¡Despierta, Knurlheim! Ahora no puedes dormir. Nos necesitan en la puerta.
No pueden empezar sin nosotros.
Eragon se obligó a abrir los ojos, consciente de que le dolía la cabeza y
tenía el cuerpo magullado. Estaba tumbado en una fría mesa de piedra.
-¿Qué?
Hizo una mueca de disgusto en cuanto notó el mar sabor de boca.
Orik se tironeaba la barba oscura.
-La procesión de Ajihad. ¡Tenemos que estar presentes!
-No, ¿cómo me has llamado?
Estaban todavía en la sala de banquetes, pero no había nadie más aparte
de él, Orik y Saphira, que seguía acostada a su lado, entre dos mesas. El dragón
se agitó, alzó la cabeza y echó un vistazo con cara de sueño.
-¡Cabeza de piedra! Te he llamado cabeza de piedra porque llevo casi
una hora intentando despertarte.
Eragon consiguió erguirse y se bajó de la mesa. Algunos relámpagos de
recuerdos de la noche anterior se abrieron camino en su mente.
Saphira, ¿cómo estás? -preguntó, mientras se acercaba a ella a
trompicones.
Ella giró la cabeza de un lado a otro y se pasó la lengua encarnada por los
dientes, como un gato que hubiera comido algo desagradable.
Creo que... entera. Tengo una sensación extraña en el ala izquierda; creo que caí
sobre ella. Y siento la cabeza llena de mil flechas.
-¿Hirió a alguien al caer? -preguntó Eragon.
Del grueso pecho del enano brotó una sentida carcajada.
-Sólo los que se cayeron de las sillas de tanta risa. ¡Una dragona borracha
haciendo reverencias! Estoy seguro de que se cantarán baladas sobre esto
durante décadas. -Saphira movió las alas y, remilgada, desvió la mirada-.
Como no podíamos moverte, nos pareció que era mejor dejarte aquí. El cocinero
jefe se enfadó mucho. Tenía miedo de que te siguieras bebiendo lo mejor de su
bodega, aparte de los cuatro toneles que te tragaste.
¡Y eso que una vez me reñiste por beber! Si me llego a tomar yo cuatro toneles, me
mataría.
Por eso no eres un dragón.
Orik encajó un bulto de ropa entre los brazos de Eragon.
-Venga, ponte esto. Es más apropiado para un funeral que lo que llevas
puesto. Pero date prisa, nos queda poco tiempo.
Eragon se puso las prendas con dificultad: una camisa blanca muy ancha,
con lazos en los puños; un chaleco rojo decorado con trenzas y encajes dorados;
pantalones oscuros; unas botas negras relucientes que resonaban al pisar el
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