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"Y sonrío para engañar al dolor pero es grave lo que le hiciste a mi amor, siento frío y miento si digo que no quiero todo y quiero que sea con vos. "

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19 de Febrero, 2023.
Londres, Inglaterra.

La mirada de Agos se esparció por toda la cocina, mirando el desorden que Enzo hizo en tan solo unos minutos con la harina y el puré de papas ya hecho, por lo menos se veía que sabía lo que estaba haciendo. Llevaba media hora solo escuchándolo hablar de su llegada al club en una manera de intentar romper el hielo y ella simplemente no podía creer lo que estaba presenciando. Es decir, su relación con él se había tornado sexual por decisión propia y no podía dejar de verse en la posición en la que se encontraba, viendolo cocinar en su casa y remando una conversación que no iba a ningún lado porque ella no pensaba integrarse a esta. Estaba loco si pensaba que ella le seguiría su jueguito de involucrar sentimientos una vez más.

Sus ojos se desviaron a sus manos desde su lugar, sentada en el mesón y apreciando como amasaba la masa de los ñoquis con su voz de fondo, ya ni escuchando lo que decía sino enfocándose en los movimientos que hacía y lo bien que se veían sus manos tatuadas sobre aquella mezcla. Hasta que se detuvo a mirar los tatuajes detenidamente. Claro, se tuvo que tatuar el nombre de la pelotuda esa. Dejó salir una pequeña risa mientras bajaba del mesón, ganándose una mirada confusa del morocho al darse cuenta que su risa no encajaba con su relato.

—¿Qué? —Sonrió genuino, bajando su mirada a la mezcla.

—¿Valentina? Ni el nombre mío te tatuaste cuando estábamos juntos. —Bajó la comisuras de sus labios con la mirada fija en aquel tatuaje, mientras se dejaba caer contra el mesón a un lado de él. Rió tras no escuchar una respuesta, claro, ¿cómo le explicaba? —Da, pero reíte, ortiva, mirá si te tatuabas mi nombre, te arrancaba la mano. —Bromeó, intentando sacarle el peso a la situación. Le gustaba recordarle que la había perdido cada dos segundos y verle la cara de arrepentido.

—De todos me venís a mirar ese, andá. —Rió suavemente Enzo, ya al pedo se ponía de mal humor. —¿Me explicás de donde lo conocés al portugués boludo? —Agostina inmediatamente alzó una ceja. —Ya sé que no me debes explicaciones, pero hablame de eso por lo menos. —Se adelantó, haciéndola suspirar rendida.

—Nos conocimos en una fiesta de cumpleaños en París. —Se dirigió a la heladera, sacando la crema de leche con la que comerían los ñoquis. —Teníamos una amiga en común y bueno. —Se encogió de hombros, queriendo cambiar de tema rápidamente, tampoco pensaba contarle todo. —¿Dónde aprendiste a cocinar vos? —Se acercó con más harina, intrigada por saber las razones mientras lo ayudaba a cocinar.

—Tuve que aprender. —Se limitó a responder, sacándole una risa a la morocha que ya se imaginaba la razón.

—¿Valentina tenía antojos? —Burló, sabiendo lo mucho que le gustaban los ñoquis a su ex mejor amiga, tanto como a ella. Su silencio una vez más confirmó su teoría. —Te aseguro que es lo único que sabes hacer igual. —Se encogió de hombros tras darse cuenta de lo incómodo que estaba volviendo la situación, y que por más que le divertía, también le cansaba hablar del mismo tema.

—Te juro que aprendí, loco. —Se quejó, tomando un poco de harina y tirandole contra ella, a lo que la morocha se quedó en su lugar sin poder reaccionar, elevando su mirada asesina al momento en que asimiló lo que estaba sucediendo. —No, dale. —Se alejó al ver sus intenciones de devolvérsela con el paquete de harina en sus manos.

DIABLA. | ENZO FERNÁNDEZ.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora