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"Tengo agua bendita para apagar el fuego que te convirtió en un demonio y una habilidad que te nubla la mente, no sabe si es amor o es odio."

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29 de Mayo, 2023.
Mallorca, España.

Se apoyó en sus codos aún acostada. —Haaay... Churro'. —Comenzó a imitar la morocha, haciendo reír a su compañía. —Calentitos los churros. —Burló ante el silencio que había en la playa española.

—Te hacés la princesita por Europa pero no salís del conurbano vos. —Carcajeó Ailén, cebando el tereré para ofrecerle.

—Hay agua mineral, hay cocaa. —Rió, tomando el mate en sus manos. —¿Cuánto va a tardar éste? —Se quejó, girando en busca de su novio.

Llevaban alrededor de una hora en la playa, se habían reencontrado con Ailén y ahora esperaban a João quien había ido a averiguar los precios para almorzar en algún lugar cercano. Estaban en una pequeña ronda con Enzo, Valentina, Ailén, Mauro, el esposo de Ailén y ella, esperando por el portugués.

—Uh, unas ganas de un choclo. —Mordió su labio inferior de tan solo pensar en la comida característica de su país al ir a la playa.

—Acá no encontrás, no te ilusiones mucho. —Aclaró la rubia, agarrando de los snacks que habían comprado y aprovechando para acercarse a su oído, susurrando. —Te sigue mirando como el primer día.

Agostina sonrió inconscientemente, terminando su tereré para desviar su mirada a Enzo, quien dejó de mirarla en un instante. Se veía demasiado bien y no podía negarlo, su pelo había comenzado a crecer desde que se había pelado ese blanco que a ella no le había gustado para nada, por lo que el negro hacía resaltar de sobra sus tatuajes y la manera en que ya su piel comenzaba a tomar color, su barba en crecimiento y sus labios abultados como siempre con inconsciencia. Dejó de mirarlo.

—No me importa. —Giró a mirar a su amiga, sentándose mejor en su lugar. —El que pierde, pierde. —Se encogió de hombros, haciendo reír a Ailén.

—Te extrañé mucho. —Se sinceró, acercándose a abrazarla. —Me tenés que contar varias cosas vos. —La señaló, confundiéndola.

La rubia señaló esta vez detrás suyo, encontrándose con el portugués, quien volvía con un par de cervezas en su mano, luciendo sus anteojos de sol y su trabajado cuerpo con solo vestir su malla de baño, dirigiéndose hasta ellos. Más hermoso no podía estar. Agostina se levantó de su lugar y dejando su pareo sobre su bolso, se acercó hasta su novio. Besó sus labios y tomó la lata que parecía ser para ella.

Habían zafado la noche anterior de la pregunta que había hecho Valentina, hablando de anécdotas al azar y Enzo dedicándole una mirada de advertencia a su mujer, quien decidió quedarse callada y molesta más de la mitad de la cena, después de sacarle su hija a Agostina y encargarse de intentar robarle protagonismo. Su comportamiento infantil comenzaba a agotarle y definitivamente estaba molesta por ello. Pero Agostina sabía que João había notado algo fuera de lugar con toda actitud proveniente de Valentina, por lo que apenas tuvo el momento, le preguntó a su novia al respecto.

Agostina sabía que João no era tonto y toda mentira llegaría a su fin en poco tiempo.

—Aquí solo venden pescado. —Señaló el restaurante, ganándose una mueca de su novia. —Me dijeron que enfrente tienen pizza y esas cosas. —Pasó una de sus manos por su cintura para acercarla a su cuerpo mientras tomaba un largo trago se su lata.

—Bueno, vamos. —João pareció querer alejarse para acercarse al grupo, más la morocha supo sostenerse para reternerlo. —¿Estás enojado? —Puchereó, cambiando su tono de voz.

DIABLA. | ENZO FERNÁNDEZ.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora