Huida

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Después de revisar la propuesta de Jeod desde todos los ángulos posibles y


acceder a atenerse a ella con unas pocas modificaciones, Roran envió a


Nolfavrell en busca de Gertrude y Mandel al Green Chestnut, pues Jeod había


ofrecido su hospitalidad a todo el grupo.


-Ahora, si me perdonáis -dijo Jeod, al tiempo que se levantaba-, debo


revelar a mi esposa lo que nunca debí esconderle y preguntarle si está dispuesta


a acompañarme a Surda. Escoged las habitaciones que queráis en la segunda


planta. Rolf os convocará cuando esté lista la cena.


Abandonó el estudio con pasos largos y lentos.


-¿Es inteligente dejar que se lo cuente a esa ogra? -preguntó Loring.


Roran se encogió de hombros.


-Lo sea o no, no podemos evitarlo. Y no creo que se quede en paz hasta


que se lo haya contado.


En vez de irse a una habitación, Roran se paseó por la mansión, evitando


inconscientemente a los sirvientes mientras cavilaba lo que había dicho Jeod. Se


detuvo ante una ventana salediza de la parte trasera de la casa, que daba a los


establos, y llenó los pulmones con el aire fresco y humeante, cargado con el olor


familiar del estiércol.


-¿Lo odias?


Se dio un susto y, al volverse, vio a Birgit silueteada en el umbral de la


puerta. Ella se envolvió el chal en torno a los hombros mientras se acercaba a él.


-¿A quién? -preguntó Roran, aunque lo sabía de sobra.


-A Eragon. ¿Lo odias?


Roran contempló el cielo oscurecido.


-No lo sé. Lo odio por causar la muerte de mi padre, pero sigue siendo


parte de mi familia y por eso lo quiero... Supongo que si no necesitara a Eragon


para salvar a Katrina, no querría saber nada de él durante un buen tiempo.


-Igual que yo te necesito y te odio a ti, Martillazos.


Roran resopló con expresión irónica.


-Sí, estamos unidos por el destino, ¿no? Tú me has de ayudar a encontrar


a Eragon para poder vengar la muerte de Quimby a manos de los Ra'zac.


-Y para luego vengarme de ti.


-Eso, también.


Roran miró fijamente sus ojos firmes durante un rato, reconociendo el


vínculo que los unía. Le resultaba extrañamente reconfortante saber que


compartían el mismo impulso, el mismo ardor airado que aceleraba sus pasos


cuando los demás titubeaban. Reconocía en ella un espíritu gemelo.
Al cruzar de vuelta la casa, Roran se detuvo junto al comedor al oír la


cadencia de la voz de Jeod. Curioso, pegó un ojo a una grieta que había junto a


la bisagra que quedaba a media altura. Jeod estaba de pie ante una mujer rubia

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