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"Yo te quiero aunque no se note, yo aquí sigo firme, aunque no se nos de."

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23 de Marzo, 2023.
Buenos Aires, Argentina.

Los bombos y los cantos de la hinchada argentina resonaban sobre todo el Monumental con la intención de recibir lo más calidamente posible al seleccionado argentino en su primer partido post mundial, como campeones argentinos en su propia casa y con la fiesta que el título correspondiente conllevaba y merecía. La emoción se vivía a flor de piel y no había más que lo pudiera demostrar que las voces a coro entonando los versos de "Muchachos".

Los jugadores llegarían en cualquier momento y por mientras, sus novias y esposas se encontraban acomodando en sus lugares en los palcos exclusivos y reservados para ellas y sus familias, buscando un cómodo lugar para ver el partido. Pero no tan cómodo como el que le tocaba a Agostina. Su reservado espacio a las cercanías del campo de juego le era más que favorable, incluso más gracias a las nuevas reformas del gran estadio que hacía que todo se viera más cercano.

El Monumental siempre había sido su segunda casa gracias a Enzo, recordaba cada partido, cada entrenamiento, y hasta cada cita involucrada en ese mismo predio, dando vueltas por el mismo museo una y otra vez tan solo escuchándolo hablar de la historia del club que tanto amaba. Y ella lo amaba a él, así que era lo mismo en ese entonces.

—¿Agostina Manzoni? —Una voz la distrajo, haciéndole elevar la mirada para encontrarse con una persona del staff de la AFA. Extraño.

—Sí, soy yo. —Se acercó al barandal, curiosa del por qué la buscaban.

—Tomá. —Le tendió una credencial con pase a vestuarios, confundiéndola incluso más. —Lo enviaron para vos.

—¿Para mi...? —No pudo ni terminar su pregunta, debido a que aquella persona se marchó rápidamente.

Llegaba a ser de Enzo y lo podía matar.

Suspiró y lo guardó en su pequeña mochila, sentándose nuevamente en su lugar para seguir analizando cada parte del estadio que era diferente a la última vez que había pisado el lugar. Estaba demasiado cerca del lugar de la prensa y se había dado cuenta gracias a la cantidad de periodistas y ayudantes que tenía a su alrededor, infiltrados entre la famosa tribuna popular del estadio.

Fue distraída menos de diez minutos después por los gritos que llegaron a sus oídos, aumentando los cantos de cancha al ritmo de "Dale campeón" y los gritos desesperados de las minitas fans de la selección, dándose cuenta de la presencia de dos de los futbolistas en la cancha. Leandro Paredes y Rodrigo De Paul.

Claro, la famosa cábala.

Ambos saludaban con el mejor de sus humores, la gran sonrisa plasmada en sus rostros y el ego más grande que se podía tener, porque si había algo que parecía gustarle a todos y cada uno de ellos era eso. La atención. No pudo evitar reír por lo bajo, levantándose para observar con diversión cada una de las acciones de los futbolistas, como se hablaban entre ellos mientras observaban con atención cada espacio del estadio, como se alimentaban de aquellos caramelos Sugus y en especial lo bien que le quedaba ese camperón de Argentina al bostero.

Y como si lo hubiera llamado con sus pensamientos, sus miradas parecieron cruzarse de un momento a otro, además de la aparición de la sonrisa canchera de Leandro, haciéndole rodar los ojos a la morocha sin poder borrar la sonrisa de su rostro. Podría estar enojada con él pero todo efecto que tenía en ella no se iría solo por esa razón. Leandro señaló con su cabeza la zona de vestidores, haciéndole caer en cuestión de segundos sus intenciones.

DIABLA. | ENZO FERNÁNDEZ.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora