21. Viene el postre

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Después de una cena deliciosa, Emma propuso lavar los platos juntos. Nos dirigimos a la cocina, y lo que comenzó como una tarea doméstica inocente pronto se convirtió en un juego travieso.

—Vamos, ayúdame con estos platos, ¿quieres? —dijo Emma, con una mirada juguetona.

En lugar de enjabonar platos, nos encontramos enredados en un juego de agua y espuma. Risas llenaron la cocina mientras nos salpicábamos mutuamente, dejando que el agua nos empapara por completo.

—¡Oh, no te salvas! —exclamó Emma, lanzándome un chorro de agua.

Me vengué mojándola también, y pronto estábamos inmersos en una guerra de agua y risas contagiosas. En medio del juego, nuestros cuerpos se rozaban y las risas se volvían más juguetonas.

Emma, con una sonrisa traviesa, me mojó la entrepierna y luego fingió secar mi pantalón con movimientos sugerentes.

—Vaya, que duro estás. Esa comida funcionó —bromeó, mirándome con picardía.

Me sonrojé y traté de disimular, pero Emma, con su energía imparable, siguió con las bromas.

—¿Pudoroso después de todo lo que hemos hecho? ¡Vamos! —exclamó, riendo.

Intenté cubrir mi evidente erección, pero Emma, divertida, no paraba de hacer comentarios sugerentes.

—Después de tantas bromas, ¿te vas a poner tímido ahora?

Sonreí y admití:

—Es difícil no ponerse así cuando estás cerca.

Emma, con una mezcla de enamoramiento y excitación, me miró con intensidad.

—Eres increíble, ¿lo sabías? Cada momento contigo es una aventura.

Terminamos de lavar, más mojados nosotros que los platos, y Emma, sin dejar de sonreír, me llevó a su habitación.

—Quiero darte el postre, cariño. Algo muy caliente, y muy rico —dijo con una voz sugerente.

La noche prometía más risas, amor y un toque de erotismo mientras nos aventurábamos hacia lo desconocido, llevando nuestra conexión a nuevos niveles de intimidad.

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