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"¿Donde quedo todo lo que tú me decías? ¿cómo iba a saber que era una bandida, sus malas se la traía escondida, hasta tu propia amiga me lo advertía."

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27 de Enero, 2019.
Buenos Aires, Argentina.

Enzo se sentía mal y no existía mejor palabra para describirlo que: culpa. Había cagado a su novia y se sentía culpable, pero aún no entendía por qué. Si ella le había hecho lo mismo, ¿por qué sentía que tenía toda la culpa encima?

No podía detener su cabeza de pensar en esa noche en que entre tragos y una noche increíble de boliche besó a la mina que más odiaba, la mejor amiga de su novia. Todo porque sentía la sangre hervirle de tan solo pensar que otro pudo haber tocado lo que era suyo y que a su novia le habría gustado.

Es decir, Valentina era la mejor amiga de su novia, y si la misma le decía que le había sido infiel debía creerle, ¿o no?

Sentía una bronca gigante de tan solo pensar que Agostina podía aprovechar ese tiempo en que él estaba en Bariloche para buscar a Nahuel y cogerselo como, según Valentina, quería hace tiempo. No le cabía ni una duda que el buitre de su amigo aprovecharía cualquier momento para acercarse a su novia, todos le tenían las ganas suficientes para traicionar su amistad tan solo para besarla una vez en su vida y lo tenía claro, sin embargo no eran capaces de arriesgarse a saber lo que Enzo era capaz de hacer al respecto. Pero si ella les daba el pie, quizá no lo pensarían tanto. Así como él no dudo en comerse a Valentina y a cualquier piba que se le cruzara por el frente en aquella fiesta en la costa y con todos los tragos que tenía encima.

Y quizás se dejó influenciar, pero, ¿cómo iba a parar si le terminó gustando tanto?

Le gustó el sentirse libre por un minuto, sin "ataduras" o pensar en las consecuencias que tendrían sus actos, ya que al día siguiente y al escuchar un par de excusas más de Valentina, no dudo en comersela otra vez. Y otra vez, y otra vez. Se la había cogido más de dos veces en la costa, en la casa de sus papás y cuando Agostina le dejaba de hablar por laburo, así no sospecharía absolutamente nada y podía tener todo bajo control.

¿Por qué no le terminaba? ¿Por qué no le hablaba al respecto y le pedía escuchar su parte de la historia? ¿Por qué mierda le seguía siguiendo el juego a Valentina incluso después de volver de la costa?

Se sentía incapaz de terminarle a Agostina, no podía estar ni un segundo sin ella y no podía imaginarse sin su presencia en su día a día, pero mucho menos era capaz de dejarla. Siempre había odiado verla llorar y ser el motivo de sus lágrimas le dolería demasiado, pero el simple pensamiento de Agostina con alguien más le hacía nublar todo pensamiento sensato y el hecho de vengarse con su mejor amiga le parecía lo más viable en ese momento de rabia interna.

Pero la culpa no lo dejaba y por eso apenas tuvo la oportunidad volvió a Buenos Aires con la excusa de pasar su cumpleaños a su lado, solo que con esa piedra en el zapato y los pensamientos tan perseguidos cada vez que veía a Agostina con su mejor amiga.

—Da, pero si te la hizo, ¿cuál hay qué se la hagás vos también? —Se encogió de hombros su hermano mayor, Gonza, uno de los mellizos.

—Me siento re culpable, wacho, no sé que hacer. —Suspiró frustrado el morocho, pasando una mano por su rostro. Llevaba una semana evadiendo todo mensaje de Valentina por el simple hecho de que en cualquier momento todo podría irse a la mierda.

DIABLA. | ENZO FERNÁNDEZ.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora