¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Pensar con claridad se había vuelto un terrible reto, mi mente simplemente no se concentraba en otra cosa que no fuera los labios de Miguel sobre los míos y sus manos en mi cadera haciendo una suave presión. Mordió mis labios y tiró de ellos arrancándome un gemido, mi sangre se heló porque simplemente no podía comprender cómo podía hacer aquello. Un suave toque suyo era electricidad pura, con la mirada ya podía dominarte por completo y solo bastaron unas palabras para tenerte a su merced total.
Y aún no había encontrado la forma de resistirme a sus extraños y enigmáticos encantos. Era aterrador la forma tan rápida en la que podía cambiar, provocaba miedo en mí pero al mismo tiempo me seducía. Unas cadenas invisibles se aferraban a mis muñecas y a su cuerpo, aunque quisiera huir sabía que seguía encadenada a él.
—Laura... —susurró sobre mis labios provocando que todo mi aire se saliera de mi cuerpo. —Fuiste una niña muy mala, ¿sabías?
—¿Qué? —pregunté abriendo finalmente mis ojos y chocando con los suyos vacíos.
—Te apuesto a que ibas a decirle a todos de tu cumpleaños, menos a mí. —esbozó una sonrisa. Si no lo conociera pensaría que tiene una sonrisa bastante agradable y apacible, pero no, a mi vista lucía enfermiza y adictiva. —¿No te hubiera gustado acaso un regalo mío?
Tragué saliva pesadamente sin saber exactamente qué contestar. Él tomó mi rostro con sus dedos para que levantara aún más la mirada y nuestros ojos conectaran aún más.
—¿Tú? —pregunté un poco confundida. — ¿Me darías un regalo a mí? ¿En serio?
La sonrisa de Miguel solo provocó más inseguridad en mí de la que ya tenía. Relamí mis labios pensando seriamente si era más conveniente huir que quedarme aquí con él. Eso sería lo correcto, pero después venía la otra contraparte que gritaba quedarme y enfrentarlo, ver qué pasaría si lo provocaba.
—¿Por qué no? —sobó mi mejilla. —Es el cumpleaños de mi muñeca después de todo.
—¿Muñeca? —repetí alzando un poco mi ceja.
—¿Cómo lo prefieres entonces? —se acercó más a mí con aquella filosa mirada. —¿La chica linda que me vuela la cabeza?
—Detente —me moví de lugar comenzando a avanzar entre las cajas con los brazos cruzados, sin embargo sentía sus pasos detrás de mí.