad es única.

Emma contraatacó:

—¡Pietro es un mutante! Su velocidad es innata, y eso es mucho más impresionante. Además, es parte del universo Marvel.

Nuestras argumentaciones se volvieron cada vez más encendidas, hasta que ambos empezamos a atacar los puntos de vista del otro, en una discusión apasionada que solo fortalecía nuestra conexión.

Mientras caminábamos, no podía evitar notar cómo Emma no pasaba desapercibida. Su outfit sugerente y su sensualidad natural atraían las miradas de los hombres que nos rodeaban. Recibía piropos halagadores, y los hombres no podían evitar elogiarla de manera sugerente. 

Un hombre le dijo con deseo:

—¡Guau, preciosa, esa microfalda te queda increíble! Deberías usarla siempre.

Emma sonrió con ironía y respondió:

—Oh, gracias, cariño, pero es solo una falda. Aunque, ¿quién sabe, tal vez lo haga?

Otro caballero, claramente cautivado por su atuendo, comentó:

—Esa blusa ajustada te sienta de maravilla. ¿Siempre vistes tan sexy?

Emma respondió con una mirada traviesa:

—Bueno, la moda es una forma de expresión, ¿verdad? A veces me gusta mostrar un poco de piel. Además, es divertido ver cómo reaccionan los demás.

Caminando hacia el supermercado, no podía evitar sentirme atraído por la provocación de Emma, su microfalda increíblemente corta y el conocimiento de que no llevaba bragas. La vista era simplemente cautivadora. Sin poder evitarlo, le comenté:

—Emma, tienes un poder especial para hacer que mi mente divague en direcciones muy interesantes cuando te vistes así.

Emma sonrió con ironía y me miró fijamente, burlona:

—¿En direcciones interesantes? ¿Ya estás "erecto", cariño?

Me sonrojé ligeramente y le respondí con timidez:

—Bueno, tal vez un poco.

Emma no dejó pasar la oportunidad de hacer un comentario juguetón:

—Me encanta ponerlo "erecto". Es como un deporte para mí. 

Mientras caminábamos, un hombre se acercó a Emma y le propinó una nalgada. Ella, siempre segura y sin dejar que nadie cruce límites, le preguntó:

—¿Por qué hiciste eso? ¿Acaso no puedes contener tus impulsos?

El hombre, un tanto avergonzado, respondió:

—Es que eres demasiado sexy, no pude resistirme.

Emma le miró fijamente y le dijo con una voz firme:

—Mi cuerpo es mío, y yo decido qué quiero mostrar y a quién quiero mostrarlo. El ver a una chica linda y sexy no te da derecho a tocar sin consentimiento. ¿Te gustaría que a tus hijas les hicieran lo mismo?

Con su tono irónico característico, añadió:

—¿Tienes hijas?

El acosador bajó la mirada, aparentemente avergonzado, y respondió tímidamente:

—Sí, tengo dos hijas.

Emma respondió con astucia:

—Es sorprendente que alguien como tú tenga hijas.

El hombre se apresuró a disculparse y le rogó que no lo expusiera en ningún lugar. Emma, siempre segura de sí misma, sacó su celular y dijo con una sonrisa irónica:

—Miren esta cara, es la cara de alguien que cree que puede apropiarse del cuerpo de chicas como yo.

Luego, se dirigió nuevamente al acosador:

—Las mujeres deciden con quién estar y merecen respeto. Todas merecen respeto. Piensa en tus hijas.

El acosador, apenado y humillado, se marchó rápidamente. Emma guardó su celular y suspiró con cierta molestia:

—En la calle hay muchos pajeros dando vueltas.

Tratando de aligerar la situación, dije con ironía:

—Siempre me "pajeo" pensando en ti.

Emma sonrió y susurró con complicidad:

—Cariño, deseo que lo hagas. Además, a mí me excita y me encanta que lo hagas pensando en mí.

Frente a las puertas del supermercado, sellamos nuestra conversación con un apasionado beso. La ironía y el empoderamiento de Emma quedaron marcados en la mente del acosador, y nuestra conexión se fortaleció aún más. Mientras entrabamos al lugar, no pude evitar pensar en la importancia de no "normalizar" el acoso callejero y fomentar el respeto hacia los demás. Emma había demostrado con valentía que nadie tenía derecho a tocar a otra persona sin su consentimiento, y eso era algo que debíamos recordar y compartir.

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