El principio de la sabiduria

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Los días que Eragon pasaba en Ellesméra se fundían sin distinción; parecía que


el tiempo no afectara a la ciudad de los pinos. La estación no avanzaba, ni


siquiera a medida que iban alargándose las tardes, trazando ricas sombras en el


bosque. Flores de todas las estaciones crecían al impulso de la magia de los


elfos, nutridas por los hechizos que recorrían el aire.


Eragon llegó a amar Ellesméra por su belleza y su calma, por los elegantes


edificios que crecían en los árboles, las encantadoras canciones que resonaban


en el crepúsculo, las obras de arte escondidas entre las misteriosas viviendas y


la introspección de los propios elfos, mezclada con sus estallidos de alegría.


Los animales salvajes de Du Weldenvarden no temían a los cazadores. A


menudo Eragon miraba desde sus aposentos y veía a un elfo acariciar a un


cervatillo o a un zorro gris, o murmurar a un oso tímido que merodeaba al


borde de un claro, reticente a exponerse. Algunos animales no tenían forma


reconocible. Aparecían por la noche, moviéndose y gruñendo en la maleza, y


huían si Eragon se atrevía a acercarse. Una vez atisbo una criatura parecida a


una serpiente peluda, y otra vez vio a una mujer con ropa blanca cuyo cuerpo


tembló y desapareció para revelar en su lugar a una sonriente loba.


Eragon y Saphira seguían explorando Ellesméra cuando tenían ocasión.


Iban solos o con Orik, porque Arya ya no los acompañaba, ni había conseguido


hablar Eragon con ella desde que rompiera su fairth. La veía de vez en cuando,


deambulando entre los árboles, pero cada vez que se acercaba con la intención


de pedirle perdón, ella se retiraba y lo dejaba solo entre los viejos pinos. Al fin


Eragon se dio cuenta de que había de tomar la iniciativa si quería tener una


oportunidad de arreglar su relación con ella. Así que una noche recogió un


ramo de flores del camino, junto a su árbol, y caminó hasta el salón de Tialdarí,


donde preguntó a un elfo de la sala común dónde estaban los aposentos de


Arya.


La puerta entelada estaba abierta cuando llegó a su cuarto. Nadie contestó


cuando llamó. Entró, escuchando por si se acercaba algún paso mientras miraba


alrededor por la espaciosa sala emparrada, que daba a una pequeña habitación


a un lado y un estudio al otro. Dos fairths decoraban las paredes: un retrato de


un elfo severo y orgulloso con el pelo plateado, que Eragon supuso sería el rey


Evandar, y otro de un elfo joven a quien no reconoció.


Eragon paseó por el apartamento, mirando pero sin tocar nada,


saboreando aquel atisbo de la vida de Arya, descubriendo cuanto pudo sobre

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